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UN POCO DE SAL

Bergenson dice, en su formidable tratado, que la verdadera diferencia entre el hombre y la bestia es el sentido del humor.

Semana
30 de octubre de 1989


Cada semana me resulta más difícil escribir esta página. Rodeado, como todo colombiano, por un océano rojo de violencia; agobiado por tantas angustias, acorralado por una realidad que se vuelve cada día más terrible, confieso con melancolía que ya casi no tengo ni ánimos para escribir mis tonterias, cuentos de San Bernardo del Viento, episodios intrascendentes, cuyo único objetivo es ponerle un poco de sal a esta vida.
Los motivos, a veces, son también de carácter físico: de dónde diablos saca uno tiempo, fatigado por el esclavizante trabajo de la radio, para escribir unas cuantas líneas que, a pesar de todo, lo reconfortan y reviven. La radio, en Colombia, se ha vuelto una devoradora de hombres, como una máquina de moler gente, o como esas fabulosas plantas carnívoras que salian antes en las películas de Tarzán, y que se engullian sin masticarlo a uno que otro pigmeo africano o a un cazador europeo.
Pero la mayoría de las veces lo que me hace dudar de la conveniencia de escribir estas fantasias semanales es la vida que estamos viviendo. Hay ocasiones, lo admito, en que me siento culpable, como el avestruz que esconde la cabeza en el suelo. O como Nerón, que seguia tocando el arpa, plácidamente, mientras Roma ardía.
A pesar de esa sospecha, sin embargo, me niego y me voy a seguir negando rotunda y tercamente, a hacerle concesiones a la prosaica realidad del mundo. Me ufano de no haber dedicado esta columna a los temas de actualidad, a los sucesos reales, a los bandazos de la política, a los vaivenes de la economía ni a los estragos de la violencia. Para eso hay mucha gente lista y juiciosa.
Siento que me estoy desnudando en público si digo que esta columna ha sido mi oasis semanal, mi refugio, el capuchón de disfraz con que le saco el cuerpo a la dureza de la vida cotidiana. Me divierto escribiéndola, y, encima, me pagan por hacerlo.
¡Abajo la realidad! ¡Viva la fantasia! ¡Loor a la imaginación! Por eso, y aunque mi madre diga que a veces parezco un bobo, porque hablo de unas cosas que no le interesan a nadie, y porque siempre estoy mirando para el otro lado, hoy decidí recoger unas breves historias, recientes, de mis amigos, que me han hecho esbozar una sonrisa. Quiero compartirla con ustedes. Bergson dice, en su formidable tratado, que la verdadera diferencia entre el hombre y la bestia es el sentido del humor.
De lo contrario, todos seríamos iguales a la hiena, que se ríe de su propia carroña. Bendito sea Rabelais, ese macondiano de Francia, según el cual la inteligencia humana no está en el talento, sino en la gracia.
Juancho Arango: político ilustre, alcalde de Cartagena, natural de Colosó, oftalmólogo de pobres, contador de cuentos, conversador insuperable. Era, además, y aunque sólo haya venido a descubrirse después de su muerte, un escritor clandestino. Su hija me hace llegar los originales de unas historias.
En ellas me encuentro este apunte perverso y formidable: "El pueblo estaba en mucho movimiento y se oían vivas al partido liberal y abájos a los godos. Se notaba una gran tensión, ya que en las últimas elecciones se vio en Colosó, por primera vez, una muestra de paridad política: habían matado a un liberal y a un conservador..."
Julio Nieto, que es un pensador distraído, al que sus compañeros llaman "Neptuno", porque siempre está a cinco mil millones de kilómetros de la Tierra, es un hombre perseguido por angustias existenciales. Se ha convertido, obviamente, en cliente de la psiquiatría.
--El otro día -- me cuenta Julio, con su seriedad de cara de palo--fui a visitar a un psicólogo. Me esperó en la puerta del consultorio. Le vi aspecto como de extraño. "¿Cuál es su problema?", me preguntó, sin saludarme. "Que sufro un caso de doble personalidad", le dije, y él, abriéndome paso en la puerta, agregó: "Perfecto. Sigan ustedes, siéntense y hablamos los cuátro..." .
Y Anguleto, artista, cineasta, devorador de libros, aficionado a leer en latín la historia científica de las orquídeas, fotógrafo como no hay otro, motociclista con casco y chaqueta negra después de viejo, regresa de un viaje por la Europa Oriental. Lo envidio porque vio de cerca ese fogón hirviente del mundo: éxodo de Alemania Democrática, nuevas flores que florecen en Hungría, el despíporre de la dictadura polaca, la perestroika soviética.
--¿Ya supiste lo que conversan dos señoras rusas, en la Plaza Roja de Moscú?--me pregunta Anguleto, por el teléfono.
--No--le digo, y espero su historia.
--Una de ellas--dice Anguleto--le pregunta a la otra: "¿Tú crees que el comunismo lo inventaron los políticos o los científicos?".
--Los políticos, sin duda alguna--contesta su amiga--Si lo hubieran inventado los científicos, lo habrían ensayado antes con perros...
Una pizca de sabor a esta vida. Eso ayuda y reanima. Es muy duro vivir la realidad como para tener que escribirla también...

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