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“Perfeccionando la democracia”

Semana
6 de abril de 2011

Imaginemos:
 
“Levanten la mano aquellos que quisieran haber escrito la reciente columna de William Ospina en El Espectador sobre la abstención electoral, titulada Perfeccionando la democracia (21/feb)”.
 
Es de presumir que, dado el gran prestigio del autor, muchas manos se levantarían en, por poner un dato, los 14 departamentos de sociología del país, asumiendo, benignamente, que la mayoría de primíparos lee las páginas editoriales.
 
“Bueno, sepan ahora que esa columna es un lujo que se puede dar un intelectual, pero no un académico, a menos que este sea un tanto esquizofrénico o descarado. Veamos por qué en dos lecciones”.
 
Antes, una introducción necesaria. El intelectual, que reflexiona públicamente, no está sometido a la regla científica; el académico, sí.
 
A un intelectual, sea periodista, novelista, científico, artista o investigador (social) académico, que se distingue por su capacidad de articular ideas, valores, sentidos, hechos en puntos de vista o interpretaciones, le está permitido exagerar o desdeñar la contra-evidencia; a un académico, no.
 
Al intelectual no se le pide “neutralidad valorativa”; al académico, se le agradece que guarde las apariencias, si es que insiste en ser militante.
 
Sin embargo, pese a que se sugiere que es más fácil ser intelectual que académico, en una sociedad normalmente es posible programar tener 50 Ph.D., pero no a un William Ospina, que termina por integrar en un “relato” el trabajo de muchos académicos.
 
Dicho esto, los seguidores de Ospina pueden estar tranquilos. No es bronca. Se trata simplemente de aprovechar el ‘papayazo’ para mostrar que un aspirante a académico debe escoger con cuidado qué tipo de columnas quisiera suscribir.
 
Lección 1: No invente clasificaciones mezclando criterios objetivos y subjetivos, sin precisar lo que está haciendo.
 
“Hay tres clases de países, los que tienen democracia, los que no la tienen y los que creen tenerla. Sospecho que nosotros pertenecemos al tercer grupo”, dijo, de entrada, Ospina. 
 
Si usted siente un llamado por el rigor académico, necesitará aclarar en seguida cómo la percepción (subjetiva) se usará como indicador objetivo. 
 
Y plantearse el caso de un país que exhibe atributos básicos (objetivos) de la democracia, pero cuya gente cree (subjetivo) que no tiene democracia. ¿Cómo se clasifica a ese país?
 
A menos que esté contento por lanzar frases llamativas solamente, usted deberá esforzarse un poco más en aportar al conocimiento.
 
Lección 2: Si un hecho es explicado por todo, entonces en realidad usted no lo está explicando.
 
“Una larga historia de frustraciones ha calado hondo en la conciencia de buena parte de los ciudadanos y los ha llevado a la decisión de no votar”. Ospina procede a mencionar los males del país desde 1930 hasta nuestros días.
 
El largo párrafo, con cierta virtud retórica, habrá podido persuadir a muchos lectores, pero no a un principiante académico alerta, que ubicará el hecho (la abstención electoral) en el tiempo y en el espacio.
 
¿Y si desde el comienzo de la democracia electoral ha habido abstención y esta es un fenómeno común (o estructural) en diversas trayectorias nacionales?
 
Habría que distinguir entre países con voto obligatorio y con voto voluntario, y fijarse en las magnitudes y variaciones de la abstención en países comparables.
 
Dice nuestro admirado intelectual: “el hecho de que en 1970, gracias a un fraude de última hora, se le hubiera arrebatado el triunfo a la oposición”, como una de ”todas esas cosas que han alentado en buena parte de la población un justo escepticismo que se traduce en abstención a la hora de las urnas”.
 
Según eso, la abstención debió subir en 1974, por ejemplo, pero en la realidad la participación electoral subió de 52.53% en 1970 a 58.14% en 1974. ¿Por qué? Que lo diga la ciencia social, eventualmente.
 
Por último, es probable que un académico tienda a creer que el título de la columna,Perfeccionando la democracia, promete más de lo que dará, pero tal vez el intelectual se proponía una ironía para referirse a la “asombrosa iniciativa de borrar a quince millones de ciudadanos del censo electoral”. 
 
A falta de ironía, más probablemente un académico citaría el Democracy Index, de The Economist, donde Colombia aparece con 6.55 sobre 10, como una democracia defectuosa. 
 
Yo prefiero esto a que se diga que somos un “país que cree tener democracia (y no la tiene)”.
 
El lector escoge (porque al final, la motivación de todo esto no es puramente “metodológica”).