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Un reyezuelo sin alas

Duque prefiere que le digan pusilánime y títere antes que enfrentar la ira de Uribe. Tal es el tamaño de su miedo.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
11 de julio de 2020

Al presidente Duque se le está escapando el país de entre las manos, si es que alguna vez lo ha tenido. Desde que llegó al poder, gobierna como un niño asustado que nunca terminó de destetarse.

Pudo haber utilizado el poder para unir a los colombianos en estos difíciles momentos y crear puentes con la oposición con el propósito de que saliéramos de esta pandemia sin tantos estropicios, pero por temor a desatar la ira del presidente eterno no lo hizo.

Para evitar contrariarlo, Duque ha preferido utilizar el temor al contagio que tenemos todos los colombianos para maquillar sus propios miedos y para construirse un pequeño fortín a la medida de su cobardía con el propósito de guarecerse de cualquier escrutinio público. De esa manera, él se esconde de su propio país para que no veamos cuánto lo embarga su falta de liderazgo y su inmadurez.  

Desde allí, desde esa fortaleza que se construyó, nos gobierna enconchado, preso de sus propias falencias y sitiado por las exigencias del presidente eterno, su verdadero amo.  

Decidió instaurar un programa diario de televisión dizque para mantener a los colombianos informados sobre el tema del coronavirus, pero en realidad lo que montó fue su propio show muy al estilo de Jaime Bayly, en el que él mismo se pregunta y se responde. Así funciona su rendición de cuentas. Sin rendición, sin cuentas y sin que nadie le riposte del otro lado.  

Mientras que el fiscal Barbosa se la pasa volando por Colombia, pidiendo que le abran los parques naturales para ir de visita en medio de la pandemia, Duque, que es el presidente y que debería estar recorriendo todo el país, no sale de su fortín. Dense cuenta.

Algo me dice que Duque permanece en su escondite no por temor al coronavirus, sino porque no quiere exponerse a que en la calle le pidan explicaciones sobre sus actuaciones ni sobre los escándalos que le revientan a diario. De la presunta financiación ilegal de su campaña presidencial no ha dicho ni mu. Tampoco ha abordado el tema del ‘Fantasma’ que ronda a Marta Lucía Ramírez, su vicepresidenta, como no sea para recompensarla. No nos ha podido explicar por qué el Ejército terminó expulsando al soldado que denunció la violación de una niña embera por parte de siete soldados ni por qué las Fuerzas Militares nunca reaccionaron a tiempo. Este es un Gobierno en el que los cuestionados son recompensados y que expulsa a quienes denuncian; un Gobierno en el que el presidente no le responde a nadie, solo a Uribe. Para eso es su fortín: para resguardarse del afuera y para sentirse a salvo de preguntas incómodas. ¡Que le pregunten a Uribe! Y a él, que lo dejen tranquilo viendo Netflix.

Duque prefiere que le digan pusilánime y títere antes que enfrentar la ira de Uribe. Tal es el tamaño de su miedo

En momentos en que el país enfrenta una pandemia y requiere que sus instituciones respondan y que el sistema de pesos y contrapesos funcione, Duque ha optado por comportarse como un reyezuelo: nos gobierna por decreto como si nuestro Estado de derecho se nos hubiera convertido en una fábrica de producción de incisos y sin tener que rendirle cuentas a nadie. La lluvia de decretos con que nos ha bombardeado desde hace cuatro meses no tiene ningún control político debido a que ese Congreso virtual que montaron para pasar la pandemia es una farsa que le ha permitido al Centro Democrático y al propio presidente Duque mantener a raya a la oposición y manipular tras bambalinas los asuntos del poder. 

Duque solo tiene la fuerza para hacer lo que le impone el dogma uribista, nada más. Y está claro que al uribismo no le interesa fortalecer toda esa nueva institucionalidad que se creó a partir del acuerdo de paz, porque lo que quiere es menoscabarla, empezando por la JEP.

Pero, además, Duque ni siquiera tiene arrestos para hacer lo correcto: en esta pandemia decidió beneficiar a los que más tienen. Es decir, a los bancos y a los grandes empresarios a quienes ya él les había otorgado cerca de 9 billones de pesos en exenciones tributarias. 

Duque ha demostrado que le teme más a la ira del presidente eterno que al juicio de la historia. Es consciente de que Uribe lo puso donde está no para que cogiera vuelo propio, como lo hizo (en buena hora) Juan Manuel Santos, sino para que obedeciera sus designios. Y no lo va a desafiar. Repito, ese no es su talante. Duque prefiere que le digan pusilánime y títere antes que enfrentar la ira de Uribe. Tal es el tamaño de su miedo.

Él se cortó sus propias alas para demostrarle al presidente eterno que no iba a levantar vuelo cuando llegara al poder como lo hizo su antecesor. Pero no se dio cuenta de que al cercenarse a sí mismo se convirtió en el eterno prisionero de Uribe.

Probablemente, Duque pasará a la historia como lo que ha sido hasta ahora: un timorato que nunca pudo superar sus miedos ni su temor a volar solo.

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