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¿Qué es ser colombiano en el Bicentenario? Medianías y grandeza

Semana
22 de febrero de 2010

Parece evidente que a los colombianos nos falta claridad y determinación para hacer cosas grandes como país. No ganar una guerra de 50 años contra gente equivocada y tener una infraestructura de transporte del estilo de la carretera Cali-Buenaventura, dicen bastante.

Esa característica del ‘ser colombiano’ es la que me parece más relevante para la reflexión en el Bicentenario de la Independencia.

El profesor Jaime Jaramillo Uribe, estudioso y a la vez fiel exponente de la ‘personalidad histórica’ de Colombia, sentenció que somos un país de “medianías”, alejado de los extremos .

Anticipo el contra-argumento: ni tan alejado de los extremos de la violencia liberal-conservadora de mediados del siglo XX ni de las violencias “revolucionaria” y paramilitar. Aunque la primera fue ejercida con activismo de la población civil, y las segundas no, lo que implica diferente naturaleza, sin duda es una discusión abierta.

El punto que atormenta es este: si somos un país de medianías, ¿entonces las carencias de claridad y de determinación colectivas para la “grandeza” son consustanciales a nuestro “ser nacional”? Suponiendo que este interrogante está bien formulado, voto por un “no” como respuesta. Y aquí entra el Bicentenario.

¿De dónde sale la claridad para saber qué soñar como país? Sale de aquellos principios, valores, luchas e instituciones del pasado a los que deseamos dar continuidad y también de los nuevos ideales de la humanidad, más o menos compatibles con la cultura nacional.

Si no vemos en el pasado nada digno de continuidad y engrandecimiento, estamos fregados. Es muy difícil inventarse el sueño de un país a partir de la descalificación de su pasado o a partir de ideas no conectadas con sus tradiciones, regularmente expresadas en la Constitución.

El profesor Julián López de Mesa, del Rosario, escribió en El Espectador: “El colombiano es ante todo un reproductor. Un repetidor de gestos, palabras, actitudes y pensamientos de otros. Siempre lo ha hecho”.

Sí y no. Sí, pues imitar es lo racional para sobrevivir en la civilización a la que se pertenece . No, porque las particularidades impiden la simple repetición.

De la reflexión del Bicentenario debería salir un relato nacional con claridad. Algunos dirán que con nuestra historia no es posible un relato inspirador de determinación para construir el futuro. Justo a ellos no hay que pedirles el relato. Hay que dividir el trabajo intelectual.

J. López de Mesa anotó:

“Desafortunadamente (el Bicentenario), también está siendo utilizado por políticos y sus ideólogos, quienes manipulan el discurso independentista tratándolo de actualizar para usarlo como justificante de sus exabruptos y excesos”.

Si cambiamos cuatro palabras, lo criticado podría ser perfectamente aceptable y necesario, así: “El Bicentenario también está siendo utilizado por políticos y sus ideólogos, quienes reinterpretan el discurso independentista tratando de actualizarlo para usarlo como justificante de sus propuestas de país”.

Ese sería un uso legítimo de la historia, que desafortunadamente la retórica, en el mejor sentido, de la campaña presidencial ha dejado de lado hasta ahora. El problema es que de ahí deben salir los propósitos de gran país, el consenso mínimo pero imperativo. No de los académicos e intelectuales, que además de inapropiados para la misión inspiradora, tienen poca audiencia.

¿El “ser de medianías” es un obstáculo para pensar y actuar en grande? No necesariamente. Si los colombianos solamente estamos dispuestos a sacrificios y esfuerzos “medianos” por el país, nada extremo “como dar la vida” ni casi atravesar otra vez el páramo de Pisba, la solución sería repartir entre todos esfuerzos aceptables que sumados alcancen para cosas grandes, como sacar de la pobreza a un tercio de la población en una generación, mediante trabajo productivo, mercados y política social.

Tener claridad de valores, metas e instrumentos es una cosa; tener voluntad y determinación para alcanzar las metas, otra, así estén estrechamente relacionadas en el “ser”. Chile, por ejemplo, decidió con 10 años de antelación qué quería en el Bicentenario. Como el “ser colombiano” (o la identidad nacional) es una construcción permanente, casi todo es posible.

Necesitamos, sí, que nuestra idea del nacimiento de la república y la nación, sin violentar la verdad histórica, nos renueve y fortalezca el espíritu colombiano. La independencia no era un hecho inevitable. ¿Por qué no fuimos como Perú o Cuba?

Ahora, toda esta lora tendrá más sentido si la conmemoración del Bicentenario no termina en el 2010, y por el contrario se hace una conmemoración del proceso independentista, que comenzó en 1810 y terminó en 1819, digamos. Es decir, si conmemoramos la independencia en toda esta década que comienza.