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SIN EL PAN Y SIN EL QUESO

El descontento de patronos y trabajadores hacía qu el proyecto de pensionados fuera una bandeja de plata para hacer política.

Semana
20 de septiembre de 1993

No hay duda el proyecto de seguridad social es perfecto, o por lo menos se hacerca mucho a la perfección. Probarlo es una cuestión casi matemática: dejó conforme a los dos sectores involucrados. Esto significa que si no les gustó a los trabajadores, es porque es bueno en muchos aspectos para los empresarios.
Y si no les gustó a los empresarios, pues viceversa: es bueno en muchos aspectos para los trabajadores. Es el típico tema en el que un sector demasiado contento sería razón suficiente para hundir el proyecto. Pero dos sectores medianamente descontentos son prueba inequívoca de que el proyecto es neutral, e indudablemente positivo ante la realidad incuestionable de que el Seguro Social no aguanta muchos años más comiéndose las reservas de sus aportes.
A los trabajadores no les gusta, porque para comenzar, se aumenta la edad de jubilación a partir del año 2014, que por cierto suena lejísimos pero apenas en 21 años, que es más o menos lo que necesita para jubilarse en esa época alguien que comienza a trabajar ahora. La aumenta en dos años, si el pensionado se afilia al Seguro Social, y en cinco años si se afilia a un fondo de pensiones privadas.
Pero tampoco les gusta a los trabajadores que se incremente el número de semanas de cotización de la pensión, de 10 años a 20, si es con el Seguro Social, y de 10 años a 25, si es con un fondo privado.
En conclusión, el nuevo proyecto de pensionados hace que los trabajadores se jubilen más viejos y paguen aportes durante más años. A eso se une que el sistema de liquidación de la pensión promediaria lo que se ganaba el trabajador cuando empezo, con lo que ganaba cuando se jubilo. Se cae de su peso el porqué no les gusta.
Por el lado de los patrones, el disgusto también es justificado. Los aportes se elevarian del ocho por ciento al 12 y medio por ciento, del cual el patrón pagaría el 10 por ciento y el trabajador el dos y medio por ciento, mientras que en la actualidad esta repartición es casí miti-miti. Según los empresarios, la reforma le valdría al país serca de 500 mil millones de pesos al año.
Pero quizá el punto que más dudas les produce a los patrones es el hecho de que el trabajador afiliado al Seguro Social requiera menos años y menos aportes para jubilarse, que aquel afiliado a una empresa privada. Esto significaría que mientras el Seguro Social continuaría ofreciéndole al trabajador más ventajas, los fondos privados de pensiones tendría que recurrir a atractivos cómo la rentabilidad, los premios y hasta los payasos para despertar el interes del trabajador.
Estando las cosas en este estado, descontentos trabajadores y descontentos patronos, el proyecto constituía una especie de bandeja de plata para hacer política. Oponérsele producía, pues, el efecto contrario: ganarse a los empresarios, y ganarse a los trabajadores, algo que no es usual, ni fácil, en la lidia política.
Fue así, en ese escenario, en el que aterrizó la semana pasada Ernesto Samper, que desautorizó el proyecto con el argumento de que tenía a todo el mundo descontento, y de que no contemplaba ningún sistema de protección para los desempleados. Esta posición de desautorizar el proyecto conlleva riesgos considerables, pero tambien prometía sus obvios dividendos. El problema fue que le falló el cálculo, en tres aspectos distintos. Por un lado, estaba el interés del Presidente en el proyecto, lo cual hizo que el gobierno saliera inmediatamente a defenderlo con todas sus baterias. Por el otro lado, aunque el actual Ministro de Trabajo es pastranista, el actor intelectual del proyecto Fernando Botero Zea y su ponente Alvaro Uríbe Vélez son dos de los más brillantes exponentes del samperismo, que con la salida de Samper quedaron prácticamente arrinconados contra la pared. Y en tercer lugar Samper, que ha logrado neutralizar su antigua fama de populista con dos años de sería y discreta actitud política, se expuso con su salida a que de nuevo le llovieran acusaciones de oportunismo. Su falla de cálculo lo llevó finalmente a recoger velas. de su intención inicial de hundir el proyecto, pasó en cuestión de horas a una más moderada de aplazarlo para discutirlo, con lo cual se quedó sin el pan y sin el queso.
No solo no logró la felicidad de los trabajadores y de los empresarios. Sino que con su recogida de velas su posición acabo sufriendo de lo mismo que sufría inicialmente el proyecto de pensiones: del descontento de ambos.

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