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Es la coca, estúpidos

La visita del vicepresidente Mike Pence confirma una verdad incómoda: la relación con los gringos va ser bien difícil mientras no se frene el alza en los cultivos

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
11 de agosto de 2017

Hace unas semanas falleció Myles Frechette, el más locuaz de los locuaces embajadores de Estados Unidos en Colombia.  Frechette estuvo al frente de la sede diplomática de julio 1994 a diciembre 1997.  Su nombramiento fue bien recibido en el país. Venía de ser el representante comercial (USTR) para América Latina y África y existía gran expectativa sobre un giro en la agenda bilateral, que estaba dedicada principalmente a la lucha contra el narcotráfico. Era el tema predominante de la gestión de sus predecesores, quienes, con excepción de Lewis Tambs (1983-1985), mantuvieron un bajo perfil ante los medios. Tambs es recordado por haber acuñado el término “narcoguerrilla” y por sus frecuentes encontrones con el gobierno del presidente Belisario Betancur sobre la paz en Centroamérica.

Frechette terminaría opacando a Tambs tanto en la frecuencia de sus declaraciones como en su manera de inmiscuirse en los asuntos internos colombianos. Su intervencionismo no fue aleatorio. Como Tambs, quien reflejaba el malestar de la administración de Ronald Reagan hacia Betancur (no solo por el Grupo Contadora sino por lo que consideraban era una posición pusilánime frente al narcotráfico), Frechette seguía instrucciones precisas de Washington, en particular de Robert Gelbard, subsecretario de Estado para asuntos anti- narcóticos. El sueño de la desnarcotización de las relaciones entre los dos países se desvaneció al confirmarse el ingreso masivo de dineros del cartel de Cali a la campaña del candidato presidencial Ernesto Samper.

La misión de Frechette fue contundente: presionar a Samper para que aprehendiera a los capos de la droga y restableciera la extradición, que había quedado expresamente prohibida en la Constitución de 1991. En esa coyuntura, de nada sirvieron los antecedentes de Frechette como experto en comercio. La ansiada diversificación se daría una década después en el segundo período de Álvaro Uribe y en particular en el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. La lucha contra el narcotráfico en el país se volvió apenas uno de una multiplicidad de temas. Primó más el acercamiento comercial (TLC,OECD), la cooperación regional (Colombia lidera los esfuerzos contra el crimen organizado en Centroamérica) y consular (visas por 10 años, Global Entry). Desde hace años nadie sabe quién es el zar antidrogas de la Casa Blanca, un cargo que antes jugaba un papel preponderante en la interlocución de alto nivel.

Coincide la noticia de la muerte de Myles Frechette con el resurgimiento de la droga como un asunto de preocupación en Washington. El fiscal general Jeff Sessions quiere revivir las políticas represivas de Reagan de los años 80 y el presidente Donald Trump acaba de declarar el abuso de opioides una emergencia nacional. Y congresistas influyentes de ambos partidos han empezado a expresar alarma por el incremento desmedido de los cultivos de coca en Colombia. Ojo con el Congreso. En el país tendemos a subestimar su importancia en la formulación de política de Estados Unidos hacia Colombia. La radical posición de la administración Clinton frente a Samper fue motivada en parte, por el senador republicano Jesse Helms y el demócrata John Kerry.

Fueron los republicanos de la Cámara de Representantes quienes apoyaron con más ímpetu el Plan Colombia. Si bien en la práctica dicha estrategia buscaba evitar que nos volviéramos un estado fallido, para muchos congresistas era un asunto mucho más sencillo: los recursos se utilizarían para reducir la oferta de drogas ilícitas en Estados Unidos. Y la efectividad del programa se mediría por la disminución de cultivos ilícitos y la extradición de narcotraficantes.

Hasta hace muy poco, existía un consenso sobre el éxito del Plan Colombia en ese punto específico. Ya no. Eso quedó al descubierto el miércoles 2 de agosto en la audiencia de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Allí el senador republicano Marco Rubio y el demócrata Robert Melendez expresaron su preocupación por el aumento de hectáreas cultivadas y la renuencia del gobierno colombiano de extraditar a miembros de las FARC involucrados en el negocio y en otros crímenes. También criticaron la decisión del gobierno de suspender la aspersión aérea.

En Colombia, los medios sólo resaltaron la frase de William Browfield, el subsecretario de Estados para asuntos antinarcóticos, donde advierte sobre el riesgo de problemas políticos entre los dos países. Más significativa fue su admisión de que no es posible reanudar hoy la aspersión aérea, incluso si hubiera voluntad. Los equipos ya no están disponibles. Se demorarían dos años para que el programa volviera en toda su plenitud.

Permea el escepticismo en Washington sobre la efectividad de la erradicación manual. Parece difícil que la cantidad de hectáreas se reduzca a dos dígitos en el corto y mediano plazo. Con un agravante: las mediciones siempre tienen un retraso de tiempo. En otras palabras, durante los próximos años las altas cifras de hoy seguirán siendo el referente en el debate público.

Y por eso el narcotráfico será nuevamente el tema central de la visita del vicepresidente Mike Pence. Parafraseando la frase de James Carville, jefe de la campaña de Bill Clinton en 1992, “es la coca, estúpidos”.

 

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