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Yo, el supremo

Ese es el Plan C. Uribe es un Caudillo designado por Dios para salvar a Colombia sin instituciones intermedias salvo las que pueda controlar

Antonio Caballero
27 de junio de 2004

Lo he venido pensando y discutiendo con gente. Y he llegado a la conclusión de que esto de Álvaro Uribe no es tan simple como parece. El Presidente no es sólo un demagogo de derechas que, sorprendido por una victoria electoral inesperadamente prematura, se contenta con improvisar al hilo de los acontecimientos. Con chambonear: aquel derecho soberano de los gober-

nantes que reclamó López Michelsen con consecuencias de sobra conocidas, de sobra padecidas (aunque no por él). Con improvisar un referendo "indispensable", y perderlo sin que importe. Con improvisar unos acuerdos políticos que después nadie cumple, sin que tampoco importe. Con desdeñar la tarea de gobernar y sustituirla por la de hablar y hablar y hablar, mientras por detrás se dedica a trabajar, trabajar y trabajar, no en el gobierno, sino en su reelección para el gobierno. He llegado a la conclusión de que Álvaro Uribe no tiene un Plan A, como el que dice y dice y dice que tenía. Ni tampoco un Plan B, como el que muchos le reprochan que no tenga. No tiene ninguno de esos, ni los necesita, porque tiene un Plan C.

Consiste en gobernar para toda la vida.

En hacerse reelegir y reelegir y reelegir hasta la hora de su muerte, e incluso en instaurar una dinastía, como la de los Somoza en Nicaragua, con el respaldo, y para el beneficio, de los Estados Unidos. Y en lo local, con el respaldo, y para el beneficio, de las personas y sectores que controlan la economía del país. No la política: los políticos sobran en el Plan C de Uribe, y por eso los amenaza o los compra (para la reelección) con tan lánguido descuido. Los políticos son prescindibles, y en cuanto pueda permitírselo (o sea: cuando le hayan garantizado la reelección) prescindirá de ellos, y habrá cumplido así su gran promesa, hasta ahora incumplida, de acabar con la politiquería.

Hace ya muchos meses escribí aquí mismo una columna titulada 'Ein Volk, ein Führer': un pueblo, un jefe, a la manera del lema de Adolfo Hitler para la Alemania nazi. Me dijeron entonces que exageraba. Sigo creyendo que no. Para allá van Uribe y el uribismo.

Ese es el Plan C. Álvaro Uribe es un Caudillo designado por Dios para salvar a Colombia, que quiere gobernar sin intermediarios y sin instituciones intermedias: sin Congreso, sin Poder Judicial, sin siquiera Fuerzas Armadas, salvo las que él mismo personalmente pueda controlar. De ahí sus regaños públicos a los militares, sus destituciones fulminantes, su dedito levantado para exigirles "resultados". Como Hitler.

O, más bien, y dado que a diferencia de Hitler Uribe no dispone de un país de las capacidades y el poderío de la Alemania de los años treinta, como el doctor Francia. El doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, 'El Supremo', dictador del Paraguay durante medio siglo en el siglo XIX. De él se cuenta que, en su guerra contra la Argentina, enviaba personalmente, con un chasqui, las coordenadas de acuerdo con las cuales debían disparar los cañones paraguayos contra las tropas enemigas. El chasqui llegaba al frente de batalla al cabo de tres días, instrucciones en mano. Los oficiales, disciplinados y obedientes, apuntaban y disparaban los cañones de acuerdo con las altas instrucciones recibidas. El chasqui regresaba -otros tres días de carreras al -palacio del doctor Francia en Asunción del Paraguay para anunciarle que los cañones habían sido disparados siguiendo sus instrucciones, pero que cuatro días antes el enemigo se había ido para otro sitio. Y el paraguayo doctor Uribe de la época montaba en cólera y gritaba:

-¡Es que todo lo tengo que hacer yo personalmente!

Y, personalmente, le pegaba un tiro al chasqui que le traía tan malas noticias.

El doctor Francia se murió de un ataque de rabia.

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