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VIDAS PARALELAS

Semana
2 de marzo de 1998

Ya se que Bill Clinton y Ernesto Samper no se parecen en nada, y que los escándalos por las acusaciones que les han hecho a cada uno no tienen comparación. Pero no puedo evitar encontrar toda clase de similitudes en el enredo que tuvo entre los palos al Presidente colombiano y el que no deja dormir hoy a su colega de la principal potencia mundial. No pretendo convertirme en juez, pero la primera similitud entre ambos casos es que la apariencia indica que sí hubo delito. En el caso del Presidente colombiano, la evidencia llegó a tal punto que el primer mandatario aceptó esa realidad pero negó haber tenido conocimiento de ella. En el caso de Clinton, la apariencia también apunta hacia allá, y su actitud coincide con la de Samper, al declarar sin rodeos que es inocente, dejándole así la carga de la prueba a los acusadores, como ocurre con los buenos juicios. También se parecen los dos casos en que la mayoría de la población de los respectivos países piensa que el Presidente sí cometió el delito, sin importar el rumbo de la investigación judicial. Las encuestas que en su momento se hicieron en Colombia indicaban que cerca de la mitad de la gente pensaba que Samper sabía lo de la plata de los narcos, y en Estados Unidos, las encuestas de la semana pasada dan un resultado exacto a la pregunta de si la gente cree que Clinton tuvo relaciones sexuales son Monica Lewinsky, la joven empleada de la Casa Blanca.Los dos episodios son similares en el ambiente previo a la declaración tajante de inocencia por parte de los presidentes. Los rumores generalizados antes de tales intervenciones indicaban la casi segura eventualidad de que los mandatarios pudieran aceptar algún grado de culpabilidad, y de que pedirían perdón para ablandar a la opinión pública y política. No fue así. Sorprende la similitud de los casos en lo que tiene que ver con la ansiedad del fiscal por llevarse al Presidente por delante. Kenneth Starr, el fiscal especial del caso Clinton, no puede ocultar su deseo casi fanático por demostrar a cualquier precio que el Presidente sí se acostó con su asistente y la invitó a mentir. Starr viene tratando sin éxito de pisarle el rabo al primer mandatario desde otros escándalos pasados, y cree que ahora ha llegado su momento. Un elemento que hace los dos casos muy parecidos es el de la manifestación, casi calcada, de que se trata de una conspiración de la derecha para deslegitimar a un gobierno popular.Es muy parecido también el ambiente que en ambas naciones se creó alrededor de la llamada prueba reina, que amenazaba con dejar a todo el mundo estupefacto ante la evidencia (ojalá gráfica) del delito. Los chismes que corrieron acá sobre la existencia de cheques girados a Samper por los narcos no fueron sino eso, chismes, y en Estados Unidos los reporteros aseguran en público y en privado que el fiscal tiene en sus manos la prueba que va a sacar a Clinton de la presidencia. Sin embargo el pobre Kenneth Starr anda enloquecido mandando sabuesos a escudriñar las ropas de la Lewinsky para encontrar algo: un mechón del cabello de Clinton, una gota de semen, un hilo de babas, un rastro de su aliento. Pero nada.También son similares las circunstancias que harían posible la prueba en contra del mandatario. Monica Lewinsky tendría que implicarse en el delito para poder darle gusto al fiscal de tumbar a Clinton. Ella duda. Guardadas todas las proporciones del caso, ella quisiera imitar a Fernando Botero y decir que sí hubo pecado pero no por culpa de ella, pero tiene el temor de resultar, como él, tras las rejas, y tratando de explicar su comportamiento mientras el blanco de sus acusaciones permanece impávido en su puesto. El comportamiento de la prensa tiene un gran parecido. La cobertura informativa de casi todos los medios ha ido mucho más allá de lo que debiera, dados los elementos noticiosos reales con que cuentan los periodistas, y el canal de comunicaciones entre los archivos de la fiscalía y las redacciones de los periódicos es de una fluidez extraordinaria. Los comentaristas, por su parte, se han atrevido a formular juicios temerarios sobre el comportamiento presidencial y los avances del proceso, lo cual ha obligado a varios medios a hacer rectificaciones con más frecuencia de lo usual. Hay pocas diferencias entre los casos de Clinton y Samper, aunque son significativas: la mayoría del Congreso gringo es del partido contrario al del presidente, lo cual le implicaría un juicio menos benévolo en caso de ser juzgado; Clinton nunca podrá decir que el hecho ocurrió pero a sus espaldas, y todavía el fiscal Kenneth Starr no ha lanzado su campaña a la presidencia de la República.