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De narcos y héroes

Semana
30 de mayo de 2012

¿Que por qué sé distinguir perfectamente la explosión de una bomba? Pues porque crecí en una Colombia en que día de por medio estallaba una. Porque desde pequeña aprendí a vivir con miedo. Miedo a salir en la noche, miedo a ir a un centro comercial, miedo a morir porque me dejaron en el carro esperando mientras mi papá hacía una vuelta de banco. Como la niña de la bomba de la 93.

 

Una amiga una vez me contó que cuando pequeña ella no le tenía miedo al coco ni al ropavejero. Ella cuando pequeña le tenía miedo era a Pablo Escobar, porque creía que iba a entrar a robársela de su cuarto. Porque para mi generación, que hoy ronda entre los 28 y los 35, el hombre más malo del mundo no fue un señor de barba escondido en unas montañas remotas, como para los de la generación del 9.11.. Para nosotros el hombre más malo del mundo podía estar apenas a unos metros de distancia. Vimos a sus sicarios, oímos las bombas, lloramos a los muertos.

 

Por eso me impactó profundamente, he de confesar que hasta las lagrimas, el trailer de siete minutos de la serie Pablo Escobar. El Patrón del Mal. Sí, reiteraban una y otra vez la maldad de este personaje. Las malas enseñanzas de una madre que le dice que si va a hacer algo malo lo haga bien, que no vaya a ser “tan pendejo” de dejarse agarrar. Pero sobre todo recordar el miedo y la muerte fue lo que más hizo mella en mí. Recordar a mi familia llorando la muerte de Galán, recordar la bomba de El Espectador que tuvo tal carga explosiva que se oyó en mi casa, y yo vivía en la 116. Pensar en todos los hijos que crecieron sin padres, y los padres que crecieron sin hijos. Todo porque estacionaron al lado de un carro cargado de dinamita. O porque decidieron hablar y luchar contra el flagelo de un hombre, de un criminal, que desafortunadamente contó con el apoyo, el silencio y la complicidad de varios miembros de la clase política y la élite. Porque, desafortunadamente, como en Colombia bien sabemos, por la plata baila el perro y cualquiera está dispuesto a vender a su mamá, a su país y a olvidar sus principios si es que alguna vez los tuvo.

 

Confieso que no he podido ver los primeros capítulos. Pero acá en México ya anunciaron con bombo que los comenzarán a trasmitir pronto. Ayer esta noticia abrió la sección de entretenimiento del el periódico Excelsior. La verdad no se si sea capaz de resistirlos, o si quiera realmente verlos. Me dicen amigos en Colombia que la producción está muy bien lograda, que no es una apología a Pablo Escobar, que es un recuento histórico interesante. Pude ver también que los actores son de primera línea.

 

Pero eso no me quita el mal sabor de boca que me dejan producciones como estas. No fui capaz de ver los El Cartel de los Sapos, ni El Capo, ni Las Muñecas de la Mafia. Y me dolió oír a niños decir que cuando grandes querían ser El Capo (porque los oí). Y ni hablar de la cantidad de fiestas de disfraces que tenían como tema vestirse de narco como en esas novelas. No sé cómo reaccione cuando en el próximo Halloween comience a ver a más de uno personificando a Pablo Escobar. Creo que tendré aún más dolor de patria que el que tengo ahora. Porque sí que lo tengo. Gloria Pachón, la viuda de Luis Carlos Galán dijo a la W el 28 de mayo que: “hay que confiar en el buen criterio y en la mentalidad de la gente”. Pero si no hemos demostrado tener sensibilidad con eso antes, ¿será que ahora sí podremos?

 

Me duele que contemos nuestra historia a partir de los victimarios. Me molesta, como colombiana que soy, que mi país se narre desde quienes lo han destruido. Porque inevitablemente no faltará quien logre admirar a un hombre que logró tener a Colombia de rodillas, y además le quedó tiempo para enchapar con oro los inodoros de su hacienda, mientras conquistaba a una de la mujeres más bonitas de la televisión nacional. Porque esa admiración al avispado, al torcido que la logra, al que amasa fortuna sin importar como, hace parte de nuestra idiosincrasia. Tristemente. Porque para algunos Pablo Escobar fue un héroe que les dio una casita y los sacó de la miseria. Y porque en un país en que al final los victimarios son más de los que uno piensa, porque muchos, sobre todo los poderosos comen callados, la historia nunca va a terminar de conocerse por completo.

 

Mientras tanto tendremos las producciones de televisión. Estas puede que ayuden a reconstruir nuestra historia. A recordarla porque el olvido, igual que en Macondo, parece ser la enfermedad que más nos afecta a los colombianos. Quizás hasta nos ayude  a hacer catarsis, como las tragedias en la antigua Grecia. Pero, no olvidemos, que las series siempre van a tener la misión principal de entretener, lograr ratings y vender, y eso cambia las reglas del juego.

 

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