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Una denuncia contra Duque

La responsabilidad de un periodista es informar sin ningún tipo de cálculos, aunque para ello deba visitar un urólogo.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
15 de junio de 2019

Me sucedió a mediados de la semana: recibí una delicada denuncia sobre el presidente y en un primer momento –lo confieso– no supe cómo reaccionar: ¿la publico sin darle largas?, cavilé; ¿se la paso al New York Times? ¿La cotejo con Jorge Mario Eastman, alias el Tocayo?

Abrumado por las dudas, me fui entonces a la marcha contra las cortes que convocó el uribismo, porque quería estar solo y necesitaba reflexionar.

Me pregunté entonces: ¿vale la pena echar más leña al fuego con una información contra Duque? Colombia está descompuesta. Miren el fallo de la corte: si uno saca a sus niños al parque puede encontrarse con drogadictos, con jíbaros, ¡hasta con vendedores de empanadas!

Y miren lo que sucede en el Congreso. De no ser porque contamos todavía con talanqueras morales como la hija de Frank Ortiz, el primo de Pablo Escobar o el cuñado de Dolly Cifuentes, el Congreso ya habría sido cooptado por el narco. Esta semana se posesionó Jesús Santrich: ¡cuántos congresistas no se estarán revolcando en sus tumbas al saber que ahora Santrich ostenta la misma dignidad que ellos! Excluyamos a un Pablo Escobar en gracia de la discusión, a un Jairo Ortega; excluyamos, en fin, a un Alberto Santofimio. O a los 16 parapolíticos de Cambio Radical, o los 8 liberales, o los 12 conservadores. Excluyamos, en fin, a Ferney Tapasco. Y vayamos al punto: ¿cuántos honorables congresistas de hoy no merecen tener un colega que, a diferencia de Santrich, sea decente? ¿Un colega sin pasado turbio con el cual puedan hundir a sus anchas los puntos de la consulta anticorrupción?

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Pero ahí está Santrich, cómodo en su nueva silla, pese a que aparentemente no solo narcotraficaba, sino, más indignante aún, lo disimulaba hablando en clave de forma mediocre:

–Son cinco toneladas de televisores de la más alta pureza, para que se los metan por las ñatas los gringos: cuidado se les riegan de las bolsas.

¿Se podía ser más obvio?

Por si faltaran noticias graves, Gustavo Petro escribió en su cuenta de Twitter que el azúcar es una droga más dañina que la cocaína, y de inmediato imaginaba uno al país volcado a una política de prohibicionismo de postres que, a la larga, nos conduciría a todos a la obesidad.

¿No tiene Colombia suficientes malas noticias como para agregar ahora un escándalo presidencial?

Y, sin embargo, reflexioné: la responsabilidad de un periodista es informar sin ningún tipo de cálculos, aunque para ello deba visitar un urólogo. Y con la mística del oficio hirviendo en la sangre, contacté entonces a la fuente y, tras diversos ires y venires, recibí el audio de WhatsApp que a continuación transcribo:

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“Señor periodista: trabajo con el presidente Duque pero las palabras de Petro me hicieron meditar. El país debe saber que el presidente está involucrado en el tráfico de azúcar; que ha transportado cargamentos enteros en el interior de su barriga. De regreso de Argentina se metió diez alfajores.

Y no solo eso, periodista: cuando recibimos a Angelina Jolie en La Guajira, el presidente estaba feliz. Decía que su Gobierno se acababa de anotar un hit superior al de Santos cuando Will Smith, al de Pastrana cuando Guillermo Capetillo. No sirvió de nada explicarle que venía en calidad de embajadora de la ONU: que viaja a países como Ruanda, como Liberia. Y ahora Colombia.

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Él era que no y que no, y cuando la vio se puso a hacerle visita, eso sí en un inglés perfecto, y le dijo que no se perdía sus películas y que el presidente Uribe le mandaba saludes y que la quería mucho. Seguro estaba bajo el efecto del azúcar, porque estaba muy dicharachero.

Ahí entonces vi que sacaba una papeleta de Quipitos y se la pasaba a las carreras.

Vea, amigo periodista: yo no quiero que el país pase una vergüenza porque al presidente le hagan una incautación de bocadillos de los que guarda debajo de la almohada. El hombre está muy ansioso. Trata de ser de centro, y lo critican en el partido. Trata de ser del partido, y lo critican los de centro. Nadie le para mayores bolas. Lo ponen a objetar la JEP, y él vaya y objete la JEP, y se echa encima a medio mundo. Lo llama Uribe y el hombre suda de la angustia. Encima tiene al cuñado de Uribe adentro, en palacio. ¿Qué puede hacer uno ante tanto estrés? Abrir una Lechera con una puntilla, guardarla en la manga y chuparla todo el día, como si no lo viéramos despacharse series de Netflix acompañado de un pote de Nutella y una cuchara. Porque además no duerme. Se vio la serie de Colmenares en dos noches.

El país tiene que saber esto. No puedo darle mi identidad porque en el Congreso tramitan una ley para encarcelar a quienes pasamos información, y me quedaría sin trotar maratones ni subir selfis a mi Instagram mientras lo hago. Mi cuenta es @PachoMiranda por si la quiere seguir”.

Publico entonces esta preocupante noticia antes de que lo haga un medio extranjero y en esta revista resurjan miedos como los que ya superamos.

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