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Una revolución pendiente

Semana
26 de febrero de 2002

Casi 11 años después de promulgada la nueva Constitución, la "democracia participativa" aún sigue en veremos. La proliferación de mecanismos (el referendo, la consulta popular, el plebiscito, la revocatoria del mandato, el cabildo abierto, etc) contrasta paradójicamente con el poco uso que se ha hecho de los mismos. La "revolución de la participación" como estrategia para relegitimar el estado parece no haber sido exitosa.

Y no lo ha sido, entre otras cosas, por una razón elemental: en Colombia carecemos de una sociedad civil fuerte que se apropie de dichos instrumentos. En el escenario de un estado precario y una sociedad civil incapaz de organizarse no es extraño que sigamos siendo presos de la corrupción, la apatía, la desconfianza hacia las instituciones, el desdén por lo colectivo y la privatización de lo público. Por eso, el gran drama de Colombia es un círculo vicioso donde el Estado no funciona y la ciudadanía no participa dejando que las cosas sigan como están. Y es que, como decía Ernest Gellner, "sin sociedad civil, no hay democracia". En efecto, estudios como los realizados por Robert Putnam han puesto de presente cómo es en las "comunidades cívicas", es decir, aquellas caracterizadas por el sentido de participación y la solidaridad, donde las instituciones democráticas alcanzan una mayor legitimidad. De ahí que la construcción de capital social, entendido como las instituciones, relaciones y normas (formales e informales) que moldean las interacciones en una sociedad, juegue un papel central para la reconfiguración de la vida política.

En ese sentido, el país tiene un enorme reto por delante. Según el más reciente estudio que se ha hecho sobre el tema, llevado a cabo por el investigador John Sudarsky, hay indicadores verdaderamente preocupantes: apenas 9 de cada 100 colombianos tiene confianza en los demás. Así mismo, en una ciudad como Bogotá el 48% de los habitantes no pertenece a ningún tipo de asociación (juntas de padres de familia, acción comunal, etc.) Es esta incapacidad para interactuar con el otro y buscar soluciones colectivamente lo que llevó a un matemático que residió en Bogotá por algún tiempo a señalar que "un colombiano es mucho más inteligente que un japonés, pero dos japoneses son mucho más inteligentes que dos colombianos". Como lo destaca Gómez Buendía, somos un país de "viveza individual y bobería colectiva."

De esta situación se deriva otra paradoja: el paternalismo. A pesar de las limitaciones y precariedad de nuestro Estado, seguimos creyendo que todas las soluciones van a provenir de él. Alexis de Tocqueville, maravillado por la propensión de los norteamericanos a crear todo tipo de asociación cívicas, contaba cómo si en América se cae un árbol, los vecinos se organizan para levantarlo, mientras que en otras sociedades la reacción es simplemente esperar - el tiempo que sea- a que una autoridad lo haga. De ahí que en las "comunidades cívicas" la relación entre sociedad civil y Estado no sea de confrontación, sino de complemento.

Por todas estas circunstancias, construir capital social es una responsabilidad inaplazable. Eso implica, en primer lugar, hacer de la educación una prioridad nacional y no una simple retórica de campaña. Como lo ha enfatizado Francis Fukuyama, las instituciones educativas no solo transmiten capital humano. También transmiten capital social en la forma de reglas y de normas. Las sociedades no están predeterminadas. Pueden educar individuos para la participación, la tolerancia y el trabajo en equipo, o no hacerlo. Dos ejemplos caen como anillo al dedo para demostrar la veracidad de esa afirmación. El primero, del estudio de Sudarsky, en el cual se señala que la variable que más incide en la formación de capital social en Colombia es el nivel educativo. De hecho, quienes conforman la "comunidad cívica" tienen un 40% más de nivel educativo. El segundo ejemplo es del Segundo Estudio Internacional de Educación Cívica que arrojó unos resultado sorprendentes: los estudiantes en Colombia se sitúan por encima de los de Inglaterra, Suecia o Finlandia en términos de su interés por la política. Lo contradictorio es que Colombia ocupó el último lugar en términos de conocimientos cívicos (funcionamiento de las instituciones, mecanismos de participación, etc.) De donde se deduce que potencial para generar una cultura participativa, hay. Lo que falta es explotarlo.

Pero la tarea también implica obviamente repensar las instituciones estatales para crear nuevos escenarios más cercanos a sus necesidades cotidianas. Nada se saca con tener ciudadanos mejor preparados y conocedores de sus derechos y deberes, si se carece de una esfera donde pueda precisamente "ejercer" esa ciudadanía de una manera concreta. Hay que entender que el principal motor para que la gente participe, es que entienda que su esfuerzo se va a traducir en una mejoría en su calidad de vida. En ese sentido, el mundo de lo local resulta el más propicio para tal propósito pues allí es donde Estado y comunidad pueden relacionarse de una forma más directa. Por ejemplo, el ejercicio de creación de un presupuesto participativo en Porto Alegre, Brasil, es un ejemplo a seguir. A través de éste, la ciudadanía define prioridades y líneas de acción, lo que ha dado lugar a que se generen políticas públicas que no son impuestas sino consensuadas. Esta experiencia demuestra que cuando hay voluntad política de convocar a la ciudadanía ella responde: hace apenas 10 años participaban en el proceso escasas 1.000 personas y hoy lo hacen más de 40.000. También demuestra que la única forma de aprender a participar es participando. Y, lo más importante, nos recuerda que cuando se abren canales de participación que sean verdaderamente accequibles a la gente y consecuentes con sus necesidades más apremiantes, es posible crear círculos virtuosos entre participación y fortalecimiento de la sociedad civil.

En últimas de lo que se trata es de entender que la creación de capital social como requisito para un sistema democrático más participativo no da espera. Pero eso implica dejar de lado el cortoplacismo. Porque en Colombia, por pensar en lo urgente, se nos suele olvidar lo importante....

*Abogado y politólogo.

rafamerchan@hotmail.com

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