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Bicentenario: reescribir el relato nacional

Semana
27 de abril de 2009

 

Bicentenario: reescribir el relato nacional*

Por Daniel Mera Villamizar

Quisiera compartir  un reporte de mi reflexión en torno a la celebración o conmemoración del Bicentenario de la Independencia.

El momento para preguntarnos quiénes somos los colombianos

Hay acuerdo, no sé qué tan extendido, sobre que el Bicentenario es ‘el momento’ para preguntarnos quiénes somos y quiénes queremos ser los colombianos, esto es, para revisar y reelaborar el contenido de la identidad nacional.  

¿Por qué ‘el momento’, si cualquier tiempo es bueno para pensar quiénes somos y quiénes queremos ser?

Celebrar los 200 años de independencia política es una decisión de identidad. De un pueblo o una nación que celebra su continuidad de lo que quiere ser.

No celebramos ningún hecho del periodo colonial porque somos y queremos ser, siempre, ciudadanos libres de una nación independiente.

Imagen que alguien gritara: “¿Por qué siempre?” Y añadiera: “Los españoles no son menos libres por tener un Rey”.

¿Cuál sería nuestra reacción?

Nos sorprendería profundamente. Pensaríamos que esa persona no ha entendido o no comparte plenamente un rasgo básico de cómo nos vemos los colombianos.

Así que, por el poder de los números redondos cuando miden el tiempo … o la plata, llegar a los 200 años de independencia nos parece extraordinario. Digno de celebrar. Asalta la duda, sí, sobre si celebraremos en grande.

A diferencia de las personas, que cuando cumplen años en números redondos grandes, 60, 70, 80, celebran pero tienen esa certeza reprimida de estar acercándose a la muerte, la nación puede celebrar los 200 años como indicio de que existirá por siglos.

Luchamos denodadamente por el poder porque creemos que el país, la nación seguirá después de nuestra muerte. Lo que ennoblece, en cierta medida, la lucha política.   

Bicentenario continuo hasta 1819

Entonces el Bicentenario sí es ‘el momento’ de repensar quiénes somos. ¿Cuánto durará este momento?

Me angustia que este tiempo de conmemoración acabe el 20 de julio de 2010, el año entrante.

En Chile, el proceso comenzó 10 años antes, en el 2000. En Colombia, nos cogió la noche y además nos perjudicó una indecisión, no tan declarada pero evidente, sobre si celebrar 1810 ó 1819.

Existe este riesgo: que terminemos la conmemoración del Bicentenario en el 2010 y se ‘acuerde’ volver sobre el tema en el 2017 ó 2018 para organizar los 200 años de la Batalla de Boyacá en el 2019.

Es un riesgo porque no tendríamos suficiente tiempo para lograr lo que necesitamos en el Bicentenario.

Sin embargo, es posible pensar la celebración del Bicentenario como un proceso intelectual y educativo continuo hasta el 2019, pero eso dependerá, básicamente, del próximo Presidente de la República.

Ser colombiano es, sobre todo, un sentimiento

Ahora, parecería obvia la importancia fundamental de saber quiénes somos y qué queremos ser para la vida de las naciones y de las personas.

No sé si también parece obvio que es muy difícil saber quiénes somos y qué queremos ser.

Todos intuimos que la respuesta implica el pasado, que la historia nos pesa, pero no precisamos cómo ni por qué, ya que tenemos poca memoria histórica y tendemos a vivir en horizontes cortos.

La identidad más abarcante y segura que tenemos es: “Somos colombianos”. Pero ¿qué es ser colombiano?

No tenemos una respuesta clara. “Es ser un ciudadano de Colombia”. ¿Y qué es ser un ciudadano de Colombia? “Es ser fiel a los derechos y deberes consagrados en la Constitución”. Ah, entonces usted también puede ser ciudadano de Argentina. “Tal vez”.

Claramente esa conversación nos comenzaría a parecer antipática. ¿Por qué? Porque en este momento ser colombiano es, sobre todo, un sentimiento.

Sentimos que somos colombianos, así no podamos explicar qué somos.

Cualquiera que busque hacernos dudar con preguntas que tengan la velada intención de concluir que ser colombiano no es nada, corre el riesgo de “herir nuestros sentimientos”. 

No obstante, ser colombiano es más que un sentimiento.

Imaginen que esta mañana hubieran amanecido sin ninguna memoria política, social, cultural, histórica, salvo la memoria familiar de sus seres queridos -para que no sea tan cruel el ejercicio-, pero con un sentimiento de querer algo llamado Colombia.

¿Quiénes serían ustedes? No responderían “somos colombianos”. Sin memoria (colectiva) no podemos ser colombianos.

Probablemente el sentimiento ha surgido mientras se labraba la memoria, por más precaria que sea o nos parezca.

Imagínense ahora en un aeropuerto internacional sin poder decir a qué nación pertenecen porque no saben. Ni el más cosmopolita estaría contento con la situación.

Imaginen el dolor que sentirían si tuvieran que botar al mar su cédula de ciudadanía o el pasaporte para que las autoridades del país al que buscas llegar como inmigrante ilegal no sepan a qué país deportarte.

Con esto quiero decir que la identidad de colombiano es muy importante para nuestras vidas. No sólo como asociados de un Estado.

Una vez vi a un hombre adulto muy triste y afectado porque en el Censo de 1993 no lo habían contado, censado, y eso negaba en cierto sentido su existencia.

Por un relato nacional compartido

Si tenemos identidad nacional  sentimental pero no podemos explicar bien qué somos, es porque no tenemos un relato compartido de quiénes somos y qué queremos ser.

Creo, como muchos, que el Bicentenario es la oportunidad de recrear ese relato. Un relato nacional recreado puede remozar la identidad nacional, darle contenido al sentimiento. 

La identidad moviliza (y no sólo para ver a la selección nacional de fútbol); el relato otorga sentido.

El relato nacional debe establecer una continuidad entre el pasado y lo que queremos ser. Es decir, debe hallar en el pasado lo que nos enorgullece hoy y queremos perfeccionar en el futuro.

Aquello de nuestro pasado que nos oprime el espíritu debemos asumirlo, reconocerlo, con la promesa de no repetirlo.

Si aceptáramos que los hechos principales de nuestra historia como nación son abominables, estaríamos perdidos, desolados. El relato debe encontrar la manera de reconocer lo abominable.

Sin embargo, pienso en esto que dijo Renan: “El olvido, incluso el error histórico, son un factor esencial en la creación de una Nación”.

No voy a decir que el error histórico, pero sí que el olvido es un recurso en la reelaboración del relato de una nación. En cierta medida, siempre elegimos qué recordar y qué olvidar, con algún grado de conciencia. 

El relato nacional se reescribe desde los principios y valores de nuestro tiempo, que son los que queremos realizar en el futuro.

Tras 200 años de evolución (y auto-gobierno), nos vemos más como una nación diversa y compleja, que como una nación mestiza.

Nos vemos más como sugiere la Constitución de 1991: una democracia incluyente que sueña materializar el Estado Social de Derecho.

Desde que las elites políticas perdieron el monopolio intelectual en la concepción de la Nación, en parte por la modernización de la sociedad,  la nación se define más en otros ámbitos o campos.

Por eso pareciera que pasamos muy rápidamente, en ciertos discursos, de nación diversa a nación pluriétnica y multicultural. Qué bueno sería discutir hoy con don Miguel Antonio Caro!

El relato nacional es mucho más que el relato del proceso de emancipación política. 

Es o debería ser el relato de los 200 años de vida republicana y de lo que queremos para los próximos 50 años.

Pero como en el relato de la emancipación se forjaron los mitos fundacionales, ese es el comienzo fundamental.

Hablo de relato nacional como si fuera uno, cuando en realidad siempre habrá varios. Sólo que estoy más interesado en el relato dominante.

Mis dos razones son: porque creo en el proyecto liberal de esta nación, con sus extravíos y su lentitud desesperante para alcanzar una igualdad básica, y porque quiero contribuir a asegurar un papel de los negros en ese relato dominante.

La Consejería Presidencial para el Bicentenario quiere organizar un relato que supere la bo-li-va-ria-ni-za-ción y san-tan-de-ri-za-ción de la historia de la independencia y haga más justicia a los grupos sociales de la época y supongo que a otros próceres. Una historia más afin a nuestra época. De acuerdo.

Creo que estamos maduros para reescribir los mitos fundacionales, con una condición, que es una petición: la de aceptar que necesitamos mitos fundacionales. Reinterpretar los que conocemos y añadir algunos.

(...)

Un año es muy poco tiempo para organizar el nuevo relato nacional y difundirlo, aun si nos centramos en la historia de la independencia. 

Si la identidad (nacional) mueve y el relato confiere sentido, honestamente no veo otro recurso para movilizar a la población colombiana hacia un proyecto de país de largo plazo, con la perseverancia necesaria para seguir una estrategia.

Ahora que casi no contamos con las identidades partidistas, es mucho más difícil encausar las energías políticas de los colombianos para propósitos nacionales. Hay que reinventar los partidos, pero nadie sabe cómo lograrlo, o sí, pero parece imposible.

Las identidades regionales y locales pueden ayudar a generar energía nacional, si el relato  las integra y no les da la ventolera de independizarse (de agitar el tema).

Las identidades étnicas, tal como están planteadas en este momento, aunque sin muchos seguidores, son más divisivas que factor de unidad en la diversidad. Y, además, movilizarían sólo a una parte de la población.

Así que el Bicentenario puede ser más que una celebración. Puede ser una resignificación, una reimaginación.

Lástima que parece excesivo decir una “refundación”. Pero, más importante, podemos actuar pensando que lo es.

Muchas gracias (por llegar hasta el final del texto)

* Apartes de mi intervención en el foro sobre “Los afrocolombianos en el Bicentenario”,  organizado por el concejal de Bogotá Laureano García en el Concejo de la ciudad.  Ya habrá tiempo para las partes que omití aquí.