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Víctimas del debate

Todos, aterradora paradoja, son huérfanos de padre. Lara, Cepeda, Cristo, Uribe, Galán.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
26 de septiembre de 2014

Sucede siempre que sucede algo. Los comentaristas se dejan llevar por el cura que llevan dentro y todo lo miran a través del prisma religioso: bueno y malo. Hasta los portales dirigidos por gente que nunca va a misa, para no tener que confesar sus pecados, tienen una sección que llaman “lo bueno” y “lo malo”.

La convocatoria demandada por el senador Iván Cepeda para escudriñar los pasos del ex presidente Álvaro Uribe fue tildado como “bueno” por unos y “malo” por otros. Ni bueno ni malo. Fue un debate y punto. Las altas cifras de seguimiento que tuvo por los medios tradicionales y virtuales enseñan que hay un segmento de la población colombiana, cada vez más creciente, que se interesa por el pasado y el presente del país. Segmentos sociales que miran y tiran hacia adelante. 

Fue un debate entre víctimas. Los portavoces políticos tenían una vela que llevar al entierro. Todos, aterradora paradoja, son huérfanos de padre. Lara, Cepeda, Cristo, Uribe, Galán. El debate parecía un contrasentido porque a los voceros políticos la violencia le arrebató a un familiar. Era como esas veladas entre amigos que suceden en cualquier hogar de Alemania, Rusia o Francia en la que todos los asistentes perdieron uno o más familiares en la Primera o Segunda Guerra Mundial.

No hay porque escandalizarse por un debate parlamentario. Suceden en todas partes del mundo. En algunos países terminan a carcajadas y en otros se agarran a bofetadas. Hay lugares en los que una denuncia o un probado hecho vergonzoso pueden llevar a un político hasta su despacho y descerrajarse un disparo en la cabeza. En sociedades que cultivan el decoro la mera duda de la comisión de un acto delictivo se resuelve con la renuncia del sospechoso. 

En Colombia nada de esto ocurre. Los debates como el sucedido el pasado 17 de septiembre en el Senado terminan como ciertos ríos que cursan por los desiertos más áridos: se los traga la tierra. Pueda que esto tenga utilidad para las nuevas generaciones interesadas en su país. Jóvenes que siguieron las intervenciones desde sus computadores, tabletas o teléfonos celulares. Resulta más provechoso para esta generación, que la historia reciente del país sea narrada por los operadores políticos y los historiadores que por los guionistas de las series de televisión. Verdades y mentiras que pueden contrastar. 

El público colombiano que siguió el debate se lo tomó en serio. Por esta razón no entendieron ciertos movimientos de opereta que protagonizaron algunos de los senadores. Eso de abandonar el recinto cuando habla uno y volver cuando ha terminado, es una bufonada que afecta a millares de colombianos que, por razones de la misma violencia, son también huérfanos de padre o de madre. Queda la sensación de que los huérfanos que carecen de pedigrí no valen salvo para ir a votar o endosar las cifras de las oenegés. 

Los españoles, por ejemplo, vivieron durante tres años una guerra civil con millares de muertos y una despiadada dictadura por cuatro décadas. En España no hay persona viva a quien no le hayan represaliado a un familiar en el pasado. Al ex presidente de gobierno José Luis Rodríguez Zapatero le fusilaron a su abuelo y el padre del técnico de la selección absoluta de futbol, Vicente del Bosque, fue encarcelado. En el Congreso de los Diputados los debates de control político ocurren a menudo. Son directos. Llaman las cosas por su nombre. Se sacan los trapos al sol. El vocero de la oposición le saca una sonrisa al jefe de gobierno, incluso si es un personaje mal encarado, y viceversa. Luego de las réplicas y contra réplicas los parlamentarios se van a picotear unas tapas y toman una o más copas de vino. La vida sigue.

En los debates que transcurren en el Congreso colombiano cada parlamentario sale a rebuscarse la vida en el recinto con un cuchillo entre los dientes. No hay tregua. Nadie ríe. Sólo se ven rostros emponzoñados y manos listas para tirar del cuchillo que llevan aferrado a los dientes. Cuando todo termina cada uno sale cuidándose las espaldas. Mirándose de reojo. Afuera están los enjambres de escoltas, nerviosos, que ven llegar a sus protegidos y en segundos los envuelven con sus armas y con los blindajes de kevlar. La muerte sigue.

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