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¿Un país mezquino?

Muchos salieron a decir que Fernando Araújo era una especie de fenómeno que hay que tener bajo observación por insanidad mental.

Semana
24 de febrero de 2007

Confieso que durante varios minutos la noticia del nombramiento de Fernando Araújo como nuevo Canciller me dejó boquiabierta. Pero no fue sino un momento, porque luego todo comenzó a cuadrar a la perfección.

1- Su designación tuvo la magia de ponerle inmediatamente cara al drama del secuestro en Colombia. Y no es que no la hubiera tenido antes: ahí está Íngrid, cuyo cautiverio se ha convertido en Francia incluso en tema de debate presidencial, pero con una diferencia con Araújo: que Íngrid, por ahora, no puede viajar por el mundo relatando su odisea.

2- Pero, además, el nombramiento de Araújo le pone un poco de orden al naturalmente anárquico dolor de los familiares de secuestrados, que con frecuencia le asignan al gobierno una responsabilidad que sólo tienen las Farc: la de haberlos apartado de sus seres queridos.

3- También se convierte en una respuesta frente a la actitud miope de muchos países del mundo que hoy, por razones obvias, ven a Colombia más untada en el fenómeno paramilitar que víctima de la agresión guerrillera. Ahora tendrán en el Canciller colombiano a un hombre capaz de contarles la dimensión del calvario que significa vivir en un país donde están más del 80 por ciento de los secuestrados que hay en el mundo.

4- De casualidad, el Ministro además lleva el apellido de la ministra saliente, aunque no sean ni primos, y además es costeño, lo que significa para la Costa, la zona más castigada y desprestigiada por los primeros escándalos de la para-política, la posibilidad de seguir representada en el gabinete. Moñona.

Mejor dicho: si alguien se hubiera dedicado a diseñar el perfil de un canciller más apropiado para las circunstancias que atraviesa el país, no lo habría hecho tan perfecto.

Pero de inmediato, una mezquindad que muchos en este país llevan por dentro se exteriorizó. No fueron pocos los que salieron a decir que como Araújo había estado secuestrado seis años, era una especie de 'fenómeno' al que se le debería mantener en observación, y privado del derecho de ser nombrado ministro mientras no nos diera una explicación satisfactoria de su grado de sanidad mental.

Hubo columnistas que hasta fueron a revolver los archivos de País Libre para encontrar argumentos y síndromes que permitieran alegar que aunque ahora está en libertad, Araújo debería continuar un tiempo más secuestrado, pero ahora de la necesidad -que no resuelve él sino que le imponen unos extraños- de recomponer sus lazos familiares en lugar de gastar este momento de su vida en aceptar el ofrecimiento de Uribe de representar a Colombia en el exterior.

Es decir, no fue suficiente que las Farc le hubieran robado a Araújo seis años de su vida, sino que ahora también le vamos a impedir que invierta su recuperado futuro en lo que a él le venga en gana.

Y como Araújo, desde cuando se bajó del helicóptero que lo trajo a la libertad en Cartagena ha dado muestras de una serenidad y de una ecuanimidad en sus declaraciones que pocas personas habrían tenido en una situación semejante, les resultó mejor graduarlo de sospechoso, porque sus últimos seis años no los vivió como nosotros, sino como sus captores lo obligaron a que los viviera.

Ni siquiera se ha enredado dos segundos en el dilema entre el intercambio humanitario o el rescate militar de los secuestrados. Solidariamente con las personas que están en cautiverio es partidario del primero, pero considera que no es excluyente del segundo, que en cambio, de prohibirse, le daría al delito del secuestro un manto de impunidad consistente en que cualquier secuestro que se haya producido o se produzca en el futuro bloquearía automáticamente la acción de la Fuerza Pública. La distorsión de este concepto de que ambas fórmulas confluyen, Y no se excluyen, llevó a la hermana de Íngrid Betancourt a afirmar la semana pasada que si es cierto, como sugirió el presidente Uribe, que a Íngrid la sacaron del país, sería algo que habrían hecho las Farc con el propósito "de protegerla" contra la posibilidad de un rescate militar. Pero definitivamente hay maneras mucho más efectivas que esa para proteger la valiosa vida de Íngrid.

Es probable que Fernando Araújo jamás se hubiera imaginado que la terrible experiencia de su largo secuestro le diera, de manera muy sui generis, las credenciales para ser Canciller. Todavía le falta por entender bien en qué consiste el conflicto territorial de Colombia y Nicaragua, cómo funciona el Congreso norteamericano y cuáles son los mejores canales para llegarles al corazón a los países europeos. Sé que ya está en eso y no dudo que muy pronto podrá darnos clases, porque por fortuna, esas son cosas que se aprenden y si no, pregúntenle a Noemí, a María Emma, a Carolina Barco y a la 'Conchi'.

Pero en este país de gente mezquina hay varios empeñados en sostener que después de un secuestro, quien haya logrado superarlo adquiere el irremediable estatus de ex secuestrado. Y un ex secuestrado, según esos patrones, es un hombre que no puede recuperar su vida porque ha quedado bajo sospecha de ser un inhábil mental.


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