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SIN REMEDIO

Antonio Caballero
7 de abril de 1986

Hubo elecciones, como toda la vida. Y todo continuó exactamente igual que siempre. No como si no hubiera habido elecciones, sino precisamente como si las elecciones hubieran sido otra vez las mismas de siempre. Quienes vaticinaban que esta vez no las habría, quienes temían que no las hubiera, quienes esperaban que por lo menos fueran saboteadas, tuvieron que aguantarse horas y horas de televisión y radio mostrando que ahí estaban, iguales a las de siempre. Quizás se echaron menos puñados de maizena que otras veces, pero es porque el país está esta vez todavía más empobrecido que otras veces. Lo cual tampoco es nuevo.
La abstención siguió igual, el conservatismo siguió igual, el oficialismo liberal siguió igual, Galán siguió igual... Incluso las guerrillas siguieron igual, consiguiendo apenas perturbar el Magno Evento Democrático (que se siguió llamando exactamente de esa manera) en un par de caserios de Córdoba. Se esperaban transformaciones portentosas, o por lo menos estremecimientos.
Y no hubo nada. Ni el derrumbe de Barco, ni la crecida de Galán, ni la irrupción de los conservadores por la brecha, ni el surgimiento de la Unión Patriótica. Y, como siempre en Colombia, hubo que sacar las consecuencias de esos hechos negativos por el lado negativo. Asi, Barco creció por el hecho de no haberse derrumbado. Galán se derrumbó por el hecho de no haber crecido. El conservatismo consiguió demostrar una vez más que es la primera minoría del país. La Unión Patriótica siguió sin aparecer. Para lograr las mismas cifras electorales que viene consiguiendo desde hace cincuenta años el Partido Comunista ¿valía la pena tanto esfuerzo? Porque no se regateaton los esfuerzos. Ni los de las FARC por aprender a comer con cuchillo y tenedor, ni los de los conservadores por hacer olvidar su pasado -esas cosas absurdas: una guerrilla que busca el éxito electoral, un Partido Conservador que renuncia a la historia. Y tan grandes como estos esfuerzos morales fueron los económicos: nunca se había gastado tanta plata en una campaña electoral en Colombia. Y mayores aún, los tecnológicos: debates televisados, transmisión de datos por microondas, campañas computadorizadas.
Todo en vano. Galanistas o gustavistas obtuvieron con computadora los mismos resultados que antes conseguian con los dedos: da exactamente lo mismo tener computadora que no tenerla. La Registraduria, al parecer, tenía una: no se notó que la tuviera.
Las lentas cifras iban brotando de su vientre una por una como del de una parturienta, mesa por mesa, en un escrutinio interminable de antes de la invención de la computadora, de antes de la invención de la propia Registraduría, quizás de antes de la invención de las elecciones.
Pero no es de extrañar que estos detalles no tuvieran efecto sobre las elecciones, si sobre ellas tampoco tuvo ningun efecto el catastrófico cuatrienio del presidente Betancur: los conservadores obtuvieron en las urnas los mismos resultados que hace cuatro años, después de un catastrófico cuatrienio liberal. No tuvo ningún efecto el fenómeno sin precedentes de la tregua guerrillera. No tuvo ningún efecto la tragedia-del Palacio de Justicia.
Todo esto se escribe a las dos de la madrugada del lunes cuando ya nadie espera nada nuevo de los laboriosos datos parciales que de cuando en cuando eructa aún la Registraduría. Pero sobra advertirlo. Pues si nada cambio en Colombia con la erupción terrible de un volcan, ¿qué va a cambiar con los últimos datos traídos de Riohacha a lomo de mula, -como en los tiempos del Registro de Padilla?-Son datos, como entonces, para que nada cambie. Y es por eso que nada ha cambiado desde entonces. Galán se fue a dormir temprano, como siempre. Barco está satisfecho de sí mismo, como siempre. Los conservadores, como siempre, esperan tiempos mejores.
Porque no es que no suceda nada en Colombia. Suceden cosas sin cesar, cosas tremendas.
Erupciones volcánicas, fugas en masa de banqueros a Panamá o a Quito, matanzas de guerrillas en el Causa, bonanzas cafeteras, masacres de magistrados, denuncias de torturas oficiales por parte del Consejo de Estado, suicidios de gerentes de empresas telefónicas, robos de departamentos, hallazgos petroleros, bodas de hijas de alcaldes, reinados de belleza, terremotos, visitas de los Papas, inclusive elecciones. Lo que pasa es que nada de lo que sucede, magnifico o terrible, tiene ninguna consecuencia.
Es que todos los colombianos somos como la gente de Armero, que cada vez que estalla el volcán del Ruiz insiste en instalarse nuevamente a la orilla del cráter. --

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