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Lección de la visita a un ETCR

Tuve el privilegio de visitar el ETCR de Llanogrande no muy lejos de Dabeiba Antioquia, con directores de varias fundaciones invitados por Naciones Unidas.

Gonzalo Restrepo, Gonzalo Restrepo
7 de junio de 2019

Volamos 30 minutos entre riscos y montañas de una belleza alucinante, cubiertos de un plácido manto de nubes blancas. Lo primero que observé fue el campamento del ejército.  Como soy amante de la fotografía pedí poder visitarlo: ¡qué muestra de orden, disciplina y buen cuidado! Tiendas de campaña con lo mínimo, impecables, cocina reluciente y esos compatriotas erguidos y serios pero serviciales. Sacrificados  y ahora convertidos en guardianes de un intento de paz naciente, me hicieron pensar en lo poco que necesitamos para vivir dignamente.

Pasamos por una especie de frontera donde está la caseta de la policía, bien puesta como un retén entre un mundo de ayer y uno de hoy donde se siente un nuevo camino. Al ETCR se le ve la mano de amor. En el costado izquierdo sobresale una casa más grande: la escuela donde asisten niños de los excombatientes pero también de las cercanías. A la derecha se ven sembrados medianos seguidos por una cancha de fútbol.

En el  ETCR me  topé con un bello niño moreno de unos 5 años, con ojos grandes y vivos  que  me extendió su mano. Me acompañó todo el recorrido.  -Soy Pedro- me dijo. Estaba intrigado con la visita y orgulloso de mostrar su entorno.

En un salón comunal escuchamos, respondimos preguntas, opinamos e hicimos promesas de acompañarlos en su esfuerzo. Fue delicioso el almuerzo típico bien condimentado, elaborado con productos locales, pero mejor aún fue respirar tanta tranquilidad y paz. Niños bien alimentados jugando, policías, militares, civiles y exguerrilleros conviviendo.

Pregunté por la cancha de fútbol y nos contaron de su adoración por el deporte.  Nos invitaron a sus olimpiadas donde se enfrentan miembros de la policía y del ejército con los exguerrilleros en divertidos partidos, animados por familiares y visitantes. Pedro tenía una respuesta para todo y me pregunté cuál sería su futuro, ¿será técnico? ¿agricultor? ¿militar? ¿o…?

Fue una exitosa visita -quizá con  más promesas que realidades-. Pedro me acompañó hasta la salida del campo y le pedí permiso de tomarle una foto con sus familiares, él me miró de una manera que nunca voy a olvidar, lleno de vida, esperanza y sueños.

Al alzar vuelo el complejo se fue volviendo más pequeño .Y cuando ya era un punto perdido en la cordillera pensé: -estuve en una diminuta Colombia en la que  militares, policías y exfarc viven en paz. Compiten a través del deporte y los hijos van a una misma escuela. Se nutren desde el inicio, se alimentan bien y estudian-.  

En mi interior estaba seguro de que otros dos puntos más diminutos- los ojos negros de Pedro- miraban el cielo. Fue agridulce, tuve tristeza y esperanza. Pensé en mis hijos que por suerte han tenido oportunidades. Me pregunté si los colombianos unidos como pueblo tendremos la compasión, la decisión y la voluntad de ocuparnos de TODOS los niños de esta patria, de NUTRIR y de EDUCAR a todos los Pedros de tantos puntos perdidos de nuestra geografía.

En el regreso, un compañero de vuelo me dijo que era una pena saber que ha habido casos en que los fondos destinados a la nutrición infantil se han  perdido en marañas de ineficiencia y corrupción. Entonces, súbitamente desperté, vi la ciudad que se hacía grande y me di cuenta de que estaba de vuelta. 

Hoy me salva recordar la mirada de esperanza en los ojos de Pedro.

(*) Presidente Junta Directiva Fundación Éxito

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