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Zombis en Guatemala

La idea de que es buena la guerra contra las drogas sirve intereses: el geopolítico del gobierno de los Estados Unidos y el particular de sus agentes antidrogas.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
1 de junio de 2013

A ver qué dicen ahora en la reunión de la OEA en Guatemala el presidente de ese país, Otto Pérez, y el de Colombia, Juan Manuel Santos, que han propuesto que se discuta la legalización de la droga. Porque acaba de hablar la voz de Washington (cuando la que mandaba era la Roma de los papas se decía: Roma locuta, causa finita: y no había nada más que hacer), y dijo así:
-Hemos concluído que la legalización no funciona.

Esta vez la voz de Washington habla por boca de William Brownfield, subsecretario de Estado para Narcóticos e Imposición de la Ley (Law Enforcement). Y lanza una advertencia: de las cuatro propuestas que figuran en el documento de trabajo presentado (al costo de 2 millones de dólares) por los funcionarios de la OEA, solo podrá aceptarse, si acaso, una. La que contempla la despenalización de la marihuana, ya vigente en la práctica en 20 estados de los Estados Unidos y en la ley en dos, Washington y Colorado, que aprobaron en referendo el uso recreativo de la hierba. 

Pero es que en lo de la marihuana no hay más problema que el estorbo de la ley federal, porque es desde hace mucho tiempo uno de los primeros tres cultivos de la agricultura norteamericana, y se exporta a otros países. De modo que se puede levantar la veda en nombre del libre comercio. Con las drogas llamadas “de diseño”, las sintéticas, que se fabrican en laboratorio, tampoco habrá problema: para eso hay laboratorios farmacéuticos en los Estados Unidos, y en consecuencia se subvencionarán, llegado el caso. Pero la cocaína, la heroína, que vienen de los países tropicales extranjeros... esas sí no. Dice Brownfield:

El punto central de este ejercicio (la Asamblea de la OEA) es reconocer que hay drogas distintas, países distintos, culturas distintas; pero, al final del día, hay una línea roja que ningún país quiere cruzar.

Y explica:

-Todo país tiene el derecho soberano a decidir sobre sus políticas internas y sus leyes. Así mismo todos los países están obligados a asegurar que sus leyes no generarán impacto en otros países.
Tiene que ser un chiste. Desde que era embajador en Colombia (y antes en Venezuela, y antes en Chile: en el patio de atrás del imperio) Brownfield tiene fama de echar chistes. 

Tiene que ser un chiste porque no es posible que no se haya dado cuenta de que todo el problema de la droga viene del “impacto generado en otros países” por las leyes internas de los Estados Unidos en materia de drogas. Leyes que sus autoridades no han podido hacer cumplir, con la consecuencia de que han trasladado su enforcement a los países productores (como Colombia) o de tránsito (como Guatemala) de las drogas que consumen los ciudadanos norteamericanos. Es más fácil obligar a obedecer a un presidente latinoamericano que a un mafioso.

Pero ¿y por qué se empeñan en mantener vigentes esas leyes probadamente fracasadas y contraproducentes? En su columna del New York Times explica Paul Krugman, premio nobel de Economía, que hay ideas muertas que siguen vivas si están al servicio de alguien: ideas zombis. “Una idea zombi es una proposición que ha sido rigurosamente refutada por la evidencia y debiera estar muerta; pero no sigue muerta porque le conviene a algún interés político o halaga algún prejuicio, o ambas cosas”, escribe Krugman. 

Y la idea de que es buena la guerra contra las drogas, aunque minuciosamente refutada por la realidad, cumple ambas condiciones: sirve intereses –el geopolítico del gobierno de los Estados Unidos y el particular de sus agentes antidrogas, como Brownfield: pues casi tan rentable es combatir el narcotráfico como traficar con narcóticos. Y halaga un prejuicio: el prejuicio de que las drogas son dañinas. Y lo son, sí. Pero es más dañino perseguirlas.

El Diccionario panhispánico de dudas define al zombi como “cadáver reanimado mediante prácticas de brujería”. Leo que ese muerto así resucitado queda sometido a la voluntad del brujo que le devolvió la vida. Veremos en Guatemala si los presidentes Santos y Pérez siguen teniendo voluntad propia, o son zombis del subsecretario Brownfield. 

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