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Último llamado II

Una reforma tributaria concebida para que opere de manera progresiva y escalonada podría disminuir la desigualdad en el país medida por el Gini, del 0,53 al 0,47.

Daniel Niño Tarazona
8 de mayo de 2021

Mientras que la política monetaria es la sangre que irriga, oxigena y nutre adecuadamente a la economía, la política fiscal es el sistema nervioso que se encarga de recolectar, regular y trasmitir los recursos requeridos para que exista política social, educativa, de seguridad, de salud, productiva, económica y todo lo demás. El éxito o fracaso de un Estado empieza por su política fiscal, y podría decirse que sin una política fiscal sostenible, tarde o temprano, todo lo concerniente a un país queda en entredicho.

Por más de dos décadas en Colombia hay un absoluto consenso en que el sistema tributario, del que parte la política fiscal, no es eficiente, es complicado y confuso, no es efectivo, es inequitativo y desbalanceado. Por ende, a nadie le extraña que se diga que el problema es estructural, pero aun así, de forma incoherente, las únicas reformas que se pueden hacer son cosméticas y parciales.

Entre otras, porque en el país de “usted no sabe quién soy yo” a la hora de pagar impuestos todos somos clase media, y hay que rechazar las reformas tributarias porque siempre afectan a los más pobres, porque la plata se la roban y porque el Estado no funciona adecuadamente, luego mejor no contribuirle.

El asunto viene de muy lejos en nuestra historia. Desde cuando Dios creó el trabajo como castigo, y ningún noble de alcurnia podía acceder a tal reconocimiento si había tenido la deshonra de tener que trabajar. Por demás, el privilegio de su título era no pagar impuestos, sino recibirlos. Sin embargo, sin una bonanza extractiva a la vista, el país no solo tiene que proponerse dar un ‘estartazo’ productivo, sino que con urgencia debe acometer una agenda de reformas que empiezan pero no paran con la tributaria.

El país tiene que superar las mezquindades políticas de sus líderes porque, de lo contrario, se asoma a un abismo económico más bien similar al de Brasil, cuyo ejemplo sirve de forma elocuente para entender que las reformas que no se hacen también se pagan y ‘empobrecen’ mucho más que las reformas que sí se hacen. Tras una significativa bonanza de materias primas y un esplendor económico impulsado por la demanda interna, con crecimientos de la clase media y una reducción sustancial de la pobreza, el fortalecimiento y crecimiento de la banca pública, una política de generosos y amplios subsidios, el Brasil de la tierra prometida, de los BRICS (el grupo de promisorias economías integradas por Brasil, Rusia, India, Corea y Sudáfrica) y el anfitrión de un Mundial de fútbol se enfrentó al fin de dicha exuberancia.

Como casi toda Suramérica, el país ya presenciaba en 2013 el problema de tener varias fuentes de ingresos, que resultaron siendo transitorias, pero que financiaban gastos permanentes. Las tensiones sociales de un modelo económico agotado y estancado en Brasil derivaron en crisis política, lo cual, junto con una insoportable corrupción y crisis de confianza de los inversionistas, se tradujo en el apuro de hacer reformas. Pero nadie está para pagar las facturas cuando la fiesta es al debe o ha sido por años casi que gratis. Cuando más imperativo es hacer reformas, más imposible es que alguien acepte asumir los costos de ellas. Brasil se quedó con la crisis política, el deterioro social y el estancamiento económico. ¡Ah!, y el empobrecimiento colectivo.

Brasil
Brasil | Foto: GettyImagesNews/Alexandre Schneider/Fotógrafo autónomo

Sin embargo, parte del impacto severo se dio en lo que más les duele a los más pobres y la clase media: en la inflación y en las tasas de interés. Las tasas de interés de Brasil subieron en los bonos a diez años del 9 por ciento a más del 16 por ciento. La inflación y las tasas de interés no hicieron más que sumir al país en una crisis económica más profunda, dejando de crecer por cuatro años, y pasando de un desempleo del 6 por ciento al 14 por ciento.

Tampoco se salvaron los más ricos. La tasa de cambio que siempre mide el termómetro de cualquier deterioro económico hizo que sus patrimonios valorados en dólares se redujeran a un tercio. Entre 2013 y 2015, la tasa de cambio en Brasil pasó de 2 reales por dólar a 4 reales. Con la pandemia, todo no ha hecho más que empeorar. La tasa de cambio llegó a coquetear los 6 reales por dólar hace un año.

Desde cuando el acto legislativo 01 de 2001 modificó el sistema general de participaciones de los Gobiernos locales en Colombia, nunca se había requerido de toda la vocación patriótica de los congresistas para hacer lo que le conviene al país y no lo que le conviene a sus intereses electorales inmediatistas.

3 centavos: hoy en día es más regresivo no cobrar el IVA que cobrarlo. Si no se puede gravar con IVA la canasta familiar por el temor a que no se compensen los millones de hogares pobres y vulnerables, entonces que se cobre a los estratos 5 y 6, pues para eso ya existe la inteligencia de datos, y esos hogares no superan los 400.000.

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