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Sobre Crueldad Humana

Semana
10 de junio de 2012

 

No creo que haya necesidad de recabar demasiada evidencia para respaldar la idea de que el ser humano es cruel. Basta con poner atención a los noticieros. Hace unos días, en el municipio de La Montañita, en Caquetá, Colombia, justo en la región a donde liberaron a Romeo Langlois, un grupo de terroristas de las Farc atacaron con granadas y ráfagas de fusil a una camioneta de la policía. En ella había una mujer que en ese momento daba a luz, ayudada por una partera y dos policías. Al final, en este ataque despiadado murió un transeúnte que caminaba por ahí, el recién nacido, la partera y los agentes de policía, mientras que la madre quedó herida. Y hay muchas maneras de justificar esta agresión, desde el punto de vista de ellos, claro está, el objetivo es sembrar terror, buscar el control territorial y de los recursos.

 

Además el país está perplejo contemplando el desenvolvimiento del proceso judicial en contra de Javier Velasco Valenzuela, quien estuvo en la cárcel hace diez años por el asesinato de una mujer, y ahora es sospechoso del ataque y la muerte de Rosa Elvira Cely. Ella fue golpeada, violada, empalada y abandonada en el Parque Nacional en Bogotá en una noche nefasta. La violencia de género tiene muchas manifestaciones, y muy comunes, no solo se presenta en situaciones tan extremas como esta, basta con observar la tiranía de la esposa aburrida y defraudada, o la hostilidad del marido abandonado e incomprendido.

 

Pero la crueldad humana tampoco es un asunto que solo depende del nivel socioeconómico y cultural. En esta semana dictaron medida de aseguramiento a Carlos Cárdenas, exnovio de Laura Moreno, por el homicidio de Luis Andrés Colmenares. Resulta que ellos y otros tres muchachos, todos universitarios, insultaron y molieron a golpes a la víctima, y luego, todo parece indicar, Cárdenas lo remató al golpearlo en la cabeza con una botella. Tal vez fue un crimen pasional. Además las familias de los acusados ejercieron poder político y económico para entorpecer el proceso jurídico.

 

Por otro lado, no es un problema exclusivamente colombiano. La Casa Blanca anunció hace poco, y gran con satisfacción, la muerte de Abu Yahya al-Libi, el segundo al mando en la línea de poder de al Qaeda. Todo sucedió con un ataque mediante la tecnología novedosísima de los aviones a control remoto.  Entre tanto, los noticieros internacionales estuvieron en vilo tras el asunto de Luka Rocco Magnotta. Un canadiense de veintinueve años que se despeñaba como actor porno, y fue capturado en Berlín luego de que unos días antes filmó y divulgó en la Internet un video suyo mientras mató a Jun Lin, un estudiante chino de la Universidad Concordia, en Canadá. Además el video registró cómo sostuvo prácticas sexuales necrofílicas. Después descuartizó el cadáver. Y, por último, mandó los trozos por correo a las oficinas de varios políticos en Montreal. Todavía no se ha encontrado la cabeza ni los pies del cadáver.

 

Entre tanto, en Siria muchos murieron durante esta semana, luego de que en Houla, la semana pasada mataron a más de cien, incluyendo niños. Recuerdo la imagen de CNN que mostraba tres niñitos, a penas entrando a la edad escolar: uno con pantalón rojo, el de la mitad con esos calzones abombados que se cierran con broches entre las piernas de los chiquitos para cambiarles los pañales con facilidad, y el tercero, solo tenía un pañal y una camisa naranja que apenas le cubría los hombros. Los cuerpos de los tres angelitos yacían en el suelo de la morgue antes de ser enterrados.

 

La crueldad tampoco es el resultado exclusivo de la vida en las grandes ciudades inhumanas. Se estima que en la actualidad hay alrededor de veintiún millones de esclavos en el mundo, la mayoría de ellos en la región del Asia Pacífico y en el África. Tampoco se trata de un problema moral, ni de falta de fe, mucho menos de ausencia de caridad cristiana. Recientemente hubo un escándalo en el Vaticano porque se fugó cierta información privilegiada a través de unos papeles privados del Papa Benedicto XVI. Los sustrajo el mayordomo. Lo escandaloso del asunto es que todo sugiere que este evento hace parte de una lucha intestina por el poder en la cúpula del cristianismo, a donde una facción de los prelados busca afectar el próximo cónclave para elegir al siguiente Papa. De manera que estos clérigos, hombres de dios que deberían ser ejemplares, son tan despiadados como cualquiera a la hora de controlar los recursos y el poder.

 

Tal vez lo que sucede es que la crueldad hace parte del diseño de la naturaleza. Basta ver en los documentales televisados la manera en que los leones estudian la manada para matar al más débil en el momento más adecuado, todo con la finalidad de ahorrar energía y ser más eficaz en la cacería. Incluso, hay registros de canibalismo entre muchas especies, como las gaviotas, por ejemplo, así como es bien sabido que los simios, y otros primates, matan a los hijos de las hembras cuando no son de ellos, y ha llegado la época del apareamiento.

 

Así que tampoco es un problema del mundo moderno y convulsionado, hedonista y materialista. En 1919 se creó la Liga de las Naciones. Era una organización intergubernamental que se formó en la Conferencia de Paz de Paris, que terminó la Primera Guerra Mundial. Horrorizados con la destrucción y muerte que dejó a su paso la gran guerra, crearon esta organización con la finalidad ingenua de erradicar la guerra para siempre. Y entre las personalidades que trabajaron en esa iniciativa estaba Albert Einstein, quién en 1932 le escribió una carta a Sigmund Freud preguntándole sobre el por qué de la guerra, con el objeto de hacer prevención para que el mundo llegara a ser pacífico para siempre. Freud, lúcido, le contestó que se sentía pesimista de las posibilidades de éxito de semejante iniciativa tan loable. La razón era sencilla. El ser humano está dotado de un instinto de muerte que Freud llamó tánatos. Una tendencia natural y espontánea que busca la muerte, la nada. Y por supuesto, también implica placer, como suele suceder con las gratificaciones instintivas. De manera que esta nostalgia por lo inanimado, esta necesidad de destruir es un impulso que siempre pugna contra eros, una tendencia también instintiva, que busca lo contrario, impulsa a la construcción, la creación, la procreación, el cuidado, el progreso, el desarrollo, la madurez. Claro que, en la dialéctica de los impulsos de vida y muerte, tánatos siempre triunfará sobre eros, pues todos moriremos.

 

Años más tarde, la psicoanalista austriaca Melanie Klein, desarrolló todavía más estas ideas. Partió de la base de que todo recién nacido venía dotado de una pulsión de vida y una de muerte. De manera que el desarrollo psicológico, la construcción de la personalidad, la adquisición de la madurez, se trata de un proceso continuo a través de las relaciones con el mundo y sus habitantes. Primer con la madre, luego con el padre, y de allí en adelante con todos los demás. Se trata de un proceso que suele integrar el eros y el tánatos, de modo que el impulso de muerte queda supeditado al de la vida. Entonces el componente agresivo inherente a la condición humana llega a tener un destino constructivo, útil, benéfico, favorable. Después de todo, la madurez supone tolerar la ambivalencia y sortear lo agresivo y lo amoroso que está presente en toda situación.

 

Sin embargo, no siempre se alcanza este desarrollo mental. Existe el trastorno antisocial de la personalidad, que también se ha conocido como psicopatía y sociopatía. En él predominan las tendencias destructivas e infantiles de la personalidad, con desconocimiento de los derechos y sensibilidades de los demás, incluso, sin respeto por la integridad y la vida de los otros. Es la incapacidad para aceptar las normas. La persona recurre a artilugios como el engaño y la manipulación, es capaz de todo para lograr sus objetivos de poder, sexo y dinero, por ejemplo. Se trata de alguien impulsivo, irritable y agresivo, que con frecuencia maltrata de la pareja y a los hijos. No suele ser empático, más bien es cínico y desdeñoso, arrogante, voluble y locuaz. Es una persona imprudente, que no reflexiona las consecuencias, que parece no sentir remordimiento, además comete transgresiones serias y peligrosas, como el acoso y tiene ocupaciones ilegales, pero no logra tener un trabajo estable, además con frecuencia tiene conductas autodestructivas, como conducir ebrio y las prácticas sexuales riesgosas.

 

De modo que con frecuencia los encarcelan y mueren jóvenes, pero si logran superar los cuarenta años, el trastorno antisocial tiende a atenuarse, espontáneamente disminuye la severidad de los síntomas. Por otro lado, se trata de conductas que pueden rastrearse hasta la infancia. De hecho, antes de los quince ya se encuentran rasgos como agresión a otros muchachos y a los animales, daño a la propiedad ajena y mentira. Pero el diagnóstico se hace en los mayores de dieciocho, y con frecuencia se asocia con somatización y drogadicción. Se estima que el trastorno antisocial se presenta en el 3% de los hombres, y en el 1% de las mujeres, aun cuando se sospecha que es más frecuente en ambos géneros, lo que sucede es que el diagnóstico suele hacerse en presencia de conductas violentas. De todos modos, se relaciona con infancias traumáticas: el niño abandonado, el que ha padecido la violencia física y sexual y la miseria, aun cuando no siempre se cumplen estas condiciones, de manera que el factor de riesgo más firme es ser hijo de alguien con trastorno antisocial. Seguramente estas conductas se aprenden, pero también en ellas puede haber influencia genética.

 

Así que es una enfermedad mental de mal pronóstico, pues estas personas con frecuencia mueren jóvenes, además son de muy difícil tratamiento. No es fácil que alguien con esta personalidad se acoja a los rigores de asistir a sesiones de psicoterapia o que utilice remedios. De manera que la cárcel con frecuencia es su destino. Y esto nos lleva al tema de la castración química de los violadores encarcelados, tal vez no hay otra alternativa mejor.