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Silencio conforme

Si los colombianos fuésemos un poco más solidarios y ejercitáramos lo mental y lo moral con el mismo ahínco con el que entrenamos nuestros cuerpos, el país sería distinto.

Margarita Orozco Arbeláez
6 de octubre de 2014

“No sea metida, que esto no es con usted”, me contestó el vigilante cuando le pedí que dejara de pegarle patadas al habitante de calle que dormía en la entrada de un edificio y que él intentaban levantar a golpes.  

Yo, que conocía muy bien la población habitante de calle luego de haber hecho un trabajo de investigación con ellos, comprendí muy bien el malestar que puede causar su presencia en la entrada de un lugar concurrido, pero lo que no entendí fue el uso de la fuerza bruta contra un sujeto completamente adormilado e indefenso.  Así que volví a decirle: “No le pegue, él es un ser humano que también tiene derechos y yo puedo denunciarlo a usted por lo que está haciendo”. ¡Qué dije! No voy a transcribir los insultos, para qué, lo cierto era que para el celador yo era una vieja desocupada, metiche, que debía irme a trabajar en lugar de meterme en lo que no me importa, mientras el público alrededor reforzaba sus afirmaciones y decía: “Vieja metida, usted péguele para que se pare”. Por suerte, el alboroto sirvió para que el 'Zurco' abriera los ojos, se parara del piso y, en un asomo de dignidad, encarara al vigilante para pedirle respeto.

La historia terminó con la presencia de la policía que me recomendó seguir mi camino y no “poner problema”, y como al 'Zurco' ya lo iban a meter en aprietos si yo seguía alegando, decidí continuar rumbo al trabajo mientras me preguntaba indignada qué tiene de malo manifestarse contra lo injusto. ¿No es acaso peor permanecer en silencio mientras jugamos de manera cómplice al espectador pasivo?  

Dice Stuart Mill que la conformidad es enemiga de la mejor manera de vivir, “lo mental y moral, como la fuerza muscular, mejora solo con el uso”, y aunque no tomar partido en ninguna situación puede llevarnos a una vida “sin problemas”, también nos conduce al acostumbramiento, ese que permite que pasen cosas horribles frente a nuestros ojos y se perpetúen las malas acciones sin que alguien sea capaz de decir ni de hacer nada. Si lo mental y lo moral no se ejercitan, “no se gana práctica ni en discernir, ni en desear lo mejor”.

Por eso, cuando oí la noticia de Alejandro Vargas, el joven que fue golpeado por dos jóvenes punk en Bogotá, lo que más me impactó fue el relato de su novia diciendo que las aceras estaban llenas de gente y nadie hizo nada. ¿Tan desarrollada tenemos la conformidad con la violencia que permitimos que un par de hombres le estrellen la cabeza a otro contra un bolardo y no hacemos nada?

Si los colombianos fuésemos un poco más solidarios y ejercitáramos lo mental y lo moral con el mismo ahínco con el que entrenamos nuestros cuerpos, el país sería distinto. Si nos manifestáramos en contra de lo injusto, de lo que no está bien, de lo que no puede pasar y no toleramos bajo ninguna circunstancia, mejoraríamos como sociedad. Sin embargo, hemos optado por el silencio y este es un vicio que el deseo de una buena forma de vivir debería desalentar.

margaraorozco@yahoo.es
En Twitter: @morozcoa

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