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Unos pañales para Roy

Por seguridad, es mejor que los senadores no agarren buses. Se dispararían el cosquilleo y otras modalidades de atraco.

Daniel Samper Ospina
17 de noviembre de 2012

Celebro que Clarita López se lance a la Presidencia y desde ya le ofrezco mi voto si me garantiza que no padecerá problemas de próstata: después de cuatro años de soportar a Santos, el país merece que tome las riendas alguien sano; que no abuse del botox y que tenga pantalones (e, incluso, un poquito de barba). Y ese hombre es Clarita.

Y no lo digo por criticar a Santos y su problema de próstata, que quede claro: contar con un presidente que deba usar pañales tiene sus ventajas. Es mucho más fácil de limpiar, para empezar. El único riesgo es que se termine quemando. Pero cualquiera sabe que, después de que la próstata y la vicepróstata se enfermaron a la vez, la salud glandular marcará la agenda electoral del próximo año y se da por descontado que los debates sean moderados por un urólogo. Y son pocos los dirigentes nacionales que pueden levantar el dedo, si se me permite la expresión, en el momento de exhibir ante el país una próstata rozagante. Aparte de Clarita, al rompe se me ocurre Vargas Lleras, que tras hacerse el autoexamen aseguró que no había detectado ningún síntoma sospechoso. Y también Roy, Roy Barreras: uno podrá decir lo que quiera de Roy, menos que no cuenta con una próstata vigorosa y plena, que muchas veces lo supera. Siempre he creído que a la próstata de Roy le cabe el país en la cabeza, y así se lo he dicho en sendas cartas públicas que, a la fecha, no se ha dignado responder. Pero no importa: reconozco que Roy es un gran miembro del actual Congreso. Y detrás de todo miembro siempre hay una gran próstata.

Sé que a veces es deprimente vivir en un lugar en el que Roy, que ha sido la moza de todo el mundo, lanza parábolas sobre el matrimonio y marca la agenda noticiosa del país. Pero así es la vida. Su última ocurrencia fue pedir de a dos camionetas por senador: de a dos. Y cuando algunos pensábamos que resultaba paradójico entregarles carros a quienes son unos verdaderos aviones, Roy declaró en El Tiempo que los congresistas no podían andar en flota: "No se puede imaginar que un magistrado, coronel, ministro o senador viajara en bus", dijo.

Al comienzo supuse que era un guiño a Angelino. Finalmente el vicepresidente fue quien inventó la tesis de que los dirigentes no pueden andar como unos zarrapastrosos. Y es cierto: todos deben dar muestras de distinción, viajar en primera clase, convalecer en sudadera de toallita y tener de a dos camionetas, de a dos. Porque sobre los hombros de ellos pesa toda una tradición de elegancia iniciada, entre otros, por Miguel Ángel Bermúdez y demás directivos nacionales.

Al comienzo pensé eso, digo, que Roy se estaba acercando a Angelino y que crearían un poderoso partido para acabar de una vez por todas con los zarrapastrosos. No en vano resultaba absurdo declarar que los congresistas no pueden utilizar el servicio público, cuando utilizar el servicio público es lo único que saben hacer.

Pero después terminé dándole la razón: por seguridad, es mejor que los senadores no agarren bus. Se dispararían el cosquilleo y otras modalidades de atraco. Y darían un espectáculo deplorable, pobres: ¿cómo haría Simón Gaviria, por ejemplo, para leer el letrero de la buseta, para alcanzar el timbre? ¿Se imagina uno a la pobre Karime Motta sentada mientras un mensajero le restriega la porquería en el hombro? ¿Se imagina uno a Cielito Lindo Salazar recostado contra el espaldar mientras la silla se enfría? ¿Esa sería, acaso, la nueva modalidad de silla vacía? ¿Cómo serían las siestas de boca abierta del senador Gerlein con la cara pegada a la ventana? ¿Reaparecería Emilio Otero, esta vez como secretario del chofer, para recibir la plata, que es lo que le gusta? ¿Cómo se vería Iván Cepeda montado en un colectivo diferente al colectivo de abogados que suele manejar?

Imagino al pobre presidente en persona subiéndose en las busetas para venderles cada ley y me lleno de angustia:

-Buenos días, señoras y señores: en el día de hoy vengo ofreciendo esta rica golosina que dejé en cada uno de sus asientos para que me ayuden a aprobar la siguiente reforma tributaria.

También imagino a Yair Klein dispuesto a cantar en el pasillo mientras los senadores uribistas tratan de bajarlo. Hacen bien. La verdad es que Klein no sabe cantar: apenas lanza indescifrables adivinanzas de las cuales luego se retracta: "solo digo que me pagó un hacendado que después fue presidente y que tomaba café sobre un potro".

Pero el verdadero problema sería para Roy, justamente, a quien no le sirve cualquier bus: él solo se sube en el bus de la victoria, porque es el que tiene más puestos. Sería tan triste verlo esperar en los paraderos, que por esta vez lo apoyo. Está bien: consigan de a dos camionetas. De a dos. Traten de que no vengan con gatos, para que nadie invente odiosos juegos de palabras con las ratas del congreso. Encarguen al senador Corzo de la gasolina y al senador Merlano de hablar en los retenes: faltaba más que tengan que tanquear o hacer controles de alcoholemia como unos zarrapastrosos. Y después traten de que Roy guarde silencio por unos días, o al menos de que Santos le preste sus pañales: no cabe duda de que le sirven más a él, así su ingrata próstata todavía sea saludable.

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