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Votos, bajezas y balas

Ahora estamos en la campaña de Uribe contra Uribe, contra la sombra que lo persigue y que a los otros candidatos les interesa agrandar

Semana
29 de abril de 2002

Alvaro Uribe VElez es el prOximo presidente. Cierto que queda cierta duda sobre si el hecho será oficializado el 26 de mayo o el 16 de junio; pero, con el margen que le dan las encuestas, su victoria es un hecho consumado.

Así que ya pasó la campaña de Uribe contra Serpa. Ahora estamos en la campaña de Uribe contra Uribe, contra la sombra que lo persigue y que a los otros candidatos les interesa agrandar. Por eso la oleada de trapos sucios. Por eso la polarización de los noticieros y los periódicos que lo acusan de todo o lo absuelven por todo.

Igual pues que en tiempos de Samper, lo político quedó reducido a lo penal. Y no es bueno dejar que las pitas se sigan enredando.

Veámoslo en otro caso de actualidad. Si al sacerdote lo acusaban de un abuso sexual, el cardenal debió investigar los hechos —quedarse en “lo penal”— porque podía tratarse de una calumnia. Pero si eran varias las acusaciones, el superior ha debido asumir la responsabilidad “política” y suspender al cura, o al menos alejarlo del trabajo con niños.

Lo mismo pasa con el político. Si alguien le imputa un acto aislado de complicidad con determinada fuerza oscura —los narcos, la maquinaria, los paras, la guerrilla— hay que esperar la prueba judicial porque podría mediar algún motivo chueco. Pero si los cargos son de vieja data, si proceden de varias fuentes, si aluden a distintos episodios, quienes voten por él han elegido elegir un presidente con pasado. La responsabilidad política es del votante, no del candidato, porque el elector es el superior del elegido.

Muchos colombianos han decidido votar por Serpa, que hubiera sido un presidente con pasado. Otros, la clara mayoría, decidieron elegir a Alvaro Uribe. Ningún refrito, ningún chisme, ningún detalle adicional hará que cambien esa decisión, porque ya nadie ignora quién es su candidato: al fin y al cabo, como dice el Talmud, cada quien es igual a su pasado.

De nada sirve entonces llover sobre mojado. Las filtraciones, los agravios, las rabietas, el viejo y criollo truco de “defenderse” con que “usted también”, no hacen sino añadir heridas y debilitar al gobierno que está por comenzar.

El espectáculo no hace sino complacer al morbo y no daña sino a Colombia. Salvo pues que alguien tenga la “prueba reina” —como decir, el casete que ni Pastrana ni Gaviria cumplieron con divulgar a tiempo en el 94— a las campañas y a los periodistas debería aplicarse lo del rito: “Que hable ahora o que calle para siempre”.

Y es porque hay cosas más graves todavía. Un atentado que casi mata al presidente entrante. Una candidata, un gobernador, cinco congresistas, dos ex ministros y una Asamblea en manos de las Farc. Sedes cerradas y emisoras calladas. 110 municipios de 13 departamentos bajo el proselitismo armado, que en unos casos prohíbe votar por Uribe o por Serpa y en otros casos ordena votar por Uribe.

O sea que la violencia “política” por fin se está acercando al corazón de la política. Se había asomado cuando Gaitán, y nos costó la pesadilla que aún vivimos. Se metió cuando Escobar, con un propósito bien delimitado. Ocupaba numerosos espacios en la política local y regional de “la media Colombia”. Pero ni la guerrilla ni los paras en efecto pasaban de lo militar y lo rural.

Ahora viene una nueva etapa. Como “sus” municipios pesan tan poco en la elección presidencial, las Farc tratan, sin más, de asesinar a Uribe. Tras el fracaso del “ala política” en el proceso de paz, la única “política” que entiende la guerrilla es poner bombas en las ciudades y secuestrar políticos para chantajear al próximo gobierno. Y entre tanto los paras logran lo que nunca logró la guerrilla: 13 senadores y 20 representantes recién elegidos “tienen nexos directos con las AUC”, según un “documento secreto” del gobierno.

En vez pues de pelearse por dimes y diretes, los señores candidatos habrían de mostrar con altivez dónde se encuentra el verdadero muro divisorio: el que separa a todos ellos de los asesinos, el que separa la democracia de la coacción, la política de la violencia, la convicción del crimen.