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Sobre el asesinato político

Proteger de todo mal al presidente del polo tiene que ser una prioridad absoluta e irrenunciable del gobierno.

Semana
9 de febrero de 2008

La fama de Julio César no se debe a las 23 puñaladas que le propinaron sus enemigos políticos y hasta su propio hijo, Bruto. Pero aunque su gloria no se deba a la muerte violenta que padeció, el mito de César sí se origina, en buena medida, por la sangre derramada en la Curia del teatro de Pompeyo. Augusto comparte con él la misma gloria histórica, pero al haber muerto de viejo y en la cama, su figura carece de

la leyenda que se crea cuando la vida termina con un crimen. No creo que Shakespeare hubiera escrito una tragedia basada en los achaques de la edad de Augusto.

Alguna vez a Borges lo amenazaron de muerte por teléfono y él de inmediato dictó la dirección de su casa y advirtió que casi siempre estaba solo y abría personalmente la puerta. "Máteme cuanto antes -añadió-, que no estoy apegado a la vida y no hay nada mejor que un final trágico para la gloria literaria".

Hace unos meses, al repudiar las amenazas de muerte que las Farc le hicieron al ex ministro Fernando Londoño Hoyos, escribí lo siguiente: "Un país digno no se construye tratando de imponer por la fuerza un solo tipo de pensamiento. Con el de Londoño Hoyos no puedo estar más en desacuerdo, pero es un pensamiento que tiene tanto derecho como cualquier otro a ser expresado, a ser defendido, aplaudido, votado. Si las Farc creen que asesinando a Londoño Hoyos se van a ganar el favor del pueblo colombiano, se equivocan una vez más, y revelan de nuevo su torpeza. En esos planes terroristas demuestran que están embebidos del mismo tipo de pensamiento totalitario que tienen los paramilitares: creen que aniquilando a algunos representantes del pensamiento de la orilla opuesta van a acabar con la disidencia. Se equivocan, pues los seres humanos nunca podremos estar de acuerdo en todo, y sólo la tolerancia de las ideas contrarias permite la convivencia".

La semana pasada se supo que un grupo no identificado amenazó de muerte a Carlos Gaviria, el presidente del Polo Democrático. Pocos días antes también se había sabido de las amenazas contra la vida de Piedad Córdoba. En vez de salir a condenar estas amenazas, el gobierno ha guardado silencio o, en boca de su ministro del Interior, Carlos Holguín, ha dicho dos barbaridades: que Piedad Córdoba está en riesgo por culpa de ella misma, y que quienes la han amenazado tienen derecho a expresar sus opiniones. ¿Habrá que aclararle al Ministro, todo un abogado, que amenazar de muerte no forma parte del derecho a la libre expresión? Por ese camino podríamos llegar a afirmar que hay que dejar matar a otros como una parte del derecho al libre desarrollo de la personalidad.

Muchas veces se habla del magnicidio que los enemigos nacionales e internacionales de Chávez estarían planeando en el vecino país. Aunque otras veces hayan cometido crímenes así, no creo que los estadounidenses sean tan brutos de querer crear un nuevo ícono y mártir suramericano, el supuesto adalid de los pobres sacrificado por el orgullo y la arrogancia imperialista. Si se quiere desestabilizar a Venezuela y a todo un continente, el diablo les hará apretar el gatillo a quienes creen que eliminando al oblicuo Chávez enderezarán el camino de Suramérica. El populismo del régimen bolivariano, incluso con el petróleo a 100 dólares, se irá desmoronando por efecto de sus propios errores. Pretender tumbarlo con un atentado no sólo es un acto inhumano, sino un desatino político.

Pero las amenazas contra Carlos Gaviria y Piedad Córdoba son quizá más reales y, para nuestro país, mucho más graves. Yo no he estado de acuerdo con el repentino bolivarianismo de Córdoba y me pareció un error la posición del Polo frente a la marcha del 4 de febrero. Se puede estar en desacuerdo con algunas posiciones de Carlos Gaviria, pero si este gobierno quiere tener un opositor de izquierda que no sea un fanático ni un sectario, ahí está Carlos Gaviria, un liberal a ultranza. Es tan grave una amenaza contra él que, si se verificara y si de alguna manera funcionarios del Estado o de la Fuerza Pública estuvieran involucrados en un atentado así, Colombia no podría llamarse una democracia, y quienes dicen que vivimos en una tiranía tendrían todos los argumentos para llamar a la lucha armada. Proteger de todo mal al presidente del Polo tiene que ser una prioridad absoluta e irrenunciable del gobierno.

Cuidémonos de los idus de marzo pues los asesinos rondan. Aunque la muerte violenta pueda ser el origen de una hermosa leyenda, en el mundo de la realidad es mil veces preferible el final de Augusto que el de Julio César. Cuando el mismo Londoño Hoyos llama a Carlos Gaviria "mamerto" (y él será cualquier cosa, menos eso) está azuzando a los mismos perros de la ira que podrían hundir a Colombia nuevamente en el caos de los magnicidios. En el respeto de la palabra y de la vida de los opositores es donde se mide si vivimos en una tiranía disimulada o en una democracia. Ya lo dirán los hechos.

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