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Sudakas y Eurakas

Los más desesperados salen a putear durante la noche o se la rebuscan como carteristas de media jornada.

Yezid Arteta
9 de octubre de 2014

Este barrio no se los recomiendo, dice el taxista mientras pasa la mirada por el retrovisor y observa a las dos chicas que van en el asiento trasero. Era un barrio bueno, el conductor fija la vista en el semáforo en rojo y sigue hablando, pero ahora es una porquería y si por mí fuera, lo dinamitaría con todo lo que hay dentro: chinos, sudakas, negros, pakistaníes.

Soy de Tesalónica y fui a estudiar a la Universidad de Bolonia, donde me gradué de físico, pero ahora me rebusco la vida con este coche, continua el taxista. Miren eso -las chicas dirigen la mirada hacia donde el hombre señala y contemplan una ciudad desportillada, decadente, con gente blanca tirada en la calle pidiendo limosna o vendiendo cualquier cosa-, este otro barrio también era bueno hasta que llegaron los negros.

Es el palabrerío de la crisis. Son tiempos canallas y el leguaje se endurece en las oficinas, en los bares, en los vagones del metro, en los hogares a la hora de la cena. Cualquier lugar sirve para hacer demagogia y escupir en la cara de la gente que viene desde lejos en busca de trabajo. En ciertas urbes europeas la paciencia raya en el límite y cualquier individuo o grupo es blanco de los ataques xenófobos. Agresiones que, en algunos casos, han acabado con un cuerpo en la morgue.

En España, donde la tasa de desocupación bordea el 25 %, se juntan decenas de miles de latinoamericanos, entre ellos unos 200.000 colombianos con papeles y quién sabe cuántos más sin papeles. La crisis hunde a los trabajadores españoles y más a los que llegaron de otros mundos. La mierda es peor cuando toca comerla fuera de tu país, decía un chico de Manizales que hasta el año pasado servía montaditos en una taberna vasca.

"Sudakas" es la manera despectiva para referirse a los inmigrantes latinoamericanos en Europa. Un grupo de músicos originarios de Argentina, Colombia y Barcelona reivindicaron la expresión y crearon en el 2000 una popular agrupación llamada "Che Sudaka", que hace eco a los reclamos de los inmigrantes y denuncia todas las barreras a las que tiene que enfrentarse un pobre individuo para ganar un sitio en Europa (Vea “Sin Papeles” de Che Sudaka).

En metrópolis mundanas como Estocolmo, Milán, Ámsterdam y Copenhague los partidos xenófobos suman miles de adeptos y han alcanzado curules en los parlamentos. Gente como el taxista que llevaba a las dos chicas por las calles de Atenas se suma a la charlatanería y acepta la brutalidad como un instrumento para deshacerse de la inmigración económica. En España, por fortuna, este discurso es marginal y no ha calado entre los votantes, quizá por la idiosincrasia de su pueblo y su propia historia de migrantes durante los tiempos de la dictadura y el hambre.

Los capitales, como la gente, se mueven de un continente a otro. No miran caras ni fronteras. Están donde hay recursos, salarios bajos y bolsas donde especular. La gente, en cambio, va sólo detrás del empleo. Unos consiguen un oficio regularizado. Otros trabajan "en negro". Muchos no consiguen ni lo uno ni lo otro. Los más desesperados salen a putear durante la noche o se la rebuscan como carteristas de media jornada.

Las cosas están cambiando. El saldo migratorio en España, por ejemplo, es negativo. Los inmigrantes se están devolviendo a sus países de origen o hacia otras regiones donde que puedan conseguir de qué vivir. Otros aguantan con el agua al cuello porque tienen una hipoteca o hijos que han crecido en Europa y piensan como europeos.

Los bancos siguen apretando la garganta de los colombianos que se han hecho a una hipoteca. La gente sin fortuna se entiende entre sí y esos colombianos, cuando se deciden a pelear por lo suyo, cuentan con el apoyo de los españoles que viven el mismo calvario. Españoles y latinoamericanos se han organizado en las plataformas contra los desahucios y resisten. Son los nuestros que, en su mayoría, trabajaron en la construcción y el servicio doméstico. Con lo que ganaban, comían y vivían decorosamente en Europa. Algo quedaba a fin de mes y ese algo llegaba a Colombia. Al otro lado del Atlántico una familia comía y vivía con el dinerillo que llegaba de Europa. De un mismo plato comían dos. Eso se acabó.

Ahora los colombianos que viajan a Europa son otros. Ya no sólo son la gente rica, como el ex vicepresidente Pacho Santos, quien se va con su familia a comprar ropa en el Portal del Ángel de Barcelona aprovechando las rebajas de temporada. La clase media y uno que otro proletario se vienen a Europa a pasarlo chévere y comprar la misma ropa que en Colombia no pueden comprar porque es muy cara. A Barcelona y Madrid llegan centenares de jóvenes a estudiar puesto que, sumando aquí y restando allá, sale más barato y seguro conseguir un cartón por estos lados que en las costosas universidades colombianas. Durante el mundial de Brasil se veían aglomeraciones de jóvenes en los bares y las calles de España luciendo la camiseta de la selección Colombia.

Unos vienen y otros se van. Los llaman "Eurakas" para sacarse el clavo. Son los europeos que abandonan las modernas ciudades del Viejo continente en busca del "sueño suramericano". Nada tienen que ver con los especuladores financieros, salvo que son sus víctimas. Son trabajadores despedidos de sus empresas, profesionales afectados por los recortes sociales o jóvenes graduados que no ven futuro en el lugar donde nacieron. En lo que va corrido del 2014, según fuentes de la Cancillería, Colombia ha expedido más de 18.000 visas de trabajo a extranjeros ,y muchas de ellas corresponden a ciudadanos de la Unión Europea.

Así va el mundo: unos cuantos explotando y millones rodando.

En twitter: @Yezid_Ar_D
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