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VOTE POR

Semana
30 de marzo de 1998

Se dice que los columnistas deben orientar a sus lectores acerca de los nombres de aquellos por quienes se supone que vale la pena votar en las elecciones parlamentarias. Sin embargo, me suena tan prepotente el encargo que no lo voy a hacer. Si acaso, me atrevería a decir por quién voy a votar yo; y ni siquiera sé si esa sola indicación sea demasiado exhibi-cionista. Voy a pensarlo mientras escribo. Por estos días, todo el mundo recomienda los candidatos de acuerdo con su amplia o estrecha visión del panorama político colombiano o, de frente, según el interés particular del escritor en perpetuar o tumbar del poder a una persona o grupo específico.
El primer riesgo en esa tarea es caer en algún error por ignorancia. Uno maneja tres o cuatro nombres claves para ejemplificar la corrupción, y basado en ellos generaliza el pecado para llegar a la conclusión fácil de que hay que renovar al Congreso porque es corrupto, y por ahí derecho supone que el asunto se soluciona invitando a votar por un cantante, un actor, un ama de casa, un periodista o un ejecutivo, con el gran argumento de que son honrados.La honradez es, claro, una condición fundamental a la hora de votar por alguien. Pero el honrado de verdad _y sobre todo en política_ no es aquel que grita contra la corrupción sino aquel que ha demostrado que es capaz de no caer en ella, habiendo estado en la política.
Y los comentaristas de prensa, sobre todo los bogotanos, confundimos con frecuencia honrado con conocido, costeño con bandido, y cosas por el estilo, que tienen mucho que ver con prejuicios dictados por el centralismo o el clasismo que con la honradez política de los candidatos: "¿Y ese negrito quién es, un costeño liberal? Debe ser corrupto".Otro error frecuente está en pensar que todo aquel que agita la bandera de la moral va a poder hacer algo en el Congreso, por ese solo hecho. Nada más falso. El Parlamento es un lugar que está diseñado para el triunfo del más fuerte, para aplastar al débil, para que, al final, triunfen los hechos dictados por las mayorías sobre los argumentos de las minorías.
El Congreso, viéndolo bien, está diseñado para que los partidos políticos impongan sus decisiones sobre los alaridos aislados de los elementos solitarios que proclaman su verdad particular. Para un parlamentario, el hecho de no estar en un partido es entregarle a los supuestos enemigos una gabela inmensa en la pelea política.Pero los partidos no están hoy como para votar por ellos, eso también es verdad. La filosofía, los principios, la responsabilidad, el sentido democrático y la capacidad de orientación que les dan la razón de ser han sido reemplazados por el negocio burdo de la política electoral.Por eso, a la hora de votar por los independientes, hay que votar por quienes tengan alguna posibilidad de tejer una trama similar a la de los partidos en cuanto a la posible configuración de mayorías o, al menos, de provocar hechos de oposición con la sonoridad suficiente como para tener algún sentido político.
Yo lo decidí hace rato y acabo de decidir decirlo: voy a votar por Antonio Navarro Wolff para la Cámara y por la lista de Antanas Mockus, que encabeza Rafael Orduz, para el Senado. Además de cumplir con las condiciones anotadas arriba, la de Navarro en Pasto y la de Mockus en Bogotá son de las pocas administraciones que demostraron que se puede ejercer el poder sin hacerle concesiones a la corrupción, y eso vale oro.Me adelanto al resultado de las elecciones para que no nos hagamos falsas ilusiones: la maquinaria de los partidos va a aplastar las expectativas de la mayoría de los independientes. Pero eso no significa, de por sí, ninguna catástrofe. Hay que seguir intentando, y aceptar de buen grado que es el resultado de una regla de juego fundamental para la democracia, según la cual no hay unos votos de mejor familia que otros.

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