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Ágora, una película de Alejandro Amenábar

Semana
1 de julio de 2011

 

Ágora era el término empleado en la antigua Grecia para referirse a la plaza pública de las ciudades estado, también conocidas como polis. Se trataba del espacio delimitado por edificios públicos y privados, con pórticos columnados, oficinas administrativas, baños públicos, en fin, era el punto de encuentro a donde sucedían todos los asuntos sociales, políticos y comerciales de la época.

 

De modo que no sorprende que allí transcurrieran los eventos de esta película, http://www.youtube.com/watch?v=RbuEhwselE0, situada en tiempos de crisis y violencia en Egipto, mientras fue provincia del Imperio Romano. Cuando Alejandría, su ciudad principal, estaba tutelada por el legendario faro y era la sede de la gran biblioteca a donde la intelectualidad luchaba por preservar el conocimiento milenario allí consignado. Que en este film se trató de un grupo representado por Hypatia –un papel interpretado por Rachel Weisz, un gran acierto, a mi manera de ver las cosas-, una brillante filósofa y astrónoma entregada al conocimiento hasta el punto de la castidad total. Sabia y virgen, excelente docente y amiga, una conversadora erudita y entretenida, hija devota, altruista, patrona considerada, una dama bella y valerosa, una mujer llena de virtudes que de no haber sido atea, y de no haber tenido una mente desarrollada, pudo ser beata. Entre tanto, los religiosos supersticiosos, y de todos los credos, por cierto, desencadenaron una cruenta revuelta en la ciudad, mientras Davo, el joven esclavo de Hypatia, la amó furtivamente hasta que al final se conmovió y la mató por piedad, en una suerte de eutanasia, podríamos llamarla, en lugar de permitir que los cristianos la lapidaran sin escrúpulos, como si esta fuera una práctica precursora del Auto Da Fe que vendría siglos más tarde, cuando la Santísima Inquisición ordenaría quemar a tantas mujeres acusadas de brujería y herejía, que, como dato curioso, es un vocablo que viene del griego heresis, que significa elegir. Así resumiría la acción de esta producción, de gran envergadura y despliegue técnico.


Pero lo más interesante de la cinta fue el nutrido cuadro que dibujó de la condición humana, en particular, de la incertidumbre que implica ser adulto, puesto que nadie posee la verdad ni puede predecir la totalidad de las consecuencias de las decisiones, así que no hay una alternativa superior a las demás, todo depende de las circunstancias. A lo sumo, las verdades son transitorias, pasajeras y parciales, de modo que verdad no es un ideal, una meta ni un valor.

 

Y Ágora muestra a un ser humano perdido y angustiado, que no sabía si Ptolomeo tenía razón al afirmar que el universo giraba alrededor de la Tierra, el centro del universo, o, si por el contrario, Aristarco estaba en lo correcto planteando que viajaba alrededor del sol. Tampoco sabía si nuestro planeta era redondo o plano. Mucho menos si el dios cristiano, cruel, rabioso y muy popular, era el único y el verdadero, si estaba por encima de las incontables deidades paganas, aun cuando también supersticiosas, además eran tiempos en que ya miraban a los judíos con recelo y rencor porque ejecutaron a Cristo, según la Biblia, claro está. Pero también eran momentos de lucha intestina por el poder político y militar, a donde los caudillos debían interpretar la voluntad del pueblo para mantener su hegemonía, a la vez que seguían en la gracia y el favor del emperador romano y sus huestes invencibles. Eran los siglos de los primeros cristianos, de los Doctores de la Santa Madre Iglesia y las discusiones bizantinas, la época en que se sentaron las bases para todas las religiones de la actualidad.

 

Así las cosas, el tema de esta película no pierde vigencia. Después de todo, casi dos mil años más tarde, luego de innumerables desarrollos científicos y tecnológicos, la verdad absoluta sigue eludiendo al ser humano, mientras que jamás en la historia hubo tantas religiones como en la actualidad. Y, como si fuera poco, se sigue asesinando por razones de fe y de poder.?