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Te desconcierta la naturaleza de mi juego

El presidente Santos debe entender que no tiene lógica aislar a las FARC y llevarlas hasta el culo del mundo.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
30 de marzo de 2016

No fui a ninguno de los dos megaconciertos de los Rolling Stones. Cuba está muy lejos y Colombia, mi país, lo está aún más. Un amigo que jamás me ha abandonado -ni siquiera cuando mi futuro se chocaba contra una pared- me lo recordó hace poco: el sufrimiento que experimentan los exiliados y los prisioneros es el de vivir de un recuerdo inútil. No sé si Mick Jagger interpretó en Bogotá y La Habana Sympathy for the devil, la canción preferida de alguien a quien conocí en tiempos adversos y en los que todas las aguas bajaban revueltas.

«Lo que te desconcierta es la naturaleza de mi juego», repite una y otra vez Mick Jagger durante la interpretación que hace en un local de Londres durante el mítico año 68. Jagger se exhibe como un demonio fascinante ante la mirada y la risa maléfica de John Lennon y al fondo se observa al ghanés Rocky Dzidzornu pegando a las congas africanas hasta conseguir una irrepetible atmosfera vernácula. ¿Qué pasa en La Habana y Bogotá?  ¿Un juego cuya naturaleza desconcierta, tal como lo echa en cara Mick Jagger en su canto?

El presidente Santos que ha puesto toda la carne sobre la parrilla para alcanzar un acuerdo con las FARC, a veces nos deja desconcertado con su juego. Cuando todo parecía estar a punto para alcanzar un arreglo sobre los temas finales de la agenda aparecieron las viejas prevenciones que, vale recordarlo, nunca existieron en las negociaciones con otras agrupaciones guerrilleras, pero que en el caso de las FARC son reiterativas. Es como una especie de rollo abandonado en el sótano de un filmoteca y cubierto de telarañas que carece de importancia pero que a ratos se proyecta a fin de complacer a algún friki que lo volvió su objeto de culto personal. Trataré de devolver la cinta.

En 1992 merodeaba por el Nudo de los Pastos cuando la jefatura de las FARC me preguntó sobre un lugar llamado Sanabria, el sitio -me explicaron- es el que propone el gobierno de César Gaviria para concentrar al frente guerrillero que operaba en el departamento de Nariño y estaba entonces bajo mi mando. «Eso queda en el culo del mundo -respondí- hasta el punto de que ni siquiera hay guerrilla». Elegí un puñado de hombres y nos fuimos a explorar a Sanabria. Tres días caminamos por una selva enmarañada en las que no habitaba nadie hasta que llegamos hasta El Desplayado en las cabeceras del río Iscuandé y topamos con un hombre negro, viejo, cocinando una olla de chontaduros sobre un fogón de piedras.

«Por aquí no hay sino unas cuantas almas y una docena de niños». me dijo en su rancho de palma mientras pelábamos y comíamos chontaduros con sal. «Aquí no hay ni siquiera maíz para alimentar al Gallo de la Pasión -hablaba y tosía-, no sé qué los trae a ustedes por aquí». A los días volvimos a un campamento de la Cordillera Occidental y desde allí despaché a una guerrillera que había cursado unos semestres en la universidad para que tratará de crear una escuela y enseñara a los niños. En Sanabria, me dijo alguien, aún la recuerdan. Escribí el relato Trocha de ébano para dejar testimonio de un país que existe pero que nos quieren hacer creer que sólo son invenciones de los «mamertos».

Dos años antes (1990) de lo sucedido en Sanabria había estado en un paraje rural entre los límites de los municipios de Corinto y Toribío, asistiendo a una cumbre con varios cuadros de las FARC -algunos de ellos participan hoy en las negociaciones de La Habana-, ELN y de los restos del EPL. No muy lejos de allí, en Santo Domingo, estaba concentrada la gente del M-19 y desde la montaña veíamos la romería que iba y venía en vehículos de toda naturaleza para reunirse y escuchar a los guerrilleros del Eme puesto que no estaban en el culo del mundo. A nuestros pies se veía la ajisosa ciudad de Cali, los ingenios azucareros y los pueblos que sobrevivían a sus alrededores.

Estas historias de concentraciones de guerrilleros las sabe Humberto de la Calle porque en ese entonces gobernaba las negociaciones de paz en Caracas (1991) y Tlaxcala (1992) en representación del gobierno de César Gaviria. De la Calle es de los pocos políticos serios y preparados que le quedan a Colombia y tengo la impresión que quedó descolocado ante los titubeos del presidente Santos de cara a los temas finales del proceso de paz acordados en la subcomisión integrada por militares y guerrilleros activos.

El mejor ensayo sobre el boxeo lo ha escrito una mujer: Joyce Carol Oates, una de las grandes figuras de la literatura contemporánea estadounidense. En Del boxeo, Oates recalca que la parte más compleja de un entrenador es la de convencer a su pupilo que se levante y siga combatiendo luego de caer a la lona. Esto le iría muy bien al presidente Santos que parece estar al borde del nocaut por tantos problemas que se le han juntado por estos días y ve como se descuelga en las encuestas. No tiene más remedio que levantarse, seguir y ganar ese combate contra el pesimismo y la barbarie. Pierde más devolviéndose que avanzando. Ganará más de lo que piensa. No debería asustarse por el ruido. Es sólo ruido. El ruido no mata. Lo que mata son las garras y los colmillos.    

Pero para ganar ese combate, Santos debe entender que no tiene lógica aislar a las FARC y llevarlas hasta el culo del mundo para que nadie se entere de lo que hacen y piensan. Por su parte las FARC deben pensar que la combinación de armas y política a la vez no vale para estos tiempos. Tienen una oportunidad que pueden regatear, pero no desperdiciar, más aún cuando se avecinan altibajos políticos en el continente que no les favorecerán en lo ideológico, pero si en lo diplomático. Una de las virtudes de Manuel Marulanda fue la paciencia y sus discípulos lo saben, y el actual momento requiere de esta virtud. Sería fabuloso que controlaran el tiempo de tal manera que sepan agarrar el momento oportuno para abrir los ojos y evitar que a la hora de despertarse el dragón esté allí.

En twitter: @Yezid_Ar_D