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Como a Virginia Woolf, ¿quién teme a Alberto Rojas?

Es conocido el debate en torno a la eventual salida del magistrado Alberto Rojas de la Corte Constitucional promovido por una lánguida ponencia de su colega magistrada Gloria Ortiz.

Marco Tulio Gutiérrez Morad, Marco Tulio Gutiérrez Morad
21 de mayo de 2018

Es sin lugar a dudas muy deleznable el proyecto de fallo presentado, cuya razón de decisión se concreta en que en la plenaria del Consejo de Estado que integró la terna para la Corte Constitucional, los consejeros se levantaron gestualmente para manifestar su intención de aprobarla, previamente a la votación secreta en esa corporación, interpretando el reglamento por ellos mismos expedido. Agrega la ponencia que el presidente del Consejo de Estado constriñó a la plenaria compuesta por 23 magistrados de muy alta catadura para que votaran por dicha terna.

Todo esto suscita forzosamente la reflexión en torno a los sórdidos intereses que hay detrás de dicha ponencia, intereses que evidencia la votación hasta ahora escrutada ante dicho proyecto de fallo: 4 votos a favor de la permanencia del magistrado Rojas y 3 votos en su contra.

Curioso que los 4 votos a favor, Alejandro Linares, Antonio José Lizarazo, Cristina Pardo y José Fernando Reyes, sean de los magistrados que, como Alberto Rojas, han defendido contra todos los huracanes la constitucionalidad del proceso de paz y las discusiones político-sociales que del mismo se han derivado. Los 3 votos en contra son, oh coincidencia, de los 3 magistrados que se han opuesto sistemáticamente no sólo al proceso de paz, sino a todo lo que representa las grandes reivindicaciones sociales como genuina inspiración del Estado Social y de Derecho que perfiló la Constitución de 1991. Son ellos, Carlos Bernal, el enemigo acérrimo y confeso del proceso de paz y de los derechos fundamentales tan caros a nuestro inconsciente colectivo; Guillermo Guerrero, exponente de una línea conservadora formado a la sombra de quienes medran en contra de la acción de tutela y del proceso de paz; Y Gloria Ortiz, sobrina política del magistrado Guerrero, (todo queda en familia), elegida por el exfiscal Eduardo Montealegre Lynett, y producto de la mutación que los transfiguró de defensores de la paz a enemigos sin tregua ni cuartel de ese proceso. Se adivina fácil por qué la presencia del magistrado Alberto Rojas en la corte suscita temores para sus detractores de oficio.

¿Será porque fue el único magistrado que defendió el acuerdo final, como un acuerdo especial, en los términos de los Protocolos de Ginebra, dados sus claros contenidos de Derecho Internacional Humanitario y de derechos humanos.

Lo que sucede alrededor de esa ponencia no podía ser más parecido a la famosa obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Woolf?, del dramaturgo estadounidense Edward Albee. En la Corte Constitucional, algo similar pasa. Y la pregunta que surge de la tormenta que ha generado la ponencia, es ¿quién teme a Alberto Rojas?

¿Le temen porque el magistrado Rojas se ha constituido en el defensor sistemático de las minorías, homosexuales, indígenas y afrodescendientes?

¿Le temen los dueños de las explotaciones mineras que reciben el trabajo de los humildes topos hacedores de riquezas a costa de su propia salud y del medioambiente de todos? Decisiones como la del páramo de Santurbán y de Cerro Matoso les cuesta a los opresores, quienes increíblemente tienen eco en el seno de la corporación que representa la defensa de los valores y principios constitucionales.

¿Le temen los tentáculos del poder que se ven menguados por las tutelas cuyas ponencias del magistrado Rojas han defendido la dignidad humana, el mínimo vital, la salud, la educación, la diversidad sexual, étnica y cultural, la supervivencia de los pueblos originarios, etc.?

¿Le temen quienes por su fanatismo y ortodoxia no permiten la libertad religiosa y de conciencia o la igualdad entre iguales porque se creen de mejor casta? Ellos han sido golpeados en lo más profundo por el magistrado Rojas que en sus ponencias han salvaguardado la esencia del ser, el principio que pone a girar al ser humano en el centro del universo y de lo que sucede en su interior y a su alrededor.

¿Le temen quienes no quieren que se convoque al poder en torno al principio de  solidaridad como elemento esencial del Estado Social de Derecho?

¡Oh intereses subterráneos, cuánta locura traería la salida del magistrado Rojas, quien con sus ponencias los ha convocado en favor de las minorías, de los desvalidos, de los que no tienen voz, de los buscadores de esperanza, de la paz y la tranquilidad de un país que busca eliminar para siempre el dolor de la guerra y el olor de la sangre.

Con esa “locura de locos”, como la que podría darse en la Corte Constitucional, se presagia el retorno a las escalinatas, “de los lectores de libros sacros, los pregoneros de milagrerías y los loteadores de paraísos y nirvanas”, que anhelaban la Constitución de 1991. ¿Cuánto perderá el país con la salida del magistrado Rojas, solamente por cuenta de quienes se oponen al balance de pesos y contrapesos de una país que debe aceptarse como diverso, pero nunca como desigual.

(*) Abogado Constitucionalista.