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Todos en la misma barca

Ninguno de quienes vivimos en este país ha experimentado una crisis parecida. La solidaridad es más apremiante que nunca.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
26 de marzo de 2020

l Gobierno ha puesto en marcha una estrategia similar a la que han adoptado la generalidad de los países: confinamiento masivo, aunque no absoluto, de la población, restricciones severas a la movilidad, seguimiento de las personas sospechosas de estar contagiadas, o que ya lo están y de sus contactos. Es una política acertada.  Busca reducir la velocidad de expansión del virus, procurar que durante este lapso nos podamos dotar de más elementos de diagnóstico y terapia, y prepararnos mejor para afrontar la demanda, que probablemente será súbita y elevada, de servicios hospitalarios. Solo una sugerencia: convendría convocar a los estudiantes de ciencias de la salud con el fin de que se incorporen a las brigadas de médicos y paramédicos que pronto, quizás, estarán en la primera línea de defensa.

Que las medidas adoptadas en el campo de la salud sean acertadas no significa que, con certeza, vayan a tener éxito. Puede que  el encierro colectivo vigente no sea suficiente y que haya que prorrogarlo, con o sin modificaciones, o restablecerlo en el futuro. Una menor exposición de la población al virus, derivada del confinamiento, reduce, paradójicamente, las dinámicas de auto inmunización. A esa incertidumbre sobre los efectos de la pandemia, se contrapone la certeza de que habrá costos económicos elevados, los cuales, por el momento, es imposible establecer.

Se han puesto en marcha mecanismos para garantizar un cierto nivel de ingresos  a las familias, que operan de manera diferente para quienes se encuentran en la informalidad y para quienes tienen empleo. En el caso de los primeros, se opera mediante la reconducción del gasto previsto en los presupuestos estatales, o  por el canal de créditos concedidos al Gobierno por el Banco de la República.  

Para proteger los ingresos de los trabajadores formales, la fórmula elegida es indirecta:  consiste en estabilizar, a través de distintos mecanismos, los flujos de caja de las empresas. Conviene reconocer que aunque para muchas sus ingresos se han contraído un buen número ha decidido seguir pagando los salarios, una manifestación encomiable de solidaridad.

Como resulta popular decir que al sector financiero le corresponde ahora “salvar el país”, es pertinente explicar su funcionamiento a fin de que se comprenda mejor qué está a su alcance hacer (que es mucho)  y qué no. En cualquiera tiempo, pero en especial en circunstancias extraordinarias como las actuales, el Emisor entrega al Estado y al sector privado dinero que antes no existía y que proviene del privilegio de emisión monetaria que es uno de sus principales atributos.  En este segundo caso, lo hace a través de los bancos que lo utiliza para atender, junto con su propia caja, sus obligaciones con depositantes y ahorradores, y la demanda de préstamos o su prórroga.

 Decir que así se “les ayuda a los bancos”, cuando de lo que se trata es de “ayudarle a la gente”, implica no entender el papel que cumplen como operadores del sistema de pagos, gestores del ahorro financiero de la comunidad y proveedores del crédito que hogares e instituciones requieren para prosperar o afrontar dificultades.

Aún cuando los bancos manejan la liquidez de la economía son estructuralmente ilíquidos: sus pasivos a la vista con depositantes y ahorradores suelen ser mayores que sus activos exigibles (préstamos de plazo vencido e inversiones líquidas). Por eso si se les impide cobrar  los préstamos -mediante una moratoria masiva- es posible que no puedan atender los retiros que sus clientes demandan sin nuevos apoyos del Banco de la República. En esa hipótesis extrema, éste tendría que concederlos en casos individuales. Pero si esa fuese una solicitud generalizada de la banca estaríamos cerca de una crisis financiera. ¡Cuidado. La inflación, que erosiona los ahorros y los ingresos, puede ser tan dañina como el coronavirus!

Dicho lo anterior, es obvio que muchos deudores no pueden, en las actuales circunstancias, atender sus obligaciones y que es indispensable refinanciarlos, incluso a tasas menores. Esa es la tarea de los bancos. Esperemos que la realicen con buen criterio. De ello depende que sobrevivan a la crisis sin un deterioro  de sus patrimonios.

No faltará quien proponga establecer controles de precios de los bienes básicos. Sería un error hacerlo. La producción nacional de alimentos, tanto como las cadenas logísticas que los ponen a disposición de los consumidores, funcionan con eficiencia. Los ciudadanos deberíamos confiar en que no habrá restricciones severas en el abastecimiento y, por lo tanto, deberíamos comprar con prudencia. El comercio, a su vez, está haciendo la tarea de racionalizar la oferta. Eso debería bastar, sin perjuicio de que los acaparadores sean sancionados. Los controles de precios generan ineficiencia, politización y corrupción. Es mejor dejar que el mercado opere bajo la siempre necesaria supervisión estatal. 

Escucho en los noticieros del miércoles en la noche que tenemos 480 enfermos, 4 muertos y 8 personas restablecidas. Con esas cifras habría que concluir que el problema es relativamente pequeño y que lo estamos combatiendo con algún éxito. Falso. La proporción de la población que porta el virus es mucho mayor que la que ha sido diagnosticada como infectada, como también lo es aquella que, en cuestión de días, y en la medida en que se vayan cumpliendo los periodos de incubación, va a demandar atención hospitalaria. Por eso es urgente que el Gobierno (que para hacerlo cuenta con adecuado respaldo técnico) divulgue sus escenarios sobre la evolución de la crisis. Si no lo hace, cuando la epidemia se manifieste con plena intensidad la gente podría creer que se le ocultó la gravedad del problema.

Briznas poéticas. En la duermevela nocturna me llega, desde tiempos idos, la voz de Pablo Neruda: “Hemos perdido aun este crepúsculo. / Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas / mientras la noche azul caía sobre el mundo. / He visto desde mi ventana / la fiesta del poniente en los cerros lejanos. / A veces como una moneda / se encendía un pedazo de sol entre mis manos…/ Entonces, ¿dónde estabas? ¿Entre qué gentes? / ¿Diciendo qué palabras?”