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Gobernar con cuadernito

El presidente Duque se ve contento, cómodo. Y los asistentes al primer taller Construyendo País, también.

Poly Martínez, Poly Martínez
17 de agosto de 2018

Nadie puede quejarse de que el presidente de la república tenga un contacto cercano con la ciudadanía, saque la guayabera y lleve todo el tinglado de gobierno al municipio de turno y obligue a hacer presencia a entidades del Estado que muchas veces andan en otras cosas.

Realmente no es novedoso, como sabemos. Aunque sí tiene cosas diferentes a esos consejos comunitarios que hacía el expresidente Uribe en su momento, por los que pasaron miles de personas en horas interminables de corte de cuentas: el regaño al alcalde, el detalle del programa local, la revisión de cuentas de la finca, el amanuense tomando nota de la vía aquí, la cerca y el Sena allá; la inversión estatal comprometida, muchas veces sin ser viable, sin coordinación previa y con vericuetos e imposibilidades fiscales posteriores (mucha solución atada a vigencias futuras).

El presidente diciendo y dirimiendo. Después veremos cómo se hace, en esa cosa tan nuestra. El reflejo del país en 12 horas o más de jalones de orejas, de sabor a fruta local, productos de la tierra, expresiones culturales, demostraciones de pujanza, transmisión nacional con resabor a “el Estado soy yo”.  Y claro, las denuncias a voz en cuello de un alcalde suspendido que sabía iba a ser asesinado. Todo ese esquema allí montado de presencia del gobierno y fuerzas de seguridad de nada le sirvió.

Participación ciudadana, sí claro, muy importante. Que ese esquema cambió la forma de rendir cuentas y hacer política, por-su-puesto. Pero no es tan evidente que ocho años seguidos y cientos de consejos comunitarios después fortalecieran la capacidad fiscalizadora de la ciudadanía, las estructuras democráticas para hacer seguimiento a programas y promesas de alcaldes y gobernadores, todos ellos con piquiña por tener que rendir cuentas.

Tanto consejo comunitario no generó una cultura de transparencia, educación para la vigilancia efectiva, como ha sido evidente estos últimos ocho años donde tenemos carteles de todo tipo, públicos, judiciales, estatales y privados. La corrupción local y territorial continÚa detrás de la tarima con flores, del evento político, de las formas de gestión. Tampoco fue el camino para fortalecer a las instituciones, por el contrario, muchos expertos afirman que las erosionaron.

Ahora el presidente llega con su versión. “Escuchar al ciudadano”, dice, es su nueva forma de gestión pública, el cambio que quiere dar. “El Estado tiene que llegar a la comunidad, no con espíritu milagroso”, sino a dar soluciones con los locales. Semanalmente, “escuchando la realidad de los territorios de Colombia”. Y en esa primera salida a campo pide que le planteen soluciones, no solo quejas y reclamos.

Pero los apuntes en un cuaderno –así sea de los deliciosos Moleskine-  corren el riesgo de ser anotaciones al margen de la institucionalidad del país. La rotativa presencia del presidente, además de contactar al territorio y escuchar cual espíritu milagroso, puede sumar kilómetros y horas a esa cosa de mantenerse en permanente campaña política, en mercadeo continuo: la gestión corre el riesgo de quedar medida en número de reuniones, pero no en resultados efectivos. Ese es el riesgo de la microgerencia: aunque da la imagen de estar haciendo mucho, a punta de detalle logra poco.

Dice Duque, con razón, que su gobierno será de cuatro años y lo que busca es trazar políticas públicas de largo aliento, con el concurso de todos los sectores. Pero el camino es largo y culebrero: arrancando es difícil llegar con políticas públicas bien delineadas y coordinadas; resulta difícil precisar cómo se hará efectivo lo dicho al calor de Girardot en la fría realidad de Paispamba. Por ese camino nos pueden embolatar con las cuentas de tendero.

Eso ya nos pasó: la imagen política de Uribe se fortaleció, pero la ejecución de los compromisos adquiridos en los consejos comunitarios no fue la mejor, además de traer toda clase de complicaciones y desgastes institucionales. Se fue el helicóptero, despegó el avión presidencial, guarden las Rimax y recojan el despliegue de seguridad. El municipio queda reducido a su normalidad.

Por ahora, lo único cierto es que arrancó la vuelta a Colombia presidencial, que no es solamente una nueva forma de gobernar. La pelea política por el territorio, para decirlo de alguna forma, está de por medio y empezando: ya se sienten los pasos camino a la elección de gobernadores y alcaldes, donde gobierno y oposición van a medir fuerzas de cara a las presidenciales de 2022. Y para eso sí que servirán los talleres Construyendo País.