"YO Y YO"
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Hay ciertas personas --no muchas, por desgracia- que tienen dos cualidades admirables y conmovedoras. Una es la gratitud. Retribuir la bondad ajena con la misma moneda, limpia y reluciente, es la más maravillosa de las virtudes humanas, superior incluso al amor, la inteligencia o el talento. Inteligente es cualquiera. Pero los hombres buenos, en cambio, son escasos.
Es por eso que entre las viejas fábulas que nos enseñaron en la infancia, cuando los muchachos de San Bernardo del Viento Ibamos a la escuelita del profesor Canabal, en el Camino Real que conducía al mar, hay una que no he podido olvidar a pesar de la arteriosoclerosis y de los engaños que la vejez le va urdiendo a la memoria.
Se trata de aquella historia de un aldeano que caminaba por el campo. Encontró un oso gimiendo de dolor. El animal tenía una espina clavada en la pata. El hombre se la sacó con cuidado y con cariño. El oso, danzarln y feliz se perdió de nuevo en la espesura. El labriego olvidó el episodio hasta que un día fue atacado, en un recodo del bosque, por una horda de osos hambrientos que se lanzaron sobre él. Le salvó la vida un miembro de la manada que lo protegió de sus propios compañeros, lo defendió a dentelladas y luego, cuando había pasado el peligro, le dio al hombre un par de lenguetazos de afecto en la cara. Era el mismo oso, claro, de la espina.
La otra virtud humana ante la cual me quito los anteojos, a falta de un sombrero que sirva para descubrirme, es el tacto para saberse retirar a tiempo. La discreción para esfumarse cuando ya uno estorba. La elegancia para hacerle al mundo una venia, regalarle una sonrisa y desaparece sigilosamente por el fondo del escenario. No es fácil y se requiere coraje. Se necesita valor para comprender que ha llegado la hora del ocaso y que está comenzando a despuntar el sol de los venados, esa luz mortecina de nuestra propia tarde.
En estos días he visto, en periódicos y revistas, dos casos que pueden ilustrar perfectamente la proporción inversa de que hablan los matemáticos. Son los ejemplos contrarios. La gran señora, Greta Garbo, que tuvo suficientes cantidades de su propio apellido para mandar todas las veleidades a la quinta porra. Se fue, como se va un velero, y le pegó una patada categórica al éxito. No hay poder humano que le haga abandonar su retiro, oculta detrás de las arrugas y de las gafas negras. Es un decoro evidente y hasta arrogante.
Otra mujer, en cambio, regresa al proscenio de la insistencia. Doña Alicia del Carpio, la incomparable autora del programa "Yo y tú", que llenó nuestra adolescencia de humor y de ternura, vuelve ahora de las sombras del pasado, con una terquedad de fantasma casero, y nos cambia la alegría de otras épocas por el dolor de verla convertida en libretista de una calamidad.
Sentado frente al televisor, armado de piyama y de paciencia, me hago unas preguntas sobrecogedoras: ¿era esta misma serie la que nos causaba tantas emociones hace quince años? ¿Por ver esta historia dejaba yo plantada a la novia juvenil para escabullirme en busca de Don Cándido y Eloy? Sí. En líneas generales "Yo y tú" es el mismo de aquel entonces, de la época en que los muchachos usaban gomina.
Pero el país es otro. Los viejos criados y maestros de albañilería de Doña Alicia están ahora en la calle, poniendo bombas, o pidiendo aumento de salarios en las manifestaciones que organiza la Unión Patriótica. Es probable que sus hijos sean los mismos jovenes que se han sumado a la guerrilla. Lo malo es que Alicita cree que aqui no ha pasado nada, que la historia es una rueda de ruleta que se detiene y espera a que el garitero la haga girar de nuevo.
La historia, Alicia querida, es como un carro en movimiento, y a mí, que soy apenas un chofer de medio pelo, me enseñaron, cuando estaba aprendiendo a manejar, que a un carro que avanza no se le puede dar reversa porque se rompe la caja de cambios.
Esta tierra, señora, no es la misma. Don Cándido María Lechugo ya no anda en plan de comprarse una finquita de tierra caliente para irse a veranear. Si va, lo boletean. Don Cándido, hoy en día, anda de mendigo en la calle, o recogido en cualquier albergue de la tercera edad, porque no hay plata para pagarles a los jubilados. Los delincuentes de ahora, Alicia, no se parecen ni en la sombra a tu Clodoveo, presumido, ingenuo e inofensivo. Los de ahora matan ministros, asesinan jueces, amenazan a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia.
Es ahí donde radica la tragedia de este nuevo "Yo y tú" tan viejo.
Mientras Alicita cree que todavía los hijos del dueño se casan con las secretarias de la empresa, en "Don Chinche" los protagonistas saltan matones para conseguir el almuerzo, o Eutimio revienta suela buscando empleo, en un país donde la desocupación se aproxima al 20 por ciento.
Vuelve a empolvar los libretos, Alicia, y guárdalos, échales encima el polvo de nuestro cariño y nuestra nostalgia. Y no sigas pensando que el país estaba dormido, esperando que tú regresaras a escribir los mismos programas de televisión, porque esa es una actitud tan arrogante y petulante que, si seguimos así, tu programa va a terminar llamándose "Yo y yo"...