Home

Opinión

Artículo

Volver

Abajo gira el mar, y se van quedando atrás, quietas, miles de nubes en hilera. Y por allá muy lejos se distingue muy leve la brumosa curvatura del mundo

Antonio Caballero
12 de agosto de 2006

Volvía yo en el avión, a la vez viendo periódicos y cosas que pasaban en torno, en el aparato, y abajo en el planeta, contempladas desde lo alto por la ventanilla. De la estirada y reseca piel de toro de España brotaban las columnas de humo de los incendios del verano. Cuando por fin callaron los alaridos de los niños malcriados que poblaban la cabina, y se apagaron las luces del cinturón de seguridad, me dijo amablemente mi vecina:

-¿Me permite usted mirar por la ventanilla para ver si también Portugal está quemándose?

También lo estaba. Se alzaban humaredas como de un lienzo de batallas del siglo XVII, y parecía incluso que se pudiera oír desde tan alto el crepitar reseco de las llamas. Luego se abrió el océano, con sus largas serpientes inmóviles de espuma.

Los periódicos me hablaban de lo que sucedía en el otro extremo requemado de Europa, en la esquina de Asia, al otro lado del mar Mediterráneo, en tierras bíblicas: cohetes, cañoneos, cerca de 700 libaneses muertos bajo las bombas, niños en una tercera parte, y un centenar de israelíes, civiles la mitad. En la India, Coca Cola se negaba en redondo a informar a las autoridades sanitarias sobre el nivel de pesticida contenido en su brebaje. El primer ministro inglés Tony Blair aseguraba que ahora sí todo iba a mejorar. Una inhabitual proliferación de medusas venenosas invadía las playas de España, Italia y Francia, alimentada por la sobrepesca del atún rojo y otros peces carnívoros devoradores de medusas, fomentada por el calentamiento de las aguas y descontrolada por la casi total extinción de las tortugas marinas que antes se alimentaban de medusas resbalosas y translúcidas y hoy las confunden con los millones de bolsas flotantes de plástico arrojadas al mar por los turistas. Las tortugas tienen por lo visto -o por lo visto tenían- un esófago armado de pinchos que apuntan hacia adentro para evitar que las medusas tragadas vivas consigan escaparse; tampoco escapan las bolsas de plástico, y las tortugas mueren de asfixia.

En la pantallita de cine del avión, Tom Cruise combatía contra los malos en Misión Imposible III. Usaba un Ferrari amarillo (que estalló en llamas), y una lancha Riva de alta velocidad (que también terminó volando en mil pedazos), y otros elementos bélicos igualmente impresionantes. Decía el periódico que los herederos del multimillonario Malcolm Forbes habían puesto en venta su famosa revista y su avión particular, uno que se llamaba 'La Herramienta Capitalista' ('The Capitalist Tool'), casi como la cantante Madonna cuando se llamaba 'la Ambición Rubia' o 'La Chica Material', que ahora acaba, según dicen, de reconvertirse al catolicismo desde el judaísmo cabalístico para poder volver a apostatar y así vender otro disco disfrazada de Cristo hermafrodita y desnudo aprovechando el escándalo. Los presidentes de Estados Unidos, George W. Bush, y de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, se amenazaban mutuamente desde lejos con armas atómicas alegando severas razones teológicas. En los raudales Piracú, en la espesura de lo que todavía queda sin talar de la gran selva amazónica (y la sequía ha sido tanta que desde los satélites se ven fotos de barcos de vapor varados en medio del arenal del río), se concentran 600 guerreros de la tribu kayapó armados de arcos y flechas y porras de madera dura para desafiar al presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, que amenaza con financiar una autopista que abrirá los estados brasileños del Pará y el Mato Grosso a las multinacionales madereras. Entran en huelga los trabajadores chilenos de La Escondida, una mina de cobre que lleva 500 años siendo explotada en régimen de esclavitud. Se inicia en Gotemburgo el heptatlón femenino europeo con la victoria de la bella y rubia sueca Carolina Kluft. El presidente ejecutivo del banco de inversión Morgan Stanley viaja por tercera vez a China en lo que va del año. El barril de petróleo se aproxima peligrosamente a los 78 dólares en los mercados de Londres.

La señora de al lado ronca pesadamente, se agita, se queja. Es natural, pues se ha empeñado en comer esa materia incomestible (y tal vez incombustible) que se llama comida de avión. Abajo, muy abajo, se ve picada y salpicada de puntitos blancos la plancha de hierro martillado del mar. Fidel se recupera. Condoleezza Rice toca el piano en Bagdad. No supe -me distraje, me dormí- qué pasó con Tom Cruise, si ganó o si no. Me consuelo pensando que habrá una Misión Imposible IV, tal como habrá un Bush III (Jeb, el de la Florida).

Abajo gira el mar, y se van quedando atrás, quietas, miles de nubes en hilera, una por una, muy por encima de sus sombras diminutas posadas en diagonal sobre la superficie plana y dura del agua inacabable. Mucho más arriba se acumulan en torres y en pirámides otras nubes inmensas, tremendas, deslumbrantes de luz. Y por allá muy lejos se distingue muy leve la brumosa curvatura del mundo.

Es eso lo que llaman la globalización.

La sombra del avión se desliza sobre las planicies de Venezuela, empieza a trepar como una te minúscula las montañas arrugadas y oscuras de Colombia, alfombradas (desde arriba se ve) de verdes y jugosos cultivos ilícitos fieramente defendidos por grupos guerrilleros y paramilitares de las aspersiones químicas venenosas con que los ataca el gobierno para cumplir las órdenes de la agencia antidrogas de los Estados Unidos.

Leo en el periódico que el represidente Uribe recita el poema Soy antioqueño, durante el desfile de los silleteros de Medellín.