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La vida es ya

Por pensar en todo lo que quería hacer para tener ‘la vida soñada’, se le estaba pasando su vida presente sin disfrutarla.

Ximena Sanz De Santamaria C., Ximena Sanz De Santamaria C.
28 de marzo de 2014

“Cuando sea grande, voy a ser…”, “Cuando tenga ahorrado lo que necesito, voy a hacer…”, “Cuando me jubile, voy a poder hacer…”, son frases que dicen las personas pensando siempre que cuando llegue el momento, en el futuro, van a empezar a hacer lo que realmente les guste. “Este es el momento de la vida para comer de la que sabemos, para partirse el lomo trabajando. Ya después voy a poder disfrutar de la vida de mis sueños: vivir de la renta, en el campo, disfrutar a mis nietos, dormir hasta tarde, leerme un buen libro y no preocuparme por nada”, me dijo hace poco un joven trabajador exitoso que estaba preocupado porque no le duraba ninguna relación de pareja. “Todas siempre me terminan por lo mismo: porque no tengo tiempo para ellas. Pero ninguna entiende que si quieren que en un futuro vivamos tranquilos y podamos compartir mucho tiempo juntos, tengo que trabajar mucho ahora para tener con qué llegar a esa vida con la que todas sueñan”. Sublime autoengaño. 

Primero fue lunes que martes. Por ende, es esperable que una persona de 30 años trabaje más que una persona de 60, pues como bien decía este hombre, es el momento de la vida para hacerlo. El problema es que se ha perdido el balance, el equilibrio, y con el autoengaño de que primero hay que hacer todo lo que no nos gusta para después disfrutar de lo que sí nos gusta, a la gente se le va la vida en ‘lo que toca’ y deja de ver que lo único real que tenemos los seres humanos es el presente. 

Con dificultad, pero también con valentía, este joven adulto empezó a revisar sus creencias y a darse cuenta que, de manera no consciente, siempre había pensado que la vida era para disfrutarla cuando estuviera viejo. “Por eso no pienso en casarme porque tengo la idea que sólo me voy a poder casar cuando esté estable económicamente, cuando tenga apartamento y carro propio, un posgrado y en general, ninguna deuda”. Si así fueran las cosas, nadie podría casarse porque esa estabilidad económica se alcanza con el tiempo. Y además, así se tenga lo que se aspira a tener, siempre está la posibilidad de perderlo porque una quiebra no discrimina por edad ni por momento de la vida. Pero es difícil desprenderse de esas creencias porque la mayoría de las veces no son conscientes, como le ocurría a este joven. 

Es paradójico: por pensar en todo lo que quería hacer para tener ‘la vida soñada’, para darle gusto a otra persona, se le estaba pasando su vida presente sin disfrutarla. No se daba cuenta que a los 34 años todavía tenía las ganas, la energía y la salud para hacer cosas como viajar por carretera sin importar las horas del viaje, hacer deporte sin sentir ningún dolor después, irse de vacaciones a un lugar como Machu Pichu o Ciudad Perdida sin preocuparse por la altura ni por el nivel de exigencia física; subir y bajar escaleras sin dificultad, conocer gente nueva, salir, dormir hasta tarde, leer sin anteojos, etc. “Me estoy perdiendo de la vida”, dijo un día sorprendido al darse cuenta que había dejado de hacer tantas cosas por una creencia que lo tenía aprisionado: que todo lo placentero debía esperar porque a su edad, lo único que tenía que hacer era producir y trabajar. Lo bueno sólo podía venir después. 

Tener una ocupación, levantarse todos los días con el propósito de hacer algo, de sentirse útil, de tener contacto con otras personas, entre otras cosas, es parte de la salud mental de una persona. También es importante tener sueños, metas a futuro que se quieran alcanzar, porque eso puede ser un motor para el presente. Pero si esas metas y esos sueños se convierten en lo único importante para una persona, en lo único para lo cual trabaja, la persona deja de vivir; y lo triste es que sólo se da cuenta que eso le ha ocurrido cuando se presenta algún evento suficientemente fuerte para hacerlo reflexionar (una enfermedad, una pérdida, un divorcio, etc.) o cuando se pone en evidencia que el tiempo ha pasado y ya no se puede devolver para vivir lo que no se vivió.

El Dalai Lama resume lo anterior en pocas palabras: “Lo que más me sorprende del hombre occidental es que pierde la salud para ganar dinero, después pierde el dinero para recuperar la salud. Y por pensar ansiosamente en el futuro no disfruta el presente, por lo que no vive ni en el presente ni en el futuro. Vive como si no tuviese que morir nunca, y muere como si nunca hubiera vivido” (Tomado del libro “El poder del alimento” de Boris Chamas, 2014).

Cuestionarse y replantearse las propias creencias es una tarea que los seres humanos hacen muy poco porque hacerlo implica un cambio, y los cambios dan miedo. Es por eso que muchas veces tienen que ocurrir eventos inesperados, muchos de ellos exigentes y en ocasiones dolorosos, para que las personas se replanteen su manera de ver y vivir la vida. Para este joven darse cuenta que se le estaba pasando la vida por el frente por estar amarrado a la creencia de que la vida sólo se puede disfrutar en un futuro, le ha exigido empezar a generar cambios en su presente: acompañar a su pareja a eventos sociales importantes para ella, disminuir el nivel de trabajo los fines de semana, tomarse vacaciones ya y no esperar para hacerlo en un futuro, ir de vez en cuando a un buen restaurante y no esperar a que le suban el salario, entre otras cosas. Y aunque por momentos todavía lo asalta la culpa y la sensación de estar siendo irresponsable por no estar 24/7 en la oficina, poco a poco ha ido descubriendo el placer de vivir la vida en el presente porque la vida no es más adelante, no es cuando seamos grandes ni cuando seamos millonarios: ¡la vida es ya!

En Twitter: @menasanzdesanta
Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com

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