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¿Usted cree en Dios?

Es triste que algunos personajes en Colombia hayan banalizado la fe cristiana hasta convertirla en un instrumento de odio y mero vehículo electoral.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
11 de agosto de 2017

Cuando caí preso, una de las primeras personas que me visitó en la cárcel fue un cura perteneciente a la Congregación de Misioneros de la Consolata con quien me había cruzado algunas veces en un remoto caserío del Caquetá. «Usted, Joaquín -me llamó por mi seudónimo- está aquí en un lugar de espera, así lo quiso el Señor». Fue una reveladora frase que nunca olvidé. Yo asumía mi cautiverio con cierta resignación camusiana. Para el misionero, en cambio, mi destino estaba en manos del Dios de los cristianos.

He recordado este pasaje por dos razones: el pleito religioso que ocurre en Colombia a propósito de la visita del Papa Francisco en septiembre próximo y por Churchmen la controvertida y galardonada serie francesa que trata sobre la vocación religiosa y temas polémicos como el perdón, la castidad y la homosexualidad en el clero católico. Ví las tres temporadas de Churchmen de un tirón puesto que la trama fluye al ritmo de una novela policiaca. La pregunta más importante del seriado, pienso, la hace el estoico padre Bosco a un obispo que está malbaratando la fe de un grupo de jóvenes que aspiran al sacerdocio en un seminario capuchino: ¿Monseñor, cree usted en Dios?

Tengo una gran admiración por esa clase de pastores audaces que, emulando a los primeros mártires cristianos, predican el Evangelio sobre el filo de una navaja o sobre el borde de un precipicio, desafiando los peligros de la naturaleza y los ocasionados por la perversidad del mismo hombre. En La confesión -un relato que publiqué hace unos años- el personaje central es un cura que enloquece al no poder resolver un dilema casuístico que le planteó un asesino. En otro relato rindo homenaje a un cura sesentón de origen alemán que conocí durante mi trashumancia en Nariño, cuya parroquia era un rancho de paja e iba hasta los confines de la selva para celebrar una misa o bautizar a una pequeña que sólo era piel y huesos.    

Viví intensamente el sincretismo en San Juan de Mechengue. Me hice cómplice de los pastores evangélicos de El Plateado y Remolinos del Caguán para dignificar las condiciones de vida de labriegos abandonados hasta por la mano de Dios. En las cabeceras del río Telembí, mientras fumaba un cigarrillo Pielroja, observaba los rostros cetrinos de Gabriel Nastacuaz y su sobrino Alfonso Pai y me preguntaba cuáles eran los dioses de estos indigenas Awá-Cuaiquier que comían ratas de monte y bolas de guineo maceradas con sal. Hasta el alma más atea claudicaba de admiración ante los hechos protagonizados por esos hombres y mujeres misioneras, católicas o protestantes, que renunciaban a la riqueza material a cambio de obtenerla espiritualmente.

Es triste que algunos personajes en Colombia hayan banalizado la fe cristiana hasta convertirla en un instrumento de odio y mero vehículo electoral. Habría que preguntarles a esos personajes, tal como lo hizo el padre Bosco, si en realidad creen en Dios o sólo usan su nombre para acumular poder, riqueza o someter a otras almas. Jerarcas católicos, lideres de iglesias y operadores políticos profesionales que emplean el púlpito y los micrófonos para sembrar miedo, rencor y antipatías entre los colombianos. Más que émulos del pastor cristiano Martin Luther King, estos personajes se asemejan a aquellos legionarios romanos que, cumpliendo ordenes de Escipión Emiliano, araron durante diecisiete días el suelo de la derrotada Cartago y luego sembraron sal para que nada germinara en esa tierra. Es el mundo al revés.