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Un salto mortal

No es difícil imaginar el chantaje permanente en que viviríamos si el jefe del gobierno fuera escogido por los parlamentarios.

Semana
16 de junio de 2007

Transitar del régimen presidencialista actual a uno parlamentario es la propuesta que algunos prestantes académicos y políticos de peso vienen aireando con tenaz empeño en estos días. Hasta ahora, sólo Eduardo Posada Carbó, siempre agudo, sensato y ponderado, ha alzado su voz para oponerse. Hoy me sumo a su solitario esfuerzo.

En todo caso, semejante propuesta, la del parlamentarismo, amerita un debate a profundidad como pocos que se hayan dado en nuestro país. El asunto es mucho más complejo y profundo que, por ejemplo, la reelección inmediata del Presidente de la República, sobre la cual corriera tanta tinta en su momento. En efecto, más allá de un ajuste que se enmarca en la lógica del régimen imperante, abandonar el presidencialismo supondría una modificación total de la institucionalidad y del sistema político que nos ha regido en los dos últimos dos siglos. No sería estauna reforma o un revolcón. Sería una verdadera revolución.

Ya habrá ocasión para ahondar en las razones que ameritan la defensa del presidencialismo en Colombia.Por ahora, quiero tan solo dar algunos argumentos rápidos por los cuales creo que no debemos dar elsalto mortal al cual nos están invitando.

Uno es el de evitar que, por la puerta de atrás, se alargue el período del Presidente de la República. En el régimen parlamentario no hay período fijo: el jefe de gobierno se mantiene en el poder durante todo el tiempo que conserve las mayorías parlamentarias. Pues bien, si de evitar caudillismos y abrirse a la renovación se trata, resulta sano que, tras cumplir los períodos para los que es elegido, el Presidente dé un necesario paso al costado.
En la coyuntura, además, hay que evitar la tentación de buscar la prolongación del gobierno de Álvaro Uribe por la vía de cambiar el régimen político. No digo que este sea el motivo final de la mayoría de quienes hoy le apuestan al parlamentarismo, pero no faltarán los que crean que es el camino para conservar el liderazgo de Uribe después de 2010, advertidos como están por la Corte Constitucional de que no se aceptarán reformas para permitir nuevas reelecciones. Que Uribe es un fenómeno político y un líder como pocos, lo reconocen hasta sus más feroces opositores. Pero de ahí a suponer que sólo con él es posible el futuro y que para ello se debe incluso cambiar de forma estructural el sistema político, es un despropósito que hace mal al país y a su desarrollo.

El parlamentarismo, por otro lado, está construido sobre la base del poder de los parlamentarios y de los partidos políticos. Debo confesar que no deja de producirme una sonrisa irónica pensar en que hay quien defiende el cambio del régimen presidencial porque este "ya no funciona", cuando lo que ocurre es exactamente lo contrario. Lo que está en crisis no es el Ejecutivo. El Presidente y su gabinete trabajan y producen resultados. Cuentan con liderazgo y popularidad. El que haya quien no esté de acuerdo con sus políticas y cuestione sus resultados es lo propio de cualquier sistema democrático. Es el Congreso, en cambio, el que pasa por un muy difícil trance, estando como están varios de los legisladores encarcelados por vínculos con los paramilitares, y hay otros en capilla. Se alega que el parlamentarismo evitaría la fragilidad de los gobiernos, en busca siempre de las mayorías en el Congreso. Pero si hoy la negociación entre el gobierno y el Parlamento es pan de cada día para impulsar la agenda legislativa, y muchos congresistas la aprovechan para cultivar su desmedido apetito burocrático, no es difícil imaginar el escenario de chantaje permanente en que viviríamos si el jefe de gobierno fuera escogido y designado de manera directa por los parlamentarios. Por lo demás, no sobra recordar que la historia nos muestra que en Colombia los presidentes son capaces de obtener "gobernabilidad" en el Congreso y pasar con éxito la mayoría de sus iniciativas, incluso cuando no cuentan con representación parlamentaria de sus partidos, o lamisma es exigua. Y que en general pueden hacerlo sin costos desmedidos.

En fin, no deja de preocupar que se quiera dar este salto al vacío, con más incertidumbres y dudas que certezas, cuando lo que requiere el país es estabilidad institucional y política, y no revoluciones en contravía de nuestra historia y nuestra cultura política.

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