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Un voto que me pesa

Tal vez donde Petro ha dado más tumbos es en el tema de la movilidad, que ha terminado en un mar de eufemismos que tiene confundidos hasta a sus más fieles seguidores.

María Jimena Duzán
28 de abril de 2012

Voté por Gustavo Petro para la Alcaldía de Bogotá pensando que iba a ser un buen gobernante. Supuse que un político tan ambicioso como él no iba a improvisar ni a desaprovechar esta oportunidad que le deparaba el destino para demostrar que la política, bien encaminada, podía ser la fuente de grandes transformaciones sociales. Pero me temo que me equivoqué.

En los tres meses que lleva de alcalde ha demostrado, para infortunio de quienes votamos por él, que tiene más alma de populista que de estadista. Ni siquiera su propuesta de campaña, aquella de darle al estrato 1 y 2 el mínimo vital de agua, se ha salvado de la improvisación a la hora de ser aplicada. No ha podido decirnos con qué dinero la está sufragando, por lo que se teme que esté echando mano de las utilidades de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado, sin mayor planeación. Prometió que su gobierno iba a ser el de la participación ciudadana y que los cabildos iban a ser el centro de decisión de grandes proyectos como la ALO, pero su instalación ha sido un fracaso. Del millón de personas que dijo que iban a movilizar, solo lo han hecho 30.000.

Pero tal vez donde más ha dado tumbos es en su política de movilidad, que ha terminado presa de un mar de eufemismos que tiene confundidos hasta a sus más fieles seguidores. Petro ha cambiado tantas veces de opinión en el tema del metro que hasta yo, que voté por él, terminé por desistir de entenderla. Su posición en los diversos debates era que el metro era una prioridad que se podía financiar con la sobretasa de la gasolina y que el TransMilenio sería un alimentador del metro.

Esa posición la plasmó muy claramente en su plan de gobierno cuando se comprometió a iniciar la construcción de la primera línea del metro. Sin embargo, una vez ganó las elecciones, empezó a sorprendernos con sus cambios de opinión. Lo primero que hizo fue declarar públicamente su desacuerdo con los estudios realizados para la primera línea del metro y, del sombrero, sacó la propuesta del "metro herradura". Yo, que había votado por él, estudié el tema y creí que su propuesta era innovadora, a pesar de que no hubiera estudios que la sustentaran. Pensé para mis adentros que si él la había lanzado era porque la había estudiado detenidamente, pero para mi sorpresa, cuando se posesionó como alcalde, nunca más volvió a hablar del metro herradura. Es más, nunca volvió a hablar del metro porque desde ese instante comenzó a bombardearnos con su nueva obsesión: los tranvías, trams o tramways, por utilizar solo unas de las tantas acepciones que nos planteó Petro en sus exposiciones.

La primera vez que habló de sus tranvías fue cuando propuso hacer una línea de tranvía por la ALO. A esas alturas yo ya estaba un poco azarada con la desaparición del metro herradura y no entendía de dónde habían salido esos tranvías. Al poco tiempo, abandonó el tema de la ALO -tampoco sabemos qué es lo que va a hacer de esta vía-, pero trasteó su tranvía para la séptima. Su obsesión por los tranvías llegó a tal extremo que la semana pasada se fue hasta el Concejo de Bogotá a pedirle a los concejales que le permitieran utilizar los dineros que habían sido aprobados para la construcción de la primera línea del metro en la construcción de su tranvía por la séptima. Cuando los concejales le dijeron que no se podía aprobar su propuesta porque eso podría configurar un peculado, él respondió que realmente no se estaba cambiando el destino de esos dineros porque se trataba de la construcción de un metro ligero. Valga la aclaración para los que están tan confundidos como yo: lo que Petro llama metro ligero es simplemente un tranvía. Y cuando el alcalde habla del metro pesado, se refiere al metro que él ya no quiere hacer. ¿Comprenden?

El argumento de Petro para imponer su tranvía, que él llama metro ligero, es que este cuesta la mitad de lo que cuesta la primera línea del metro, pero se le olvida decirnos que el tranvía transporta la mitad de los pasajeros que transporta un metro.

A este escenario tan caótico en materia de movilidad se le suma el hecho de que no ha podido nombrar al nuevo secretario de Gobierno, a pesar de que hace más de un mes que renunció Navarro Wolff. Tampoco ha podido frenar la cascada de renuncias en TransMilenio, cuyo gerente acaba de renunciar por motivos de salud.

Y como ya no quiere hacer el metro, sino su tranvía, y como ya no le entiendo ni sus palabras, ni sé hacia dónde quiere gobernar la ciudad, me declaro como una votante desconcertada.

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