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YO VI A GAITAN

Semana
4 de mayo de 1998

No habla muy bien de mi edad, pero sí de mi interés, desde niño, por los políticos, contar que conocí a Jorge Eliécer Gaitán y que lo visité en sus oficinas del edificio Agustín Nieto, como un año y medio antes de caer asesinado, a las puertas de ese mismo edificio. Se trataba de un interés visual. No era mi familia, ni yo mismo, que ya tenía algunas definiciones políticas, propiamentegaitanista, sino, quizás, lo contrario. Pero la imagen del hombre público me causaba fascinación. Inmediatamente me desmonté del ascensor de reja lo descubrí en un salón atiborrado de carteles de sus campañas y de jefes de barrio. No sobresalía, pero sí vi agitarse su cabeza de abundante cabello, liso y glostorado. Era Gaitán. Y eran épocas pausadas (lo que no quiere decir desapasionadas), en que hasta dos chiquillos, más una tía deslumbrante, se abrían paso en cualquier despacho, porque había un clima de señorío y de caballerosidad, que por entero se perdió. Gaitán dejó el salón, interrumpiendo la reunión, que lo debía tener harto, y se acercó a la baranda del corredor donde lo esperábamos sin tema a tratar, ni mayor cometido que el de una firma, acaso, del hombre que habría de ver en estatua en tantos sitios de Colombia. Gaitán sonreía y sus facciones eran menos duras que las de sus carteles de "A la carga". La boca, de todos modos, le dibujaba un rictus amargo. Su tipo era muy colombiano, moreno verdoso _era más moreno Ospina_ y la malicia de su mirada rasgada, de sus ojos grandes, que podía reducir a una sola línea oblicua, acusaba el ancestro indígena. De ahí que le dijeran 'Indio', pero nunca por admiración. Se ha dicho mucho que Jorge Eliécer Gaitán era un dandy, inclusive lo han tildado de arribista, y yo, al menos, en esa corta y única ocasión en que lo tuve al frente no observé ni elegancia en el vestir, ni frescura de lociones, sino más bien brillos de piel sudorosa. Colocó un brazo sobre la baranda del segundo piso, en donde nos hallábamos, con un gesto corporal sesgado, como el que le captó el fotógrafo Lunga en alguna terraza bogotana. El cuello de su camisa se montaba sobre las solapas. Hay que tener en cuenta que eran tiempos almidonados.Gaitán nos firmó una libreta, que aún conservo y que emborroné de sangre durante un juego infantil, con lo que pensé que había hecho un daño y no que estaba percibiendo la premonición de su sacrificio, ocurrido un año más tarde. Mucho he leído después sobre el 9 de abril, del cual se cumplen 50 años en esta semana y muchas interpretaciones ha habido acerca del asesinato. Ninguna concluyente. He aquí algunas: Que el crimen pudo estar relacionado con la audiencia forense de la noche anterior, en que sacó libre al teniente Jesús María Cortés, que había matado a un periodista (Eudoro Galarza) en Manizales. Que Juan Roa Sierra lo hizo, a título personal. De su linchamiento quedó un cuerpo en jirones, y no sé ni cómo lo identificaron. Una corbata, y no la suya, le anudaba el cuello y el resto era un despojo desnudo. Que lo habría hecho para mostrarse grande (al fin de cuentas, se trataba de un magnicidio) ante una mujer desdeñosa. Un artesano amigo me contaba que había conocido a la familia Roa Sierra y que era tenida en su barrio por apacible y honrada, habiendo sido sorprendida por estos hechos, como si se los atribuyeran injustamente.La versión según la cual Fidel Castro Ruz, quien se encontraba realmente en Bogotá, pero era un muchacho de 20 años, tuvo que ver en el crimen es, a mi parecer, exagerada. Tocaría extremar las cosas, atribuyéndole ya una edad revolucionaria y criminal. Es jugar a la historia redondeada por medio de elementos que se conocen ventajosamente después. Aunque es curioso que hubiera estado en un cafetín al frente del Agustín Nieto, a la una de la tarde; que figurara en la agenda de Jorge Eliécer y que hubiera tenido que huir del país, protegido por la embajada rusa. La tesis, muy gaitanista, según la cual la oligarquía fraguó su muerte, respondería a la cuestión criminalista: ¿a quién conviene? No encaja, sin embargo, en la oportunidad, que fue más propicia al saboteo de la IX Conferencia Panamericana, fundadora de la OEA. No se supo mucho más del magnicidio. Las investigaciones se hundieron en el olvido. El gobierno acusado entregó la investigación del crimen a un amigo de Gaitán, el profesor Jordán Jiménez y se apeló inclusive a Scotland Yard. No ha habido en 50 años otro Gaitán, genuino, popular, que no exhiba como lastre elefantes de corrupción. Que lidere, por el contrario, una "restauración moral de la República". (A la carga)

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