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SOBRE LA EXTRADICION

Antonio Caballero
22 de diciembre de 1997

Todo el mundo, en el gobierno, en la oposición, en las altas instancias judiciales y en la prensa, parece dar por sentado alegremente que la extradición es cosa buena, y que la extradición con retroactividad es cosa mejor aún. Sólo se oyen unas cuantas voces discrepantes, particularmente en el Congreso. Pero no son escuchadas. Se da por sentado que son voces a sueldo de los narcotraficantes.A mí, personalmente, me parece que la extradición es una monstruosidad, y con retroactividad peor aún. Sin entrar en detalles jurídicos (que no pretendo dominar: pero quienes sí los dominan no están de acuerdo entre sí), me parece que la extradición es el reconocimiento de la impotencia del Estado colombiano para impartir justicia; como, del mismo modo, la invención de las Convivir (otra monstruosidad) es el reconocimiento de su impotencia para mantener el orden. Que esa impotencia sea cierta y evidente no legitima los procedimientos monstruosos: simplemente deslegitima al Estado. Como las Convivir, el mecanismo de la extradición me parece por eso ilegítimo, además de inmoral.Y por añadidura me parecen falsos los argumentos que alegan sus defensores, y que son fundamentalmente tres. El primero es que la extradición es justa, pues sólo ella permite castigar a los criminales del narcotráfico, en vista de que la justicia colombiana es incapaz de hacerlo y sólo consiguió capturarlos con la promesa de que si se entregaban serían juzgados aquí. Ese era el trato. Y no un trato clandestino suscrito por el candidato Ernesto Samper a cambio de dinero, sino un trato público y anterior, aceptado por el presidente César Gaviria para la entrega de Pablo Escobar y avalado por la Constituyente del 91. El segundo argumento es que la extradición es eficaz, pues lo único que temen los narcotraficantes es "una celda en Estados Unidos": es decir, que ante el miedo a la extradición desaparecería el narcotráfico. Y el tercer argumento es que la extradición es útil para Colombia: limpiaría su 'imagen' en el exterior, y 'normalizaría', como dicen, sus relaciones con Estados Unidos. No es que esos tres argumentos me parezcan falsos a mí. Es que la realidad práctica se ha encargado de demostrar que son falsos.Primero: no es justa. Ese argumento parte de la base de que la justicia que se imparte en Estados Unidos es, ella sí, justa, cuando se trata de la más aberrante de las justicias concebibles (y aquí le hemos copiado, sin mejora de la eficacia pero con merma de la moral, sus peores aberraciones: el pago de recompensas, los beneficios por delación). No es justa una justicia que no castiga a los verdaderos responsables y beneficiarios del crimen (que son, por supuesto, en primer lugar, los que convirtieron un vicio en un negocio al declararlo crimen: es decir, los legisladores y los gobiernos norteamericanos), sino solamente a los eslabones más débiles del entramado criminal. Hay 7.000 colombianos presos por droga en Estados Unidos, más los del resto del mundo, más los de aquí. Y con excepción de los Rodríguez aquí y de Perafán allá ninguno es importante. Más importante que los 6.997 restantes es, por ejemplo, el contador Pallomari, que lejos de ser castigado por su parte alícuota de los crímenes del cartel de Cali recibe, por el contrario, todo tipo de prebendas en premio por la más vil de las conductas humanas, que es la traición. Del Imperio de Roma se decía que "no pagaba traidores". Estados Unidos sí.Segundo: es evidente que la multiplicación de las celdas para colombianos en Estados Unidos, de Lehder a Perafán, no ha resultado eficaz para erradicar, o al menos reducir, el narcotráfico: por el contrario, en los años transcurridos entre la detención del uno y la del otro, el narcotráfico ha aumentado considerablemente. Los delitos relacionados con la droga han quintuplicado la población carcelaria de Estados Unidos, que ya superó a la generada por el apartheid surafricano y debe de estar llegando a los niveles del gulag soviético: pero el consumo, el tráfico, el negocio, siguen creciendo.Tercero: tampoco es útil, ni siquiera desde el punto de vista imbécil de la imagen de Colombia en el exterior, o desde el cínico de la 'normalización' de las relaciones con Estados Unidos. Aun si fueran inmoralmente extraditados para ser injustamente juzgados e ineficazmente condenados 10 millones de colombianos, desde el Presidente de la República hasta la más insignificante mula de las que viajan con 20 bolas de cocaína en el intestino, la imagen de Colombia seguiría siendo la misma: la de un país de narcotraficantes. Y sus relaciones con Estados Unidos serían aún más humillantes de lo que son ahora, porque el país se habría humillado aún más. Pero que una cosa como esa de la extradición, que es ilegítima, inmoral, injusta, ineficaz e inútil, se haya convertido en la piedra de toque para medir la moral, la legitimidad y la eficacia, me parece que pinta bien la inversión de valores que hemos sufrido en Colombia. Sin pretender molestar a nadie, me atrevo a señalar los motivos de esa inversión de valores que ha convertido a este en el país cada día más invivible en que vivimos. Son la cobardía y la codicia. Y la imbecilidad.

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