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Todo por la patria

Aquí no hay oposición. No la ha hay por lo menos desde el Frente Nacional, por el cual los viejos partidos se repartieron la marrana política sin pensar en los principios

Antonio Caballero
7 de agosto de 2005

Decía el general Álvaro Obregón cuando era presidente de México que "ningún general mexicano resiste un cañonazo de cien mil dólares". Nuestro propio Álvaro de aquí, el presidente Uribe, parece empeñado en demostrar que ningún político colombiano resiste el cañonazo de una embajada. Ni sus rivales por la presidencia, que al verse derrotados no pasaron a la oposición, sino que saltaron sin escalas a la nómina: Horacio Serpa a la embajada en la OEA, Noemí Sanín a la de Madrid. Ni su predecesor Andrés Pastrana, que después de hacer críticas desde lejos -a la 'malsana' reelección presidencial, a la 'capitulación' del gobierno ante los narcoparamilitares- acaba de convertirse milagrosa y fulminantemente al uribismo en cuanto le ofrecieron la embajada en Washington.

¿Por qué? Lo explicó él mismo:

-Por prestarle un servicio al país.

Y veo que hay quien comenta, con la misma solemnidad pomposa con que Pastrana dice eso, que el nombramiento es una "jugada maestra" de Uribe, una "sutil maniobra de alta política". No es que yo no lo crea: es que no creo que lo crean ellos. Porque se trata en realidad, hasta a ojos del más lerdo, de una maniobra desvergonzadamente grosera. Los ministros del presidente Lula da Silva en el Brasil andaban sobornando opositores con maletas llenas de dólares. Aquí, el presidente Uribe se contenta con sacarse embajadas del bolsillo. Es exactamente la misma politiquería y la misma corrupción que prometió combatir para ser elegido, y gracias a las cuales pretende ser reelegido. Lo decía hace unas semanas el propio Andrés Pastrana:

-No es sano para una democracia que un gobernante esté comprando conciencias para aprobar la reelección.

Ahora bien: Si Uribe compra conciencias, será porque las conciencias se venden ¿no? Pues resulta que no. Vuelve a explicarlo Pastrana:

-Ni el Presidente me compró la conciencia, ni yo le vendí mis principios.

Pasemos con delicadeza sobre esas grandes palabras. Pero el episodio, envuélvaselo en las palabras en que se lo envuelva, viene a confirmar la existencia de una seria carencia de la llamada democracia colombiana: aquí no hay oposición. No la hay por los menos desde los pactos del Frente Nacional, hace medio siglo, por los cuales los dos viejos partidos se repartieron fraternalmente la marrana política y presupuestal, los puestos y los contratos, independientemente de los principios, si es que existían, para no hablar de las conciencias. Comprada la oposición política -o, si se prefiere, cooptada- no quedó más que la deliberadamente marginada y excluida, que de inmediato fue calificada de subversiva. El mismísimo Andrés Pastrana se quejaba de eso hace muy poco, justo antes de que la oferta de Uribe le abriera los ojos a la verdadera fe.

Pero a ustedes, lectores, que no son políticos profesionales como Uribe y Pastrana, ¿les parece serio todo esto? ¿Y no les da un poco de vergüenza, de vergüenza -para usar una palabra de la cual nuestro Presidente ha abusado hasta la náusea- de vergüenza de patria?

En fin. Tal vez le estoy dando excesiva importancia a un incidente minúsculo y mezquino del secular clientelismo colombiano. Tal vez estoy exagerando. Si no escribí columna cuando Uribe le dio puesto a una hija de José Name en la embajada ante las Naciones Unidas en Nueva York, ni tampoco cuando nombró a un hijo de Alberto Santofimio en la embajada en París, no veo por qué me estoy escandalizando ahora de que esté mandando a la embajada en Washington a un hijo de Misael Pastrana.

O bueno, sí lo veo: por vergüenza de patria.

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