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Una novela Homérica

Antonio Caballero responde a la pregunta de si su novela es una guía turística

Por: RevistaArcadia.com

Dentro de un grupo de escritores colombianos invitados a Liber, la feria de libros celebrada en Madrid a finales de septiembre, estuve yo, por cuenta de una novela que escribí hace años y que acaba de reeditar Alfaguara. Tal vez haya cierta impudicia en hablar de ella aquí. Pero al fin y al cabo esta es una revista de libros. Y ya va siendo hora de que los lectores de mis artículos se conviertan también en lectores de mi novela, que es mucho mejor. Se titula Sin remedio (y, repito, la publica Alfaguara: esto es anuncio).

El caso es que, en una de las entrevistas que suelen acompañar este tipo de eventos literario-publicitarios, me preguntaron que si esa novela mía puede ser interpretada como una guía turística de la ciudad de Bogotá, donde transcurre la acción. Y dije que no, vagamente ofendido. Dije que Bogotá, aunque figura con su propio nombre y con sus propias calles y con sus propios cielos cambiantes, es simplemente el escenario, el telón de fondo de la novela. Dije que esta se ocupa de temas, en mi opinión, más interesantes. (No los voy a resumir aquí: lean el libro.) Y que si hubiera querido escribir una guía turística, no hubiera escrito una novela, sino una guía turística.

Eso dije. Pero después me quedé pensando.

¿Y por qué no va a poder ser vista esa novela como una guía de Bogotá? Sale Monserrate, sale la Carrera Trece, salen unos rumbeaderos y unos trancones de tráfico y unos eucaliptos y unas putas. Mi intención al escribirla no era hacer una guía, de acuerdo. Pero la intención del autor es por lo general el elemento menos decisivo de todos en el destino ulterior de un texto, sea este la Summa theologica de Tomás de Aquino o el “Rin Rin Renacuajo” de Rafael Pombo. Y han sido innumerables los libros escritos como tragedias que han sido luego leídos como comedias, y los que en el propósito de sus autores eran textos jurídicos se han transformado en diccionarios: es el caso del famoso Código de Hammurabi. En esto de las guías para viajeros tenemos el ejemplo del Ulises de James Joyce, que pretendía ser una novela (suponiendo que alguien sepa a ciencia cierta lo que pretendía Joyce) y ha sido convertido por sus lectores reverentes en un manual de peregrinaje por las cervecerías de Dublín que debe realizarse en el curso de una sola jornada veraniega bautizada en honor del personaje joyceano como “Bloom’s Day”.

Otro Ulises más prestigioso todavía que el de Joyce, el de La odisea de Homero, ha sido usado también por los tour operators para vender cruceros por las islas griegas. Y ha habido también desinteresados eruditos que han intentado, a partir de las descripciones geográficas del poema homérico, redibujar el mapa del mar Mediterráneo, reduciéndolo unas veces al contorno costero de Sicilia y las pequeñas islas adyacentes y ampliándolo otras desmesuradamente hasta incluir la desaparecida Atlántida o la isla de Madagascar, en el Océano Índico.

Así que ¿por qué no va a poder pasar lo mismo con mi novela Sin remedio?

O algo aun más impresionante, como lo que sucedió con otra obra de Homero, La iliada, que trata de la guerra de Troya. Durante varios milenios nadie la tomó muy en serio: creían que se trataba de una mera invención poética. Hasta que, hace un siglo, un helenista aficionado llamado Heinrich Schliemann se empeñó en que las informaciones toponímicas del poema correspondían a realidades físicas tangibles. Inició excavaciones arqueológicas en el lugar descrito por Homero, a orillas del río Escamandro, y halló no una, sino ocho o diez ciudades de Troya superpuestas.

A lo mejor dentro de mil o dos mil años alguien lee la novela Sin remedio (ya digo, en Alfaguara), y descubre que existió Bogotá. Nunca se sabe a dónde pueda llevar la literatura.