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El 8000 de Duque

Los alfiles del Centro Democrático batallarán hasta el final por la inocencia de Uribe, sin importar las consecuencias que esta lucha afecte la gobernabilidad de Iván Duque.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
25 de julio de 2018

La primera pregunta que me hicieron en la Décima Segunda Brigada del Ejército en Florencia fue sobre el presidente de Colombia. Me encontraba rodeado de un grupo de oficiales entre los cuales había un Mayor quien me pidió amablemente una opinión sobre el gobierno que presidía Ernesto Samper. La demanda me tomó por sorpresa. Me solicitaron, como si estuviera en un foro democrático, una opinión política antes de someterme a un riguroso interrogatorio sobre mi andadura por la guerrilla.

La anterior anécdota ocurrió a mediados de 1996. Los cuestionamientos relacionados con el financiamiento de la campaña de Ernesto Samper llegaban hasta los cuarteles de las Fuerzas Militares. Fue un periodo de inestabilidad política en los que se llegó a especular hasta con una solución golpista. La gobernabilidad de Samper se vio afectada por el llamado “Proceso 8000”, el mayor litigio en la historia política de Colombia, por el cual fueron condenados más de medio centenar de personas entre los que se contaban altos cargos políticos y testaferros del narcotráfico. Por esos días la credibilidad internacional de Colombia se vino al suelo. Samper, a troche y moche, completó su mandato en agosto de 1998.

Veinte años después un nuevo affaire sacude a Colombia: el llamado a indagatoria del expresidente Álvaro Uribe por una querella criminal. Álvaro Uribe y Gustavo Petro, sin duda, son los dos políticos más influyentes de Colombia. Cualquier cosa que sucede alrededor de ellos trae consecuencias en la vida política del país. Ni siquiera Iván Duque, el presidente electo, posee la singladura de estos dos personajes. ¿Afectará el affaire Uribe al mandato que inicia Iván Duque el próximo 7 de agosto? Por supuesto. Duque es “el que dijo Uribe”. Se puede decir más alto pero no más claro. En el Centro Democrático, el partido del presidente electo, la lealtad al expresidente Uribe supera en creces a la que guardan por Duque. Los alfiles del Centro Democrático batallarán hasta el final por la inocencia de Uribe, sin importar las consecuencias que esta lucha afecte la gobernabilidad de Iván Duque.

En los tiempos de Samper el mundo era grande, en los de Duque es pequeñísimo. En los tiempos de Samper la disputa era en los tribunales, los medios y las élites políticas, en los de Duque será en los tribunales, en los medios, en el Congreso, en las redes y en las calles. Millones de colombianos on line utilizarán sus recursos para defender a Uribe y otros tantos millones para atacarlo. A Duque se le ha abierto un frente político muy complejo antes de posesionarse que se suma a otros igual de peliagudos como la violencia atomizada, la papa caliente del ELN, el incremento del narcotráfico, el fracaso del proceso de paz con las Farc, el asesinato de lideres sociales, la migración venezolana, las compensaciones a los gremios que ayudaron a elegirlo y los reclamos socioeconómicos de la mayoría de colombianos que están masticando un cable o siguen aferrados a un clavo ardiente.

Aunque Duque no tenga velas en el caso del expresidente Uribe, se verá obligado a jugársela por su mentor. Si no lo hace, puede que Uribe le haga la misma que le hizo a Santos. Darle la espalda. O viceversa. ¿Gobernar para Uribe o gobernar para Colombia? Esa es la cuestión. Es difícil encontrar un punto intermedio. Pocos querrán estar en los guayos de Duque. El presidente electo aún no entrado en el partido. Está calentando en la raya. Quedan cuatro minutos para empatar y remontar el partido.

Será un partido largo. Con tiempo adicional. Los leguleyos empiezan a escribir sus leguleyadas. Los periodistas se frotan las manos porque crecerá la audiencia en los momentos críticos. Los arribistas comienzan mover ficha en aras a sacar una tajada de los tejemanejes políticos. Los chismosos y los correveidiles retoman sus cuentas en Facebook, Twiter y Watsap para no perderse una sola movida. Las ratas, en cambio, continúan su vida en las alcantarillas del Estado, porque les da igual quién esté mandando.  

Yezid Arteta Dávila

* Escritor y analista político

En Twitter: @Yezid_Ar_D

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