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Zánganos y abejas reinas

Los que no votan permiten la reproducción de un Congreso capturado por intereses particulares, con pocos congresistas libres para buscar honestamente cómo defender el interés público.

Semana
11 de marzo de 2006

Llegó el día de la elección de Congreso.
Apenas algo más de la tercera parte de los ciudadanos va a votar por alguien. No exagero, en las elecciones a Senado de 2002 sólo votaron válidamente cuatro de cada 10 colombianos aptos para hacerlo. Apenas el 40 por ciento.
Ese mismo día, un millón de colombianos trataron de votar, pero sus votos fueron nulos porque marcaron demasiados nombres o porque no marcaron ninguno. Hubo 355.000 votos nulos y 656.000 tarjetones no marcados.
Pero todo puede empeorar, según lo dicta la única ley que siempre se aplica infaliblemente en este país, la de Murphy. Este 12 de marzo puede haber más votos nulos. La reforma política inauguró procedimientos complicados, bautizados con una jerga incomprensible.
Entre los que votan, una proporción –aún no descifrada, pero con toda seguridad bastante grande– no lo hace libremente. Cambia el voto por plata, por cupo escolar, teja, cuenta gratis en droguería. O, más triste aun. Va a la urna por obligación porque el Alcalde le dijo que perdería el puesto, o porque el paramilitar le dijo que votara por el que quisiera, pero eso sí, por ninguno que fuera muy antipara, o porque la guerrilla le hizo saber cuáles eran sus candidatos.
Entonces, siendo generosos, tres de cada 10 colombianos eligen Congreso democráticamente. En ese Congreso, obviamente, van a pesar los intereses de los que más dinero ofrecieron o los que más intimidaron. Será un Congreso fácil de manipular por el Ejecutivo. Sólo será darle contentillo, para satisfacer sus mezquinos objetivos y ¡paf! harán lo que diga el Mesías Uribe. Así funcionó gran parte de los congresistas que ahora terminan su período.
¿Culpa de quién? De los zánganos. Son los que no van las urnas con su bien sazonado discurso de falta de fe en la política. No creen en ella porque no es de ellos, y no es de ellos porque les da demasiada pereza levantarse a votar el domingo. Si votaran el doble de colombianos, seis de cada 10, o qué tal el triple, nueve de cada 10, ¿quién saldría elegido? No sé, pero, con seguridad, no podrían imponer su voluntad unos cuantos caciques de antes, y unos cuantos parabarones de hoy con sus millones. Es imposible comprarse o doblegar a 25 millones de colombianos.
No obstante, la mayoría de esos 14 millones de colombianos que se quedan en sus casas viendo tele está feliz pensando en otra cosa, mientras se cierran sus propias posibilidades de progreso y las de los demás.
Son los zánganos que, como en la colmena, sólo llegan a la hora de la fiesta con la abeja reina. Son los mismos que no pagan las cuotas de administración de su edificio, evaden al máximo impuestos, piden que no les cobren IVA cuando compran y se copian en los exámenes de la universidad. ¡Total! Saben que hay unas “obreras” que construyen los panales, limpian y mantienen la colmena, crían a las larvas, montan guardia y recolectan el néctar y el polen.
Mientras los otros votan, trabajan, declaran sus ingresos, estudian, se echan el país al hombro, los zánganos van en coche. ¡Ah! Y no asumen ninguna responsabilidad sobre lo que sucede... dicen con gran desparpajo: “yo sí no voto por esos políticos tan malos”… sin preguntarse por qué no ayudó a elegir unos buenos.
Quizá tengan alguna vaga noción de que si contribuyeran, la carga sería menos pesada; de que si participaran, la política defendería mejor el interés colectivo. Pero eso no parece suficiente para dejar la desidia, ni el atajo.
Por eso tendremos por cuatro años otro Congreso de abejas reina (aunque éstas son más modestas que los parlamentarios porque sólo viven tres años y no tienen suplentes), alimentadas con jalea real, y no con polen, como el resto de los habitantes de la colmena. Y los zánganos, que no recolectan néctar, ni polen, ni nada, les ayudan cada elección a reproducirse.

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