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¿TOFT SE QUEDO CORTO?

Los hechos ocurridos después de su declaración, no han hecho sino darle la razón a Joe Toft.

Semana
14 de noviembre de 1994

COMO DECIMOS LOS ESCRITORES MAS originales, ríos de tinta han corrido tras las declaraciones en el noticiero Q.A.P.
del ex director de la DEA en Colombia, el ya popular Joe Toft. A algunos les pareció una cobardía que el agente antinarcóticos hubiera resuelto hablar cuando ya tenía un pie en el estribo; otros lo consideraron una intromisión inaceptable del imperialismo yanqui en nuestros asuntos internos; algunos más lo calificaron como una mentira burda, y no faltaron quienes estuvieran de acuerdo, en todo o en parte, con la escalofriante frase que le dio la vuelta al mundo: Colombia es una narcodemocracia.
Las primeras reacciones en el exterior fueron las previsibles. Para algunos no hubo novedad en esa expresión, pues la mala fama que tenenos ha hecho que mucha gente estuviera segura de eso, antes de que el buen Joe lo dijera. Otros lo consideraron más o menos exagerado. Pero lo único cierto es que todo el mundo ha estado pendiente de lo que sucede en Colombia después del garrotazo del ex policía estadounidense, y hay que ser demasiado nacionalista para no darse cuenta de que los hechos posteriores no hacen sino darle la razón a Toft, hasta el punto de que alguien muy suspicaz puede llegar a pensar, incluso, que se quedó corto.
De entrada hay que desembarazarse del complejo de que cuando se habla de narcodemocracia se está hablando de narcogobierno. No es así. Pero el que Ernesto Samper no tenga nada que ver con el narcotráfico (el propio Joe Toft lo dijo, obviamente, en la entrevista) no significa que ese hecho haga al país inocente de los cargos.
¿Quién está en capacidad de explicarle a un extranjero que el Congreso de la República de Colombia estuvo a punto de aprobar un proyecto de ley sobre enriquecimiento ilícito y testaferrato, abiertamente favorable a los narcotraficantes, y que todo esto sucedía mientras el Ministro de Justicia iba en su carro rumbo al Parlamento para discutir el tema?
¿Quién es capaz de justificarles a los sorprendidos diplomáticos gringos la razón de ser de la hostilidad de los parlamentarios colombianos como respuesta a sus gestiones de lobby ante el legislativo, la misma que se les exige a los diplomáticos colombianos en Washington cada vez que el Congreso estadounidense aborda un tema que nos interesa?
¿Quién es capaz de justificar que uno de los participantes en el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla-crimen insignia del inicio del narcoterrorismo en Colombia-fuera considerado por el sistema penitenciario colombiano como alguien con derecho a salir de la cárcel regularmente, y que, además, fuera también capaz de hacerlo sin el permiso de las autoridades carcelarias, como ocurrió en el famoso episodio de La Calera?
¿Quién tiene los argumentos suficientes como para explicarle al mundo que agentes de la Fiscalía fueran sacados a patadas de la cárcel de La Picota, donde están detenidos muchos de los más importantes delincuentes vinculados a los crímenes relacionados con la narcoviolencia, cuando fueron a hacer una inspección rutinaria? (Eso para no hablar del hecho de que los presos estaban completamente vestidos y sus celdas impecables cuando llegó la visita 'sorpresa' de los fiscales, a medianoche)...
Y eso son apenas algunos de los hechos sucedidos después de que el petardista Toft hubiera detonado su carga de profundidad. Si se le suma a eso todo lo que ha pasado antes, el panorama que se proyecta hacia afuera es tétrico, por decir lo menos. Desde el ataque al Ministro de Defensa cuando va a visitar un laboratorio de cocaína ya incautado, hasta la purga en la Policía. Pues en ese caso el análisis doméstico es que el gobierno se puso los pantalones y cortó el mal de raíz, pero lo que se ve desde lejos es la tremenda capacidad de infiltración de los delincuentes.
Bajo esa óptica, por tanto, no se ve muy lúcida la decisión de responder a la dureza estadounidense replanteando la relación de colaboración con la DEA, o endureciendo los términos de la relación como retaliación por las insinuaciones, pues esto puede tener el efecto negativo de verse como una prueba de que sus sospechas frente a Colombia tienen fundamento.
Ni tampoco es del todo criticable que los gringos estén dudando de la política de sometimiento que apoyaron en otras épocas. En el pasado ellos aceptaron las entregas voluntarias de los narcos porque no creían en nuestra justicia pero sí en nuestro sistema carcelario; pero los hechos ocurridos desde la fuga de Pablo Escobar hasta la salida a rumbear de Byron Velásquez les tiene que haber hecho cambiar de opinión. Y uno no tiene cara para decirles que están equivocados.-

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