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TRABAJO HUMANITARIO

Semana
19 de julio de 1999

Sorprendido todos los días, incómodo en el propio país (donde, por lo menos, uno no es
extranjero), me aterra ver cómo los medios han trocado los términos y han denominado 'trabajo humanitario' a
una reunión de rescate de secuestrados, en que participan el humillado gobierno nacional, los eternos
candidatos a la figuración y los propios secuestradores embozados. Humanitarios no son, en esa mesa, todos
los que están. Los que han privado de la libertad a las personas, los que han ofendido de manera grave su
dignidad, los que negocian con su vida y con los sentimientos familiares _así argumenten razones
políticas_ no son humanitarios. Casi diría que no son humanos. A muchos de ellos tendremos que tolerarlos
más tarde como ministros de Salud Pública o de Educación Nacional, cuando no en calidad de
constituyentes para la elaboración de una nueva Carta, que regirá nuestro oscuro futuro en el siglo XXI. La
reinserción de los violentos es un hecho que no podemos desconocer y del cual, aunque se hable poco,
vamos a vivir los años venideros, hasta que nos acostumbremos y lleguemos a colgar sus retratos al óleo en
las oficinas públicas. Cuando yo recuerdo los asesinatos cometidos por el general Santander, héroe de la
patria, pienso que no me gustaría trabajar en un despacho que presidiera su efigie de 'hombre de las leyes'.
La ejecución sumaria y precipitada del jefe realista, de sus oficiales y soldados, para sorpresa de Bolívar,
me descalifica al robusto general, luego llevado a estatua con cintura de sílfide y apostura galana. Como
tampoco podría pisar la Cuba de Castro, mientras el dictador viva con la conciencia sucia por la ejecución
sumaria de sus enemigos políticos y de sus propios amigos. Mucho menos me dejaría colocar la tenebrosa
mano sobre el hombro, como acostumbra reducir el comandante caribeño a sus contertulios, llámense
Gabo, López Michelsen, Hernando Santos o Pastrana.Ser humano es una condición de nacimiento. Ser
humanitario es calidad que se desarrolla en una adecuada formación. Y no se requiere ser humanista para
ser humanitario, aunque todos los humanistas lo son, sin defecto. Va muy ligada una mala formación _pese
a alguna regular información_ a la crueldad, a la violencia, a la tendencia a practicar en el semejante lo que a
nosotros nos dolería, moral o físicamente.Todo esto dentro del más canallesco egoísmo natural, como devora
una mapaná a un animalejo menos astuto, pero igualmente sensible; como atrapa el tigre a la cría más tierna
del venado. Es decir, hay quienes parecen haberse educado en los increíbles videos del National
Geographic, sin estar advertidos de que en ellos había una dosis no propiamente moderada de sexo y
violencia selváticas. "El hombre, como el huevo, en nidos de dolor será serpiente, en nidos de piedad será
paloma", decía, incluyendo una explicación social, el olvidado maestro Guillermo Valencia.Digamos, pues,
que es labor humanitaria (vamos) la que desarrollan los secuestradores en sofisticadas mesas de trabajo,
con los acorralados funcionarios, a su vez, acosados por las familias de los plagiados y por el desastre
nacional. Y con algunos invitados extranjeros no demasiado significativos, así como en la compañía de los
que no pueden faltar para que los vean, más la Iglesia, que se halla en todo (es, en esta ocasión,
secuestrada, liberadora y castigadora). Hay otros que por mostrarse humanitarios ante la comunidad
internacional, fusilan a los suyos que, a su turno, han fusilado, redoblando la crueldad de gatillo en que se
vive y muere en la selva profunda. Los comunicados no deberían ser encabezados por las calumniadas
'montañas de Colombia', sino más bien por las 'selvas profundas de Colombia', dando a entender que así
como hay riqueza de fauna nacional, hay también especies humanas, dignas de ser exhibidas en los
zoológicos del terror. Cada situación que se vive en Colombia es peor. Primero fue la presidencia de un
economista, que despreciaba a los abogados, el cual, con la iniciativa de un recién egresado de jurídicas,
sometió a todo un cuerpo constituyente (no propiamente pluralista, pero al que adornaron con dos o
tres indígenas multicolores), hasta que se logró, entre todos, enterrar una venerada Carta Política, que
hoy lloran tardíamente los mismos que la feriaron en julio de 1991.Hoy nos preparamos para algo irremediable:
una nueva Constitución negociada en esa selva profunda, entre el chillido de las iguanas y el silbo de la
mapaná. ¿Cuánto puede durar una Ley Fundamental nacida del hostigamiento y la violencia?Y como en el país
se pasa de la crueldad al humanitarismo, seguramente se nos va a imponer, con el fusil en la nuca, una
Constitución plagada de derechos humanos.

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