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TINTA ROJA

Semana
27 de septiembre de 1999

Si en Colombia los periodistas tuvieran que cubrir la historia de Caperucita Roja, la mayoría
se limitaría a enfocar los charcos de sangre dejados por el lobo, el cuerpo desmembrado y aún tibio de la
abuela, los rasguños simétricos en las paredes y las sábanas salpicadas por la rabiosa ferocidad del animal.
En la habitación del crimen estaría seguramente concentrada la Medusa de micrófonos, cables y cámaras
registrando en vivo la noticia. Algunos estarían lanzando hipótesis sobre los posibles móviles del horrendo
homicidio; otros especulando sobre las huellas de sangre seca dejadas en el umbral de la puerta; y unos más
hurgando en la vida íntima de la vieja para encontrar pistas que permitieran dar con el responsable.
Cubrirían la ficción como cubren la realidad: buscando afanosamente rastros del lobo y retratando en primer
plano el cuerpo inerme de la abuela. Son pocos, demasiado pocos, los que se preguntarían por
Caperucita. Por esa misma razón en nuestros medios los protagonistas de la violencia aparecen y
desaparecen de los titulares según la crueldad de sus actos sin que haya un contexto que los enmarque ni un
hilo conductor que los explique.
Cuando los medios colombianos deberían estar curtidos en el cubrimiento de los hechos violentos y del
conflicto armado, hoy la información que se divulga a la opinión no puede ser más inmediatista, acrítica y
descontextualizada. Y como no existe la necesaria responsabilidad y autorregulación de la prensa, la
fiscalización ética nos está viniendo de afuera. No del gobierno, de la sociedad. Que es aún más inquietante
porque su clamor retumba en nuestra conciencia ética. Los llamados a través de Internet para no comprar
periódicos, los volantes debajo de las puertas que invitan a no prender el radio o el televisor y los comunicados
de los anunciantes que dicen que no van a pautar en los medios cuyo contenido sea violento muestran cómo,
por primera vez en varias décadas, la sociedad está reaccionando de manera organizada frente al cuarto
poder.
Y esta desobediencia civil no es gratuita. En los medios, y sobre todo en la televisión, hay una tendencia
a 'glamorizar' la violencia, a volver espectaculares las escenas de la guerra y a explotar morbosamente
el drama humano con fines comerciales porque así lo exigen los ratings y los márgenes de ventas. En su afán
por conseguir 'la chiva' ha habido una 'robinhoodización' trasnochada de una guerrilla cada vez más
'lumpenizada', anacrónica y arrogante.
Pero también cierto halo redentor de la salvaje contraofensiva paramilitar en su objetivo por 'pacificar' el país.
El 'Mono Jojoy' y Carlos Castaño, los dos rostros más nítidos de la muerte en este país, son quizá las
palabras más citadas en los medios. Sus kilométricas y periódicas entrevistas, sus fotos e imágenes al mejor
estilo 'Calvin Klein', y sus comunicados y declaraciones semanales siempre tienen una resonancia magnífica
en la prensa.
No se trata, ni mucho menos, de que los actores del conflicto armado sean desterrados de los medios.
Son parte importante de nuestra realidad y ameritan sin duda un cubrimiento. Pero en su desmedida
competencia comercial, los periodistas no pueden convertirse en correas de transmisión de los intereses
engatillados de los actores en conflicto o en peones útiles del ajedrez de la guerra.
Los medios son el campo de batalla virtual de esta guerra sucia y su manipulación es el mejor
instrumento de poder que tienen la guerrilla, los paras, el Ejército o el gobierno para avanzar táctica, militar y
políticamente. No en vano el propio Napoleón dijo que le tenía más miedo a unas pocas plumas que a un
millar de bayonetas. Por lo tanto es muy preocupante ver la amplificación televisada de las tomas
guerrilleras de los pueblos (¿son invitados o es que coinciden?) o los grotescos shows en las entregas de
los secuestrados, entre muchos otros espectáculos. Como en la flauta mágica, la mayoría de los medios en
Colombia están desfilando ciegamente detrás de la rentable sinfonía de la violencia mientras se despojan
de su responsabilidad social.
No es bueno tampoco generalizar. Todavía hay algunos _sobre todo en la prensa escrita_ que por fortuna
tratan de ir más allá de la noticia, que invitan al debate y la reflexión, que cuestionan y analizan, y que se
preocupan por profesionalizar el oficio y orientar a la opinión. Pese a estos esfuerzos, los medios de
comunicación están en mora de hacer un gran debate sobre su misión en el contexto de la violencia que azota
al país.
Porque mientras que la mayoría del periodismo no sale del cuadrilátero amarillo de la escena del crimen, son
muy pocos los periodistas y directores que se esfuerzan por buscar a una caperucita para que nos
cuente una historia más completa y humana de lo que sucede en Colombia.

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