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Fernando Ruiz Gómez  Columna Semana

Tiempos difíciles

Los resultados de las elecciones y las subsecuentes demostraciones de la población muestran que, como van las cosas por el actual camino del Gobierno del Cambio, nunca nos vamos a poner de acuerdo sobre las reformas.

Por: Fernando Ruiz

El Gobierno nacional enfrenta sus horas más oscuras. Poco queda ya de esa euforia después de la victoria del Pacto Histórico en las elecciones presidenciales. La contundente derrota en las regionales terminó de abrir un boquete en su gobernabilidad. Los dos años y nueve meses que le restan pueden ser de tremenda agonía para un país ya muy golpeado o, también, la posibilidad de alcanzar algún acuerdo que permita una transición hacia un funcionamiento más estable, menos ideologizado y más pragmático: lograrlo está solamente en manos del presidente.

Los resultados de las elecciones y las subsecuentes demostraciones de la población muestran que, como van las cosas por el actual camino del Gobierno del Cambio, nunca nos vamos a poner de acuerdo sobre las reformas. La reforma de salud es un perfecto ejemplo: Ya la población tiene claro que el proyecto propuesto es regresivo y nocivo. Un tránsito que -para ellos se preveía fácil por la Cámara de Representantes- se transformó en un calvario para el gobierno: aun si la logran pasar este año, es evidente que en el Senado de la República las cosas serán más difíciles. Sin contar que hasta ahora el gobierno lo ha perdido casi todo en los exámenes de la Corte Constitucional.

Se ha venido incubando una tormenta perfecta: los indicadores económicos de esta semana abren la puerta a un futuro sombrío, ya no solo de corto sino de mediano plazo. Seguimos sin reactivación en los sectores esenciales de la economía, como la industria y la construcción. El comercio, que jalonó tanto durante la pandemia, muestra un agotamiento que posiblemente no va a recuperar en la próxima temporada navideña. Mientras tanto, la inflación sigue castigando a todos los hogares colombianos.

La mal llamada ´Paz Total´ parece moverse en un carrusel donde el país no evidencia resultados. Por el contrario, la inseguridad en las ciudades y los campos; el resurgimiento del secuestro -sumado a la situación crítica y de conflictividad al interior de nuestras Fuerzas Armadas- proyecta una sensación de desgobierno que se percibe ya en la cotidianidad de los ciudadanos y en la desprotección hacia su integridad y la de sus bienes.

Hay un problema generalizado en la funcionalidad y baja ejecución de varios ministerios que se refleja en la pobrísima ejecución presupuestal, pero también se manifiesta en vacancias eternas de órganos reguladores y agencias de dirección del Estado, en la muy limitada instrumentalización de políticas sociales y, en fin, en una pléyade de desaciertos de funcionarios con muy poca experiencia y oficio en la administración estatal.

La respuesta a las problemáticas desde el gobierno no ha sido la de la evaluación, sino la negación de la grave situación; la radicalización y una extensión -muy poco creíble a estas alturas- del retrovisor buscando extender las culpas hacia los gobiernos anteriores. En el interior del Pacto Histórico ya se observan juicios de responsabilidad y enfrentamientos que restan confianza al propio gobierno.

El problema es para todos los colombianos. Aún quedan dos años y nueve meses de periodo presidencial. Es difícil saber qué tanto el país podrá resistir a este paso. El gobierno está en la clara disyuntiva de abrir puertas o continuar en su radicalización. Esta semana dio algún paso “positivo” frente al tránsito de reforma a la salud. Ya lo había hecho en el pasado y en lugar de lograr acuerdos con los partidos, prefirió usar la puerta abierta para ganar tiempo mientras por la puerta de atrás manejaba al congreso: Un caso evidente en su forma de actuar frente al Partido Liberal. La población ya está muy atenta a los representantes que están poniendo de frente sus propios intereses y, aquellos que lo tienen claro, están virando para no asumir el costo político de las elecciones en 2026.

´La mermelada´ hasta ahora parece no haber sido suficiente para la aprobación rápida de la reforma a la salud y esto ha paralizado el trámite de la extensa agenda reformista, entrado el segundo año de gobierno.

Si el presidente quiere que sus reformas avancen y -el país no se le termine de descuadernar-, debería adoptar una visión más pragmática: Revisar la agenda reformista y modular o recoger aquellas que definitivamente no tienen arraigo popular. Pero también examinar el modelo de gobierno y actuar urgentemente sobre aquellos sectores que están en profundo riesgo porque ya manifiestan síntomas evidentes de crisis.

Boric ya lo está haciendo en Chile. Quizá entendió que el mundo no se cambia solo a punta de ideología.

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