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Un muerto sin sepulcro

Arafat fue siempre un palestino perseguido y refugiado, un palestino perseguido hasta en sus campos de refugio, es decir, un palestino común

Antonio Caballero
14 de noviembre de 2004

Acaba de morir, lejos de su tierra prometida, Yasser Arafat, el histórico fundador de la todavía inexistente Palestina. Lo despidieron con honores militares en Francia, le hicieron en Egipto funerales de aparato con asistencia de reyes y presidentes. Lloró por él el mundo árabe. En la remota isla de Cuba pusieron las banderas a media asta. Opinó tal, declaró cual, dijo tal cosa tal otro. Hasta el autista presidente de los Estados Unidos farfulló: "Que Dios bendiga su alma".

El gobierno israelí de Ariel Sharon, viejo enemigo del rais Arafat y que bastantes veces intentó asesinarlo (y quizás lo consiguió al final, dado lo misterioso de la enfermedad venenosa que acabó con su vida) se negó a permitir que lo enterraran en la ciudad vieja de Jerusalén, donde había nacido, hoy ocupada por Israel. Y se opuso también en un primer momento a que lo sepultaran en Ramala, la cañoneada y bombardeada y semidestruida capital de la fantasmagórica 'Autoridad Palestina' que presidía el difunto. Sharon quería que se arrojara el cadáver de Arafat, como el de un perro, a alguna fosa común de anónimos muertos palestinos excavada en algún sitio de la Franja de Gaza, uno de los territorios invadidos por el ejército israelí en 1967. Pero al final cedió, y dejó que le abrieran una tumba "digna de un jefe de Estado" bajo las ruinas de su palacete gubernamental de Ramala demolido a cañonazos, donde Arafat había pasado los últimos tres años de su vida sitiado por los tanques israelíes que le habían cortado la luz y el agua.

¿Una tumba "digna de un jefe de Estado"?

Si eso es justamente lo que Yasser Arafat nunca consiguió llegar a ser. Fundó un partido político y militar, Al Fatah, en 1957, se hizo con la dirección de la Organización de la Liberación de Palestina, OLP, en 1969: sus compatriotas lo eligieron en 1993 presidente (el único líder árabe democráticamente elegido) de la Autoridad Palestina que, en teoría, gobierna los territorios ocupados o semiocupados por Israel. Pero nunca llegó a ser jefe de Estado por la sencilla razón de que no existe un Estado palestino. Ni Israel tolerará jamás que exista, ante la pasividad hipócrita del mundo y con el respaldo irrestricto de los Estados Unidos.

No habrá, si no lo ganan los palestinos, o, mejor, si no lo recuperan, ni un Estado, ni una tierra, ni una casa, ni una huerta, ni una paloma siquiera que sean de los palestinos. Seguirán siendo demolidas sus viviendas por el ejército israelí, talados sus olivares, arrancados sus árboles frutales, cegados sus pozos de agua, cortados sus caminos, sellados sus hospitales, clausuradas sus escuelas, voladas sus mezquitas, apresados sus jóvenes, asesinados 'selectivamente' sus dirigentes, congeladas sus cuentas bancarias. Y cerrado su espacio por un muro de cemento de diez metros de alto, como el de una cárcel.

Yasser Arafat luchaba contra eso. Inepto, torpe, corrupto, vanidoso, venal. Pero luchaba contra eso. En su propia mezquindad, su enemigo Sharon tenía razón cuando quería que lo enterraran en una fosa común de algún campo de refugiados de la Franja de Gaza. No para humillarlo: sino para ensalzarlo. Arafat fue siempre un palestino perseguido, un palestino refugiado, un palestino perseguido hasta en sus campos de refugio. Es decir, un palestino común, o de fosa común. Es en la fosa común del fracaso, pero también de la justicia, donde debe descansar Yasser Arafat.

Para que lo entiendan hasta sus enemigos: de Moisés, aquel rais de los judíos que hace cuatro mil años los levantó, o eso cuentan, contra la opresión de los egipcios, dice el escriba de la Biblia: "Nadie hasta hoy ha sabido su sepulcro".

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