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UN SANTO DE CARRERAS

La santidad es como la medalla al mérito aeronaútico: se la puede dar, si quieren, a alguien que nunca en su vida haya montado en avión

Antonio Caballero
15 de junio de 1992

HASTA NEWSWEEE HA METIDO LA cucharada en el asunto de la beatificación de monseñor José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que el 17 de mayo fue anunciada solemnemente por el Papa en San Pedro de Roma. La prensa de España patria del nuevo beato y de Italia sede del Opus lleva meses denunciando las numerosas irregularidades del proceso de beatificación más veloz que recuerda la historia (Escrivá murió hace sólo 17 años), promovido por un tercio de los obispos del mundo, personalmente empujado por el Papa Juan Pablo II y manipulado por el subterráneo poder de "la Obra". Muchos se escandalizan: un santo para ricos, que creó una secta de poder y dinero, que se hizo dar un título de marqués por el generalísimo Franco y sólo comía con cubiertos de oro. Se ha llegado a decir que, con su beatificación, muchos cristianos perderán la fe.

Todo eso puede ser cierto. El Opus Dei, y su fundador, tienen mucho de mafia y de capo mafioso. Pero todo el revuelo viene de un mal entendido. Ser beato (o santo da igual: Escrivá también va para santo) no es un estado de perfección moral o espiritual, sino un grado honorífico en el escalafón burocrático de la Iglesia católica. La santidad es como la medalla al mérito aeronáutico: se la pueden dar, si quieren, a alguien que nunca en su vida haya montado en avión. Si la Iglesia decide que Escrivá es beato, o santo, pues lo es.

El malentendido nace de que tendemos a identificar la santidad con la bondad o la virtud; y lo hacemos así porque todas las lenguas de Occidente están envenenadas por la bimilenaria costumbre de la Iglesia de adueñarse de las cosas y de las palabras. "Santo" es simplemente el participio del verbo latino "sancire", que significa "sancionar" o "consagrar". Es santo el que ha recibido el visto bueno de la Iglesia. Pero eso no significa necesariamente que sea bueno de verdad. Así, a muchos puede parecerles buenísimo el Dalai Lama, con su cuenco de arroz, que no mata a una mosca; pero nunca será santo, por budista. Del mismo modo Job, que en el lenguaje corriente se llama "el santo Job ", no es santo para la Iglesia, por judío.

Por eso los santos son aquellos, buenos o malos, cuya obra o cuyo ejemplo son convenientes para el prestigio o el poder de la Iglesia, que es la que los nombra.
San Francisco, el "poverello" de Asís, es un santo de prestigio; un guerrero despiadado como el rey Fernando III de .Castilla, el Santo, es un santo de poder. Y hay también santos de dinero, como San Luis Gonzaga, que sería simplemente un reprimido sexual si los papas no le hubieran debido tantos favores a la poderosa familia de los Gonzaga de Mantua.


En ese sentido que es el verdadero sentido de los santos Escrivá reúne méritos de sobra para subir a los altares que es en lo que consiste la santidad pues tal vez nadie haya hecho tanto como él en este siglo para acrecentar el poder de la Iglesia aún a costa de su prestigio. La creación del Opus Dei, un disciplinado ejército de 76 mil personas influyentes en el mundo entero, odiado pero poderoso, lo convierte en un santo sólo comparable a San Ignacio de Loyola o a Santo Domingo de Guzmán: los dominicos de éste fueron los policías de la fe en los siglos de la Inquisición; los jesuitas de aquel fueron los soldados del Papado en las batallas de la Contrarreforma.


El papel del Opus Dei es otro, por que la manera de ejercer el poder ha cambiado. No se requieren ahora torturadores brutales para quemar herejes ni melifluos sofistas para confundir protestantes, sino banqueros y políticos de derechas: y a esos los recluta el Opus de Escrivá. La Iglesia, en los tiempos que corren, juega más la carta del dinero y de la influencia que la del amoro la de la caridad evangélicos, y por eso no serán canonizados (al menos por ahora), ni Juan XXIII, el "Papa bueno", ni monseñor Romero, el arzobispo mártir de San Salvador.
Lo que la Iglesia necesita o ha dicho oficialmenteson "santos contemporáneos".
Y Escrivá lo es con creces: un santo ejecutivo y traficante de influencias que exportaba ilegalmente divisas y se hizo hacer marqués.

Escrivá es un santo de hoy hasta en el modo de hacer milagros. No iba a ponerse a hacer andar a un miserable paralítico, como en los tiempos bíblicos, ni a domesticar un lobo maloliente, como en la noche del medioevo. No. El milagro escogido por la Congregación para las Causas de los Santos para certificar su santidad es a la vez de alta tecnología y de influyente palanca: el tratamiento de un tumor lipidogranulomatoso que aquejaba a la prima de un ministro de Hacienda del general Franco, miembro del Opus.

Que no se escandalice nadie. Si los santos contemporáneos son esos es porque la Iglesia contemporánea es así.-

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