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UTILIDAD DE LA INUTILIDAD

De las muchas cosas que se hacen para combatir el problema ficticio de la droga, las cumbres antidroga son tal vez las más inútiles.

Antonio Caballero
30 de marzo de 1992

ACABA DE CELEBRARSE OTRA VEZ UNA cumbre Antidroga en San Antonio, Texas. Fueron todos otra vez, y se tomaron las fotos de rigor: el presidente de los Estados Unidos, país consumidor de droga y exportador de la cultura de la droga, desde la marihuana de los hippies de hace 30 años hasta el "éxtasis" de las discotecas de hoy, y los presidentes de los países latinoamericanos que producen drogas o les dan tránsito por su territorio: Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador y México. El de Venezuela no asistió, porque tiene problemas más urgentes en su propia casa. O, por decirlo mejor, porque tiene problemas verdaderos y no ficticios.
De las muchas cosas que se hacen para combatir el problema ficticio de la droga las cumbres antidroga son tal vez las más inútiles. Por eso escribo, otra vez, un artículo sobre la inutilidad de las cumbres antidroga.
Aunque si hay algo todavía más inútil que ellas son los artículos que denuncian su inutilidad. Y sin embargo insisto, porque más inquietante que la inutilidad de las cumbres es la inutilidad de los artículos que denuncian esa inutilidad.
La inutilidad de las cumbres es evidente: el problema de la droga no ha disminuido ni siquiera en un ápice porque se hayan celebrado tantas. Ni estas de presidentes que convoca George Bush, ni aquellas de primeras damas que organizaba Nancy Reagan hace unos cuantos años. Y son inútiles porque la idea central que las anima está equivocada: consiste en combatir la droga cuando el problema de la droga existe precisamente porque se la combate. Es por eso que digo que se trata de un problema ficticio: artificialmente creado justamente con el pretexto de enfrentarse a él.
La droga es cara. Cocaína, heroína:todas las drogas prohibidas. Un kilo de cocaína cuesta 300 mil dólares en las esquinas de cualquier gran ciudad de los Estados Unidos. Pero si cuesta tanto es solamente a causa de las dificultades, trabas y sobrecostos añadidos que se derivan de las condiciones de ilegalidad y persecución que sufre su tráfico. Si no fuera por los policías, las confiscaciones, la cárcel, la clandestinidad y el riesgo, ese mismo kilo de cocaína costaría sólo tres dólares, y no 300 mil; en la tienda de la esquina, y no en la esquina.
Lo cual sería muy bueno para los adictos. No se verían obligados a cometer delitos para ganar con qué comprar la droga, y no serían además perseguidos como delincuentes por el simple hecho de ser adictos. (A los heroinómanos que se reciclan con metadona los llaman "curados": no los persiguen, y les dan la metadona gratis; a lo mejor es por eso que se "curan": ya no roban, y ya no van a la cárcel).
Pero sobre todo sería muy bueno para la sociedad, tanto en los países productores como en los consumidores, que el kilo de cocaína costara sólo tres dólares en la tienda de la esquina. Porque entonces su tráfico no generaría ese colosal margen de ganancia gracias al cual los narcotraficantes se han convertido en 15 años en los hombres más poderosos del mundo: hombres con riqueza y poder suficientes para corromper y amedrentar países enteros. Si el kilo se vendiera a tres dólares (la libra de café se vende a menos de uno), los temibles y temidos narcos no pasarían de ser pequeños comerciantes.
Insisto: el tráfico de drogas es un negocio artificial, inflado por los recursos que se gastan en combatirlo. Si los Estados Unidos no invirtieran cada año cerca de dos mil millones de dólares en mantenerlo en la ilegalidad -sin conseguir siquiera que el consumo disminuya- ese tráfico no movería anualmente 60 mil millones, ni mataría a nadie.
Pero decía antes que más inquietante que la obvia inutilidad de las cumbres antidroga es la inutilidad de los artículos que la demuestran. Porque significa una de tres cosas. O bien que quienes organizan tales cumbres son idiotas, y no se dan cuenta de que combatir el problema es fortalecerlo; o bien que son oportunistas, y no les importa agravar el problema con tal de dar la impresión de que intentan resolverlo; o bien que están interesados en que el problema exista. Porque una inutilidad tan tercamente reiterada no puede ser gratuita: tiene que servirle a alguien para algo. -