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Toty se desnuda

¿Qué puede haber más humano que el cuerpo? Menuda pregunta en tiempos de destapes en portadas y en videos que proliferan como hierba mala en redes sociales.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
8 de agosto de 2017

Una mirada a la historia nos refresca la memoria. La Biblia nos habla del desnudo de Adán y Eva, recogidos en el fresco de Masaccio. Pero además ha sido una constante en las preocupaciones humanas y artísticas desde la prehistoria, cuando hallazgos como el de la Venus de Willendorf (22.000 años a.C.) mostraban la desnudez como un culto a la fertilidad, pasando por el antiguo Egipto, la antigua Grecia, donde representaba el ideal estético de perfección humana, y en Roma, heredera de la tradición griega, donde el desnudo mostró su tendencia al erotismo.

Luego de la Edad Media, cuando el desnudo pierde el naturalismo para focalizarse en el simbolismo religioso, el Renacimiento recobra la importancia del cuerpo concibiendo al hombre como centro del universo. Aquí arranca una acelerada y rica producción artística que según el periodo histórico va dando distintos acentos al desnudo, bien sea el refinamiento y movimiento propios del Barroco, la sofisticación y gusto por lo ornamental del Rococó, el realismo decimonónico, y la luz y pinceladas sueltas del impresionismo. Todos estos periodos dejaron a la humanidad joyas como los retocados frescos de la Capilla Sixtina del Vaticano, Creación de Adán (Miguel Ángel); Adán y Eva (Dürer); Venus del Espejo (Velázquez); Las tres gracias (Rubens); La Maja Desnuda (Goya); o El desayuno en la hierba (Manet), entre muchas otras.

Luego del auge del expresionismo (Paulae, Kirchner) y el modernismo (Venus in the Grotto, Moser), vienen los cambios sociales y económicos que trajeron los medios de comunicación donde la fotografía y el cine acompañan multitud de movimientos artísticos que luego explotarían con la televisión, el video y el internet, donde las facetas mundanas y espirituales del erotismo, entrarán a coexistir con la masificación de la vulgaridad y la pornografía.

Conforme a los tiempos, ideologías, modas y climas sociales, la percepción del desnudo ha sido vista con admiración o condena. Hoy por hoy, y al amparo del individualismo y la libertad de expresión, las industrias editorial y cinematográfica muestran que sobre ese tema las concepciones de restricción o condena no existen, sino por el contrario, es la objetivización del cuerpo humano, particularmente el de la mujer, que en tanto genere seguidores, espectadores, clics, likes, suscriptores y obvio, réditos, todo lo justifica.

Si conceptos abstractos y subjetivos como el de estética y belleza pudieran materializarse, muchos coincidiríamos en que Toty Vergara podría ser una candidata de excepción para encarnar dichas categorías. Pero con ocasión de su reciente y publicitado desnudo para la revista Women‘s Health, no deja de llamar la atención cómo el cuerpo humano, que en ocasiones tuvo asociaciones espirituales, estéticas y hasta místicas en algún momento, hoy ha quedado reducido a un mero medio de comercialización e instrumentalización para que las masas consuman otros productos, bien sean publicaciones, series de TV, ropa, cervezas o el sexo, ya no como encuentro sublime, sino como mera genitalidad.

Las apabullantes masas de información que a diario recibimos a través de los medios tradicionales y especialmente del internet, vuelven al individuo un consumidor acrítico que termina uniformado en sus gustos, para quien el modelo de éxito premia la fama y la apariencia, propios de una sociedad en la que el consumidor busca y privilegia lo fácil o lo expedito, no así lo que implique análisis, complejidad, y obvio, ni qué pensar en alguna clase de esfuerzo.

Esta sociedad del entretenimiento sobre la que tanto han reflexionado autores como Bauman, Byung-Chul Han, Lipovetsky, Lyotard, y hasta el mismo Vargas Llosa, nos evidencia un presente donde la cotidianidad de las celebridades y sus mundos de reality generan en la juventud expectativas irrealizables que en últimas llevan a la frustración, ya que les hace confrontar la tozuda realidad de que sus sueños o aspiraciones de logro y autorrealización personal y social, ya no están determinadas por factores bajo su control, tales como la disciplina y la perseverancia (que la evidencia indica son más determinantes que el talento), sino por la mayor o menor apariencia occidental, el tamaño de sus pechos y cómo no, por el número de seguidores en las redes sociales.

Cuando leía la semana pasada en los medios el devenir de la polémica nacional por las denuncias recíprocas entre un dirigente político y un reconocido columnista de esta revista, pensaba si aquella propaganda de una marca de gaseosas en la que la agraciada Toty Vergara saltaba sensualmente con un diminuto bikini en una playa, en la Colombia de hoy sería considerada violatoria del Código Penal y el de Infancia y Adolescencia, ya que para el momento ella era menor de edad, y bastantes problemas le causó el incidente con Sister Johana, quien para la época era la rectora del colegio Marymount en Barranquilla. Pero el punto de fondo es, más allá de esta anécdota, su carisma e innegables habilidades de comediante; cómo esa menor cuyo cuerpo se utilizó para vender gaseosas hace 30 años, hoy sigue vendiendo revistas, sitcoms, accesorios, o lo que sea. Lo anterior desnuda --no a Toty esta vez-- sino una realidad que no es solo colombiana, sino mundial, donde se prioriza la exhibición y el éxito a partir del placer de corto plazo al consumidor, más allá de la trascendencia humana, social o colectiva de las acciones que llevan a ese éxito.

Si escribimos en Google el nombre Sofia Vergara, obtenemos alrededor de 11 millones de resultados de búsqueda; la cantante Shakira, 99 millones; y la actriz porno Esperanza Gómez, 8.700.000 resultados. Siguiendo este ejercicio, se me ocurren los nombres de seis colombianas destacadas en el mundo por temas distintos al entretenimiento: Adriana Ocampo (nuestra científica más reconocida en Estados Unidos), Nubia Muñoz (científica nominada a un Nobel de Medicina), Vanessa Restrepo (científica que creó la primera retina artificial), Cecilia López Montaño (una de las economistas más reconocidas de América Latina), Ana María Rey (experta mundial en Mecánica Cuántica), Ángela Becerra (autora más leída en el mundo después de Gabo) y Caterine Ibarguen (medallista olímpica). Los resultados son previsibles, y comparados con las tres anteriores, paradójicos: Adriana (48.700); Nubia (19.300); Vanessa (23.200); Cecilia (107.000); Ana María (37.500); Ángela (74.500); y Caterine (29.600). Dicientes diferencias.

Siguiendo este modelo, las aplicaciones en nuestros smartphones nos hacen inconscientemente profesar la doctrina del "me exhibo, luego existo". Mis contactos, seguidores, todos tienen la posibilidad de conocer mi estado de ánimo, dónde estoy, qué sitio frecuento, qué estoy haciendo y, obvio, cómo luzco. ‘Texting‘, ‘sexting‘, todo vale para sentirnos relevantes mostrándonos, renunciando a nuestra intimidad. La mera existencia es insignificante, ya que las cosas revisten valor solo cuando son vistas, una sociedad en la que hay que exponerse para ser. Ese valor de la exposición que nos valida la Toty, nos recuerda a todos y en especial a las generaciones en formación, la prevalencia y dictadura de lo que se ve; una absolutización de lo visible, lo que se muestra, luego, lo íntimo, interno y personal, como no se muestra, carece de valor.

De igual forma, la desnudez de Toty es un símbolo de nuestro tiempo cuando el encanto de descubrir, explorar, para hallar lo sublime de la belleza real, es sustituido por el facilismo de encontrarse la desnudez en la primera portada o tuit, privándonos del encanto y la deliciosa tensión narrativa y el drama de encontrar; sin que sea el que se exhibe quien de un tajo muestra y hace público lo que en otrora sería exquisitamente poético, dramático.

Hermosas son nuestra Toty y las muchas otras con tantos likes y seguidores en sus redes, pero cuánta propensión a la frustración le causamos a una sociedad cuando el parámetro del logro lo determina lo que los accidentes de la naturaleza o la genética le permiten exhibir, y no así, la dedicación, rigor y proyección social de las acciones de las millones de Adrianas, Nubias, Vanessas, Anas, Ángelas, Caterines y Cecilias adolescentes, que mientras usted lee esta columna están con un smartphone en la mano en Snapchat, Instagram o Facebook.

Este es el mundo que nos tocó vivir, para bien o para mal. Amparo Grisales o las Kardashian dan más rating que un presidente. Un video de Esperanza Gómez genera más tráfico, de lejos, que el escándalo del día. Pero, ante la pregunta con la que empezamos hoy, sobre qué puede ser más humano que el cuerpo, hay una respuesta alternativa y necesaria: el alma.

Por: Ramsés Vargas Lamadrid, MPA, MSc.

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